Guionista, directora de cine, fundadora del movimiento feminista en Argentina y observadora aguda del rol de la mujer en la sociedad. ¡HOLA! Argentina rinde homenaje a la genial realizadora
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Cuando descubrió el destino que estaba escrito para ella, decidió borrarlo, partir de cero y ser la guionista de su propia vida. La mujer que parecía tenerlo todo no estaba dispuesta a aceptar que ese todo fuera la versión limitada de lo que podían tener los hombres. María Luisa Bemberg nació en Buenos Aires el 14 de abril de 1922 en una sociedad profundamente patriarcal como la argentina de hace un siglo y en el seno de una familia rica y poderosa en la que los roles de las mujeres, definidos por la vida doméstica, contrastaban radicalmente con los de los varones, a quienes se les confiaba el control de las empresas o el desarrollo de una carrera profesional. “Mi padre decía que la mujer sólo tenía que ser bonita y virtuosa. Yo era diferente de mis hermanas y mis primas. Era un poco la transgresora de la familia. Mi madre me aconsejaba que no hablara como lo hacía porque iba a espantar a los hombres”, recordó María Luisa en un reportaje con la revista colombiana Kinetoscopio, en mayo de 1992. Cuando dio aquella entrevista tenía 70 años y hacía apenas una década que era una directora de cine consagrada. Para lograrlo, había recorrido un largo camino plagado de obstáculos que ella misma se había encargado de eliminar para avanzar y, al mismo tiempo, para ayudar a que otras mujeres pudieran hacerlo.
SEÑORA DE NADIE
Los Bemberg tenían una enorme fortuna cuyo origen en Argentina se remonta a 1860, cuando el alemán Otto Peter Friedrich Bemberg –bisabuelo de María Luisa– fundó en la provincia de Buenos Aires la destilería Franco Argentina, que con los años se transformaría en la Cervecería Quilmes. Otto –que había sido cónsul en París y además tenía negocios de importación y exportación de productos– estaba casado con la argentina María Luisa Ocampo y Regueira, heredera de una de las familias más acaudaladas de la época. Juntos iniciaron una dinastía multimillonaria que sobrevivió a los avatares políticos de Argentina y cuyo apellido sigue siendo sinónimo de poder económico en nuestros días.
A principios del siglo XX, Otto Eduardo Bemberg –nieto del patriarca alemán y una de las piezas clave de la compañía–, y Sofía Bengolea Arning se casaron y tuvieron cinco hijos: Otto Jorge (a quien llamaban Georges, para diferenciarlo de su padre), Eduardo Pedro Federico, Josefina Elena, María Luisa Marta Carlota y María Magdalena, que no recibieron educación formal en una escuela, sino la instrucción que les daban en el hogar las institutrices europeas. La cuarta hija, bautizada con el nombre de su distinguida bisabuela, es la mujer que desafió los mandatos sociales de su época: construyó una prestigiosa carrera profesional y aplicó en su vida personal los ideales feministas que la inspirarían hasta sus últimos días. Desde chica supo que era distinta a las mujeres de la familia y las chicas con las que interactuaba, pero el tiempo para rebelarse llegaría más tarde. A los 22, María Luisa se casó con un arquitecto joven y buenmozo, Carlos Miguens. El destino quiso que la fecha de la boda, el 17 de octubre de 1945, coincidiera con la del Día de la Lealtad, aquel en el que una multitud reclamó en Plaza de Mayo la libertad de Juan Domingo Perón y dio origen al peronismo, con el que los Bemberg se enfrentarían por el control de las empresas familiares.
María Luisa y Carlos estuvieron casados diez años. Se separaron en 1955, después de haber vivido juntos en España y en Francia y de haber tenido cuatro hijos, Carlos, Luisa, Cristina y Diego. Con su divorcio, María Luisa reafirmó su deseo de querer ser más que una esposa. “El amor de pareja no puede ser todo en la vida de ningún ser humano. Primero porque falla, es una emoción, y segundo, porque uno envejece (…). Si tener un hombre es lo único que se quiere, pues van a aparecer las frustraciones”, dijo y bromeó sobre haber dejado de ser la “señora de Miguens” para pasar a ser una “señora de nadie”. También aseguró que, aunque amaba a sus hijos, la maternidad no sería el eje de su vida: “Hay que tener cuatro hijos para saber que no te alcanzan”.
LA DISIDENTE
Era consciente de que afuera de su casa había mucho más para ella, y salió a buscarlo. En 1949 dio sus primeros pasos en la actividad teatral, primero en el Teatro Smart y luego como cofundadora, junto a Catalina Wolf, del Teatro del Globo, en 1959. En su mente creativa ya anidaban las historias que más tarde se convertirían en guiones cinematográficos: Crónica de una señora (llevado a la pantalla grande por el director Raúl de la Torre en 1970) y Triángulo de cuatro (el film realizado por Fernando Ayala en 1975). Sin embargo, María Luisa sentía que entre esas historias que quería contar y las películas que llegaban al público había un filtro que distorsionaba el mensaje: la visión masculina del director. “Voy a dejar de quejarme de lo que hacen los hombres y voy a tratar de hacer lo mío para proponer una mirada diferente que pueda servirles a las mujeres”, se dijo a sí misma cuando ya estaba cerca de los 60 años. Rodó dos cortometrajes con temática feminista, El mundo de la mujer (1972) y Juguetes (1978), y se atrevió a dar el gran paso con la dirección de largometrajes, asociada en la producción con su amiga Lita Stantic. Después de tomar clases de actuación en Nueva York con el maestro de actores Lee Strasberg, del mítico Actor’s Studio, y en Buenos Aires con Beatriz Matar, ganó la confianza que necesitaba para conducir un elenco y dirigió sus primeras películas, Momentos, en 1981 (protagonizada por Héctor Bidonde, Graciela Dufau y Miguel Ángel Solá, premiada en los festivales de Cartagena y de Chicago), y Señora de nadie, en 1982 (con Luisina Brando y Julio Chávez, galardonada en Taormina y Panamá). La consagración llegó dos años más tarde con Camila, sobre la trágica historia real del cura Ladislao Gutiérrez y la joven Camila O’Gorman, los amantes fusilados en tiempos de Juan Manuel de Rosas. El film fue nominado al Oscar y proyectó al mundo la imagen de Bemberg como cineasta emblemática de una narrativa feminista exquisita. Sus últimas tres películas, Miss Mary (en 1986, protagonizada por Julie Christie y Nacha Guevara), Yo, la peor de todas (en 1990, con Assumpta Serna) y De eso no se habla (en 1993, con Marcello Mastroianni), cosecharon premios y aplausos y mostraron la madurez creativa de Bemberg, que en poco más de una década se había vuelto una directora de culto. “Mis películas son una provocación, un diálogo en el que el espectador aporta lo suyo”, solía decir.
En las protagonistas de sus historias reflejó sus dilemas como mujer y también sus críticas a las costumbres y valores de la alta sociedad de la que provenía, lo que hizo que algunos la consideraran, más que una disidente, una traidora a su clase.
“Uno no elige los temas. Los temas lo eligen a uno. Por lo menos, así me ocurre a mí. Elegí a Camila y a Sor Juana por transgresoras. La idea era mostrar dos mujeres que de alguna manera se atrevieron a salirse del molde. Las mujeres se han quedado encerradas en sus casas durante mucho tiempo, mansas y calladas (…). Desde muy niñas a las mujeres les enseñan a agradar y no a convencer”, argumentó.
Bemberg siempre se propuso retratar los dilemas y las pasiones de las mujeres y asumió la tarea con tanto convencimiento que la convirtió en la gran misión de su vida. Fue una de las fundadoras de la Unión Feminista Argentina, en 1970 y, como sus personajes, se atrevió a romper el molde en su carrera y en su vida amorosa, libre de estereotipos. “Yo soy feminista, no soy agresiva. He sido muy amada, tengo cuatro hijos y trece nietos. ¿Por qué la imagen del feminismo es la otra? A mí me duele ver mujeres libres, independientes y autónomas que dicen: “Pero feminista no soy”. Es como si le dieran a uno una bofetada”, dijo.
EL LEGADO
Además de su cine y de su actividad como líder feminista, María Luisa Bemberg dejó otro legado, también valioso: su pinacoteca. Cuando sus hijos eran adolescentes, María Luisa había empezado una colección de arte, inspirada por el amor por la pintura y la escultura de algunos de sus antepasados, como su padre y su tío Federico. El primer cuadro que compró fue Pelando la pava, de Pedro Figari. A ese cuadro costumbrista le siguieron otros de diferentes estilos, pero siempre de origen rioplatense. Atesoró trabajos de Rafael Barradas, Emilio Pettoruti, Xul Solar y Joaquín Torres García, entre otros artistas. Uno de sus últimos deseos fue donar veintisiete piezas de su colección al Museo Nacional de Bellas Artes, que las recibió de manos de los hijos pocos días antes de la muerte de la cineasta, el 7 de mayo de 1995.
Ya enferma de cáncer, María Luisa trabajó hasta sus últimos días en el guion de una película que no llegó a filmar, El impostor, basado en un libro de Silvina Ocampo, que más tarde dirigió Alejandro Maci. Él fue, también, el autor del último homenaje póstumo a Bemberg con el documental El eco de mi voz, que debía estrenarse en 2020. Lo impidió la pandemia y el documental, finalmente, se estrena el jueves 14 de abril, justo en la fecha del centenario del nacimiento de esa mujer talentosa, rebelde, apasionada e inolvidable, una adelantada a su tiempo.
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