Construyó una exitosa carrera como vedette subida a stilettos de vértigo, que atesora en su casa de Maschwitz, donde nos recibe junto a su hija Giovanna
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Su pasión por los tacos arrancó temprano en su vida. Antes de las escalinatas que tantas veces bajó con zapatos de doce centímetros; de las plumas que agitó con orgullo noche tras noche; y de los conjuntos rutilantes con los que encandiló a sus fanáticos en el teatro de revista. Antes de todo eso, María Fernanda Callejón (54) era una adolescente de 14, vivía con su familia en Villa Carlos Paz y había conseguido su primer trabajo como vendedora en la zapatería de Sandra, su hermana mayor. Esos primeros sueldos que ganaba vendiendo con esmero, María Fernanda los invertía en clases de ballet y de teatro. Su sueño era ser actriz y no tenía acceso a un gran conservatorio nacional. “Todo lo que hacía era de a poquito y a pulmón”, recuerda en su vestidor –al mejor estilo “Sex & The City”, dice– que acaba de terminar. Es ahí, en ese búnker femenino, donde atiende la videollamada de ¡HOLA! Argentina. Giovanna (5), la hija que tuvo con el dentista y músico Ricardo Diotto (42), juega con una amiga en su cuarto. La casa está en calma.
El flechazo con los zapatos, decíamos, fue instantáneo. “La zapatería de Sandra era Disney para mí. ¡No sabés los modelos divinos que hacía Javier, mi cuñado! Los amaba. Me acuerdo cómo trataba de convencer a mi hermana para que me dejara usarlos”, cuenta, divertida. Hablar de tacos la entusiasma, sobre todo ahora que está camino a la final de Corte & confección, el reality en el que sorprendió con sus nociones de costura, herencia de su madre, la italiana Grazia Maria Augusta Pizzuto, una inmigrante que llegó a nuestro país de chica y se convirtió en modista.
–¿Hubo un argumento ganador?
–Un día le dije: “Sandra, tengo que tener los zapatos puestos para atender a las clientas y que los vean”. Y mi hermana me dijo que sí, pero que no los caminara por la vereda [Se ríe].
–¿Eras buena vendedora?
–Sí, me fascinaba atender la zapatería [se llamaba Sabrina’s Chapi y estaba en la Galería del Sol]. Mi compromiso era tal que se fueron a tener a mi ahijada a Córdoba capital y me dejaron una semana a cargo. De la alegría, vendí un montón. Entraba la gente y yo vendía y vendía. No podía parar. Vendí hasta los zapatos de la vidriera, pero pasó algo: vendí todo equivocado. Estaba tan ansiosa por la llegada de mi sobrina, que ni uno coincidía en el número con su par. A los de la vidriera, además, los había agarrado el sol y el nobuk estaba todo desteñido. Un desastre. Estuve una semana haciendo las devoluciones.
PISAR FUERTE, SIEMPRE
Como vedette, la naturalidad con la que se movía sobre los tacos fueron un ticket dorado hacia el éxito. “Los tacos altos te dan una actitud que no te dan los zapatos bajos. Te ubican en otro lugar y eso que hay que bailar con tacos de 12 centímetros, eh…”, dice la actriz. María Fernanda tenía 19 cuando llegó a Buenos Aires para probar suerte y a los quince días ya había conseguido su primer trabajo en una revista que estaba preparando Moria Casán. “La cordobesita vende ¡y miren cómo baja las escaleras!”, recuerda que le dijo la diva en el casting.
–¿Cómo fue el debut?
–Sentí muchos nervios, como en tantos otros estrenos, pero hay algo que no me olvido más y es la naturalidad con la que bajaba las escaleras, sin mirar. Esos tacos y mi pelo [llevaba un carré con rulos] fueron lo que me permitieron estar tantos años sobre el escenario. Había que creérsela, tenías que tener mucha actitud porque en mi época el prejuicio contra las vedettes era muy fuerte.
–¿Qué sentís cuando recordás esa parte de tu vida?
–Mucho orgullo, porque en esas tablas yo me formé. Hice el personaje de vedette durante 15 años y me retiré temprano: el cuerpo tiene su tiempo, su vida útil sobre el escenario.
–Te retiraste temprano, pero de los tacos no te bajaste.
–Y de los tacos nunca me voy a bajar. Los tengo incorporados. Me los pongo y me olvido, son parte de mí. Tengo pies lindos, de bailarina, y me gusta mostrarlos. Los tacos tienen que ver con la pisada escénica, con la pisada en la vida y a mí siempre me gustó pisar fuerte.
UN TESORO EN TACOS
En el vestidor, que armó en el cuarto que iba a ser playroom de su hija, guarda una colección de más de 250 pares de tacos altos. Hay modelos caros, de casas como Gucci o Yves Saint-Laurent, y hay modelos accesibles, como los de Jessica Simpson, que solía comprar en Ross, una conocida cadena de ropa a precios reducidos en Miami. “Eso sin contar los cientos de pares que doné a la Casa del Teatro, los que tengo guardados en baúles en Córdoba y los mocasines, slippers y zapatos de taco bajo que uso todos los días para coser a máquina en la tele”, enumera sin prejuicios. Con María Fernanda, la charla es abierta. Llana.
–¿Cuándo empezaste a coleccionar?
–En los 90, cuando empecé a viajar. Tuve que trabajar muchos años para poder comprarme zapatos buenos. Cuando trabajaba con mi hermana, ella me los prestaba, y en la revista los tacos me los daba la producción. Está bueno decirlo porque uno se construye a través del tiempo. Vengo de muy abajo y me pulí, como los diamantes. Estaba de novia con Guillermo Cóppola, que fue una pareja muy importante en mi vida, y él me mostró las altas ligas de la moda. Fue mi maestro en esto de las marcas y el disfrute por la ropa buena.
–¿Te acordás de tu primer par de lujo?
–Creo que fueron unas sandalias de Gianni Versace que compré en Italia. Muchos de los modelos que tengo acá los heredé de mi amiga Claudia [Villafañe]. Salíamos de compras juntas por Via Condotti, en Roma. Son zapatos que aún tengo y que cuido como si fueran oro. Esas sandalias las uso al día de hoy, con jeans y camisa blanca.
–Cuando pensás un look, ¿arrancás por los zapatos?
–No, pero el zapato define y equilibra, que es lo que estoy aprendiendo ahora.
–¿Tenés todos los que necesitás?
–La moda cambia muy rápido y me pasa mucho eso de necesitar justo el que no tengo… ¡Siempre con los 5 para el peso! [Se ríe].
–A Gio, tu hija, se la ve coqueta como vos.
–Para ella es algo natural. Al año y medio jugaba con mis zapatos. A veces, me pregunta: “Mamá, ¿van a ser míos cuando yo sea grande?” o “Mamá, ¿me regalás estos tacos?”. “Sí, mi amor, todo esto es tuyo”, le respondo yo.
–¿Cómo es ella?
–Todo lo que tiene de bella lo tiene de buena. La tuve a mis 49 años. Todos me decían que no iba a poder ser mamá y yo sabía que sí, que no me iba a morir sin ser serlo. Giovanna es mi maestra. Más que una hija, es un ángel y está hecha de todo eso que me pasó en la vida.
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