- 7 minutos de lectura'
Winston Churchill describió su boda como “un splash de color en el duro camino que tenemos que tomar”. Y desde ese sombrío día de noviembre de 1947, cuando Gran Bretaña, marcada por las bombas, finalmente tuvo un evento nacional para celebrar, hasta sus últimos días juntos, la Reina y el duque de Edimburgo permanecieron inseparables.
Los biógrafos reales suelen remontar esta épica historia de amor al verano de 1939, pocas semanas antes del estallido de la Segunda Guerra, cuando la familia real visitó el Royal Naval College, en Dartmouth. Por esos días, hubo un brote de paperas entre los cadetes por lo que, para salvaguardar la salud de la heredera de trece años y su hermana menor Margaret fueron llevadas a la casa del comodoro.
Felipe Mountbatten, de 18 años, miembro de la destrozada y exiliada familia real griega, quien buscaba una nueva vida como cadete naval británico, fue designado para cuidar de sus dos primas lejanas.
Marion Crawford, institutriz de Isabel, recordó más tarde que Felipe “era guapo, aunque bastante desenfadado”. Crawfie –como llamaba la princesa a su institutriz– también señaló: “Era un chico rubio, más bien como un vikingo, con un rostro afilado y ojos penetrantes”.
AMOR A PRIMERA VISTA
Felipe impresionó a las chicas con un salto, volando por encima de la red de la cancha de tenis. “Qué bueno es, mira lo alto que puede saltar”, dijo la princesa Isabel a su institutriz. Ya no pudo apartar los ojos de él. Fue amor a primera vista.
Sin embargo, este no fue su primer encuentro: los biógrafos de la Casa Real estiman que el príncipe heleno y la he-redera del trono británico se cruzaron por primera vez en 1934 en la boda de la prima del príncipe Felipe, la princesa Marina de Grecia, con el duque de Kent, tío de Isabel. Cualquier señal de un posible romance se disolvió con el inicio de la guerra. Mientras Felipe estaba embarcado, sirviendo en la Royal Navy, las hermanas permanecieron en el Castillo de Windsor. Durante los siguientes seis años, ocasionalmente, intercambiaron cartas. Y la princesa obtuvo una foto de un Felipe barbudo, que colocó en la repisa de la chimenea de su dormitorio.
Su prima, Margaret Rhodes, lo confirmó: “La princesa Isabel estaba enamorada. Recibí cartas de ella diciendo: ‘Es muy emocionante. Mamá dice que Philip puede venir y quedarse’. Nunca miró a nadie más. Ella se enamoró desde el principio”.
En 1944, en una carta que escribió a un amigo, Queen Mary, la abuela de Isabel, reveló que su nieta y el príncipe griego llevaban enamorados dieciocho meses. “De hecho, creo que más tiempo ... Pero el Rey y la Reina sienten que ella es demasiado joven para comprometerse. Quieren que vea más del mundo antes de comprometerse y que conozca más hombres”. Durante un tiempo, el Rey y la Reina invitaron a distintos aristócratas a las reuniones familiares, pero la princesa no se dejó convencer.
A los 17 años, Isabel interpretó el rol principal en una producción de Aladdin que hicieron en el Castillo de Windsor... y en primera fila estuvo sentado Felipe.
La omnipresente Crawfie notó que la joven princesa estaba rosada de emoción: “Nunca la había visto más animada. Había algo en ella que ninguno de nosotros había conocido jamás”.
Cuando regresó del frente oriental, Felipe recibió nuevo destino: debía trasladarse a la base de la Royal Navy en Corsham, donde se desempeñaría como oficial de entrenamiento por los siguientes dos años. Los fines de semana, visitaba a su novia.
Fue durante unas vacaciones en Balmoral cuando se cree que Felipe le propuso matrimonio a Isabel y ella aceptó de inmediato.
El principal obstáculo para un matrimonio rápido era el Rey. Según su biógrafo oficial, al padre de Isabel “todavía le resultaba difícil creer que su hija se había enamorado del primer joven que había conocido, y quizás también temía perderla”.
La princesa estaba clara-mente decidida y escribió más tarde: “No creo que nadie pensara mucho en el ‘consentimiento’, era inevitable”.
Isabel aceptó a regaña-dientes postergar el anuncio oficial del compromiso hasta que la familia real regresase de una gira de tres meses por Sudáfrica. El Rey sintió que esta separación sería una buena prueba del compromiso de la pareja.
HACERLO OFICIAL
Tras convencer a sus padres de sus sentimientos, en julio de 1947 el Palacio de Buckingham emitió el anuncio oficial de que el Rey “había dado su consentimiento con mucho gusto” y la princesa mostró con orgullo su anillo de compromiso de diamantes y platino, diseñado por el propio Felipe. Ese mismo día, más tarde, Felipe hizo su primera aparición en el balcón con vista al Mall, donde miles de personas se reunieron para celebrar con los novios. La fecha de la boda se fijó para el 20 de noviembre de 1947.
La noche anterior a la ceremonia, Felipe celebró dos despedidas de soltero. La prensa fue invitada a la primera, en The Dorchester. De la segunda, mucho más íntima, sólo participaron sus amigos más cercanos, nueve ex compañeros de la marina y Lord Mountbatten, en el Belfry Club de Belgravia.
Ese mismo día, el novio fue nombrado duque de Edimburgo, conde de Merionethy barón de Greenwich, además de recibir tratamiento de Su Alteza Real y de ser designado Caballero de la Jarretera. Tras semejante despliegue de títulos, el Rey le escribió a su madre: “Quizá sea demasiado darle a un hombre todo esto de una sola vez, pero sé que Felipe comprende las nuevas responsabilidades en su matrimonio”.
A principios de ese año, Felipe había renunciado a su antiguo título real para convertirse en plebeyo y poder naturalizarse británico.
El día de la boda amaneció nublado y frío. Pero el clima no empañó el ambiente de carnaval entre los miles que habían acampado durante la noche previa para ver a la pareja real.
Mientras Isabel llegaba a la abadía de Westminster en el coche estatal irlandés con una escolta de caballería doméstica completa, Felipe condujo su propio auto por las calles repletas de gente.
El novio pareció un poco aprensivo cuan-do saludó a su novia en los escalones de la abadía. Y cuando hizo sus votos, se notó que hablaba “claro pero en voz baja”.
Debido a la sensibilidad del público después de la guerra, los parientes ale-manes de Felipe, incluidas sus tres hermanas supervivientes que se habían casa-do con miembros de la nobleza alemana, no fueron invitadas.
Al final del servicio, Felipe se inclinó ante el Rey y la Reina, mientras que Isabel hizo una reverencia. Tomados de la mano, se dirigieron a la Gran Puerta Oeste al ritmo de la Marcha Nupcial de Mendelssohn.
De regreso en el Palacio de Buckingham, se sirvió un austero desayuno de boda para 150 invitados. Posteriormente, los recién casados recompensaron a la multitud que lo vitoreaba con una aparición en el balcón del palacio. Luego, al anochecer, partieron hacia la estación de Waterloo. Después de ayudar a Isabel a bajar del carruaje de landó abierto, por primera vez en su vida de casado, Felipe siguió tres pasos detrás de su mujer, como dictaba el protocolo real.
El tren real llevó a los recién casados a Winchester, desde donde los llevaron a Broadlands, el retiro rural de Earl Mountbatten. Aquí, finalmente estaban solos.
Unos días después emitieron un comunicado: “No encontramos palabras para expresar lo que sentimos, pero al menos podemos ofrecer nuestro agradecimiento a los millones que nos han brindado esta despedida inolvidable en nuestra vida matrimonial. Isabel y Felipe”.
Fue el comienzo de una unión que, como la mayoría de los matrimonios, soportó buenos y malos momentos, pero, sobre todo, perduró. Por más de setenta años desempeñaron roles públicos y vidas privadas. Criaron a cuatro hijos y recibieron a ocho nietos y diez bisnietos. Entre ese número había tres futuros reyes.
También celebraron aniversarios de plata, oro, diamantes y también platino. Como dijo la Reina de su consorte en su aniversario de oro en 1997: “[Felipe] es alguien a quien no le gustan los cumplidos. Pero él ha sido, sencillamente, mi fuerza y mi soporte todos estos años”.
Otras noticias de Revista ¡HOLA!
Más leídas de Revista ¡HOLA!
Milagros Maylin. En su departamento de Palermo Chico, habla de su amor con Horacio Rodríguez Larreta: “Es el hombre de mi vida”
En fotos. El divorcio de Chiara Ferragni, los fabulosos looks de Jennifer Lopez y la “mimetización” de Bradley Cooper con su novia
Amores de primavera. De Emilia Attias a Poroto Cambiaso, los romances que salieron a la pista
Carolina de Mónaco. Así están hoy los nietos de la princesa, los hijos de Andrea, Pierre y Charlotte Casiraghi