Nació hace un siglo, en el ocaso de la monarquía griega. Tuvo una vida nómade, fue criado por sus cuatro hermanas, pero recibió educación de príncipe
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Con tan sólo 9 años, la mirada fija en el lente del fotógrafo y su mano derecha en la sien, haciendo la venia militar, el príncipe Felipe posa orgulloso con el tradicional uniforme de “evzone”, el soldado de élite griego. A pesar de sus tiernos años, su comportamiento dominante y su disposición estoica ya son evidentes.
Esta fuerza de carácter no sólo lo ayudó a soportar las tribulaciones y tragedias que atravesaron su infancia, sino que también le permitió convertirse en apoyo incondicional para sus seres queridos en la edad adulta.
El linaje de Felipe, príncipe de Grecia y Dinamarca, era profundamente real. Sin embargo, llegó al mundo de forma bastante humilde: nació el 10 de junio de 1921 en una mesa de cocina en Mon Repos, una villa ubicada entre olivares y cipreses en la isla de Corfú. Su padre, el príncipe Andrés de Grecia, fue sexto en la línea de sucesión al trono heleno. Por la sangre de su madre, la princesa Alicia de Battenberg, también corría sangre azul: nació en Windsor, en presencia de su bisabuela, la reina Victoria. Su hermana Louise fue reina de Suecia y sus dos hermanos menores se convirtieron en el segundo marqués de Milford Haven y el primer conde Mountbatten de Birmania.
El príncipe Felipe fue un hijo muy deseado, llegó después de que sus padres ya tuvieran cuatro mujeres: Margarita, Theodora, Cécile y Sophie.
EL EXILIO
Mientras el príncipe Andrés estaba en servicio activo, el bebé fue el centro de atención en el hogar de mujeres. En una pomposa ceremonia de la iglesia ortodoxa griega, lo bautizaron con el nombre de Philippos. Sus padrinos fueron su abuela, la reina Olga de Grecia, y toda la comunidad corfiota, representada por el alcalde.
Fue un período de inestabilidad política en Grecia: el rey Constantino I, hermano mayor del príncipe Andrés, se vio obligado a abdicar. Mientras tanto, un tribunal revolucionario condenó a muerte a Andrés tras un golpe militar.
Afortunadamente, su primo británico George V intervino y ordenó a un barco de la Royal Navy que rescatara a la familia y persuadió a los líderes militares para que liberaran al padre del príncipe Felipe. Ajeno a la agitación que lo rodeaba, sin saber que estaba abandonan-do su tierra natal para siempre, el joven príncipe fue embarcado dentro de una cuna muy precaria, hecha con una caja de naranjas.
”Fue un caos absoluto. Todo lo que llevamos con nosotros fueron algunas maletas con nuestras pertenencias; el resto lo dejamos atrás”, recordó luego su hermana Sophie. Sin embargo, Fe-lipe siempre minimizó los efectos que tuvo el exilio en su persona. “Apenas tenía un año cuando dejamos Grecia, no creo haber sufrido lo mismo que mis hermanas”, diría años más tarde. La familia se instaló en París, donde la princesa Alice montó una boutique llamada Hellas, que ven-día productos tradicionales griegos como bordados y miel.
EXISTENCIA NÓMADE
El joven príncipe fue cuidado en casa por una niñera hasta que tuvo la edad suficiente para asistir a The Elms, una escuela primaria de habla inglesa. Sus informes de fin de período sugieren que cuando era joven era encantador, pero también un poco complicado: “Es rudo, bullicioso ... pero siempre extraordinariamente educado”.
En 1929, sus padres lo enviaron a estudiar a Cheam, la escuela preparatoria más antigua de Inglaterra. “Aun pese al exilio, la vida familiar era de lo más normal”, recordaría Felipe. Pero todo esto iba a cambiar cuando sus padres se separaron. El príncipe Andrés se instaló en Montecarlo con su amante, la condesa Andrée de La Bigne, mientras que la princesa Alicia sufrió una grave crisis nerviosa y fue internada en un sanatorio psiquiátrico en 1931.Felipe tenía apenas 9 años y no volvería a ver a su madre hasta cumplir los 14.
La responsabilidad de cuidar al joven príncipe fue compartida entre sus hermanas y su abuela Victoria, la marquesa viuda de Milford Haven. Todas sus hermanas se casaron con un año de diferencia. Sophie, la más joven, fue la primera, en diciembre de 1930, a los 16 años (un jovencísimo Felipe encabezó el cortejo).
Teodora se casó con el príncipe Berthold, margrave (título alemán equivalente a marqués) de Baden. “Él me enseñó a conducir y a pescar truchas con mosca. Tuvo gran influencia en mi carácter”, lo recordó Felipe.
Berthold era hijo del príncipe Max de Baden, último canciller del Impe-rio alemán, que fundó Salem, una escuela de élite en el estado de BadenWürttemberg donde se internó Felipe en 1933. Pero su estadía allí sería breve: el ascenso de Hitler y la propagación del nazismo hicieron que sus hermanas resolvieran sacar a Felipe de Alemania para enviar de regreso a Gran Bretaña.
”Sin duda fue un gran alivio para mí”, reconoció más tarde. El director judío de la escuela, Kurt Hahn, también cruzó el Canal de la Mancha para escapar de los nazis y estableció la escuela Gordonstoun en Escocia.
Felipe se convirtió en uno de sus primeros pupilos y se desarrolló tanto social como académicamente. Fue capitán de los equipos de hockey y cricket, tomó clases de teatro, aprendió a navegar y, finalmente, se convirtió en delegado.
Al final de cada período se reencontró con sus hermanas. “Realmente es asombroso que me dejaran cruzar un continente solo, tomando taxis, trenes y barcos...”, recordó.
Sin embargo, se avecinaba una nueva tragedia. En noviembre de 1937, su amada hermana Cécile, que estaba embarazada de su cuarto hijo, murió cuando el avión que la llevaba a una boda en Londres se estrelló con la chimenea de una fábrica que estaba envuelta por una densa niebla. En el accidente aéreo también murieron su marido, Georg, y sus dos hijos menores.
TRAGEDIA Y TRISTEZA
El príncipe de 16 años estaba en la escuela cuando recibió la triste noticia. Su amiga de la infancia, Gina Wernher, contó el impacto que la tragedia tuvo en Felipe: “Él quería mucho a sus hermanas y la muerte de Cécile lo afectó profundamente. No habló mucho al respecto, pero una vez me mostró un pedazo de madera del avión que llevaba en el bolsillo. Era sólo una pequeña pieza, pero significaba mucho para él”.
El único miembro vivo que quedaba de la familia de Cécile era su hija, Johanna, que no abordó el avión porque era demasiado pequeña para asistir a una boda. Sin embargo, veinte meses después de quedar huérfana, a los 2 años, murió de meningitis.
Aunque se reencontró con sus padres en los funerales, Felipe tenía poco contacto con ellos. Vivía de manera nómade, repartiendo sus días entre las casas de los parientes. Su tío George, el marqués de Milford Haven, quien había asumido el rol de figura paterna y mentor, murió de cáncer antes de que se cumpliese el primer aniversario del accidente aéreo.
”Cuando era niño, el príncipe Felipe perdió a todos. No tuvo más remedio que volverse autosuficiente”, dice su biógrafo, Gyles Brandreth. Sus amigos recuerdan que cada año, cuando se avecinaba el final de cada período en Gordonstoun, Felipe afrontaba el gran desafío de encontrar un lugar donde ir a vivir.
Al celebrar su cumpleaños número 18 en 1939, Felipe no tuvo tiempo para reflexionar sobre sus pérdidas: Europa se preparaba para un segundo conflicto bélico devastador. ”Lo obvio en esos tiempos era ingresar a las fuerzas armadas”, dijo. Los siguientes seis años de guerra terminaron por definir su carácter. Más tarde, cuando miró hacia atrás en su infancia, el estoico duque nunca recurrió a la auto-compasión. “¿De qué debería quejarme? Estas cosas (por guerras y tragedias personales) suceden. No fue gran cosa... Yo sólo viví mi vida”, dijo.
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