En la intimidad de su casa de Del Viso, habla sobre la maternidad y el trabajo, confiesa sus nuevos sueños y evoca con amor a su abuelo, el Chalchalero Juan Carlos Saravia
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A sólo seis meses del nacimiento de su segundo hijo, Indalecio, y sin perderle mirada ni restarle mimos al mayor, Ramón (4), Felicitas Pizarro (36) se mueve cómoda entre los compromisos laborales y familiares que marcan el ritmo de su nueva rutina. Con sonrisa amplia y contagiosa, convida chipás y brownies recién salidos del horno, controla la mochila del mayor antes de que salga y se desparrama en el sillón de su casa en Del Viso, al norte de la ciudad de la Buenos Aires, con su bebé en brazos, y se dispone a la charla con ¡HOLA!
–Indalecio llegó con varios panes bajo el brazo…
–Sí. Acabamos de estrenar Fuegas, en El Trece. Son diez episodios en los que recibo, cada vez, a una invitada. Y más allá de que pueda ayudarlas a cocinar, soy la host, así que me resultó un gran desafío, porque por primera vez no puedo “esconderme” detrás de una receta. Inda tenía cuatro meses cuando lo grabamos, era en Luján, hacía frío, la lactancia… Le agradezco un montón a Artear porque sabían mi situación y no lo pospusieron, se adaptaron a mis nuevos ritmos. Lo mismo me pasó con El Gourmet. Grabé un ciclo de parrilla con Chris Petersen, que se estrena el 2 de agosto y habla de que la parrilla puede prenderse todos los días y sin gastar un dineral. Fue lo primero que hice después de ser mamá, entonces la llevaba a Fernanda, que es amiga de mi mamá, para que me ayudara con Inda. Si te organizás, se puede. También tengo ganas de volver a El gran premio de la cocina y entiendo que están contentos con Fuegas y que podría haber otra temporada… Y están las redes, que demandan un montón de tiempo. Sólo me faltaría, en algún momento, volver a meterme en una cocina, tener un lugar.
–¿De quién heredaste la pasión por cocinar?
–De mi abuela Valentina y de papá. Mamá [Carolina Saravia] no es muy buena con la cocina y nació sin olfato, aunque tiene sus caballitos de batalla. [Se ríe].
–¿Qué aprendiste de ellos?
–Por lo pronto, que el fuego y el asado no son un tema de género. Valen fue muy moderna para su época: se divorció, se juntó y me acuerdo que, mientras su marido, Adolfo, servía los tragos y hacía las ensaladas, ella estaba en la parrilla. En cuanto a papá, nunca se puso en el rol de macho, de decir “yo hago el asado”. Con mi hermana, Malena, ayudábamos un montón.
–¿Cocinás en tu casa?
–Entresemana me manejo con lo que voy cocinando por trabajo, y los fines de semana le encanta cocinar a Santi [Santiago Solerno, su marido], así que no me meto. Y lo hace muy bien.
–De hecho, hicieron juntos Contigo pan y cebolla, para El Gourmet. ¿Cómo se dio?
–Grabamos en casa, con celulares, en plena pandemia. Santi, que es contador, trabajaba en una empresa, pero quedó suspendido. Se puso a hacer jardines y huertas que le encantan y lo empezaron a llamar mucho. Un día, yo estaba grabando acá y, sin querer, abrió la puerta, entonces dije en chiste que se moría por salir en cámara. El productor se lo tomó en serio y así se dio. Me encantó verlo tomar el desafío, no era mi asistente, sino que tenía su receta.
–¿Cómo se conocieron?
–Fue justo cuando estaba con el concurso organizado por Jamie Oliver (en 2013 ganó el certamen internacional “Search for a Food Tube Star” y cocinó junto al famoso chef británico). Santi era amigote de mi hermana, que es música, y uno de los integrantes de su banda era el íntimo amigo de Santi y coincidíamos en los shows. Hoy Male tiene un dúo con Loli Pueyrredón, Misce. Y, además, se está largando a hacer sola sets que graba con su guitarra y teclado. Es supertalentosa. Y le pasa algo que a mí también me pasó con la cocina y los fuegos: muchos hombres le dicen “tocás muy bien para ser mujer”.
–¿No le tomaste el gustito a la música?
–Tuve mi momento musical, aprendía guitarra y tocaba con una eléctrica. Pero no era lo mío.
–Lo pregunto por tu abuelo, Juan Carlos Saravia. ¿Cómo era tu relación con él?
–Soy la más grande, y los demás nietos llegaron muchos años después, así que era su preferida. [Se ríe]. Él era muy alegre y cercano, un divino. Además, vivimos juntos un año. Cuando era chica, mi familia se mudó a Del Viso, pero por algún motivo seguí yendo al colegio en Buenos Aires. Iban a ser pocos meses, pero terminó siendo casi un año. A papá le había salido un trabajo en Santiago del Estero y mamá no manejaba, así que me quedé con él, con Margarita, su mujer, y con Andrés, su hijo menor. Fue espectacular, pura malcrianza.
–¿Cantaba para la familia?
–Sólo si se lo pedías. Toda esa imagen del gaucho que toma vino y come asado no tiene nada que ver con él. Casi no bebía y Margarita lo tenía corriendo con la comida porque tenía que cuidarse por el corazón (tuvo cuatro bypass). Le encantaba comer porque era gordito, pero cuando no lo vigilaban, iba a lo dulce. A Ramón le encanta cantar sus canciones, y cuando vamos en auto me pide escuchar Los Chalchaleros. Algo increíble es que Tatata, como le decíamos, murió el 17 de enero de 2020, y exactamente un año después nació Indalecio. Y Ramón nació el día del cumpleaños de mi abuela materna. Así que le digo a mamá que son sus padres que le mandan lindas señales.
–Recién me decías que Ramón repite la historia del hermano mayor, como vos…
–Yo fui reina de la casa seis años. Somos sólo Male y yo. La esperé un montón, porque a mis padres les costaba tener hijos. Y Ramón ansiaba un hermano, pero el otro día me dijo: “Es muy difícil ser hermano mayor”. A sus 4 años tiene que procesar un montón de información y cambios y yo lo entiendo. Y, a la vez, no deja ser la ley de la vida y ¡qué bien nos hace compartir la casa!
–¿Querés ir por un tercero?
–A veces me lo pregunto. Y la verdad es que es lindo ese lío de hermanos cuando son muchos.
Agradecimientos: Sol Carreras (@sunshinecarreras, make up), Luisa Estevez (@luisa.makeup, peinado), Desiderata (ropa) y Marlo (pijamas)
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