“Esta colección me conecta con mi infancia”, dice sobre su tesoro de cuatro ruedas
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Un Buick 53 plateado se impone entre los autos de la colección atesorada en una de sus tres vitrinas. Federico Wiemeyer (46) lo saca con cuidado y lo exhibe con orgullo. “Este es mi preferido. Fue un juguete de papá que se lo había regalado mi abuelo alemán después de un viaje. Y fue lo único que conservó de su infancia. Cuando mi colección comenzó a volverse algo más real, me lo regaló. Es una pieza maravillosa. Fijate que dice ‘Made in West Germany’, que refleja la época de la posguerra. Funciona a cuerda, tiene velocidades... Es una verdadera obra maestra alemana. Lo quiero porque en él se conjuga el valor emocional con el perfeccionismo técnico”, explica el periodista, quien tiene unas dos mil piezas en su departamento de Caballito, donde vive con su mujer Florencia y sus hijos, Carlos (17), Sol (15) y Ana (11).
–¿Cómo empezó tu colección?
–El autito fue “el” juguete de mi infancia y la marca británica Matchbox de los años 50 era mi favorita. Si bien cuando entré a la adolescencia los dejé a un lado, algo tocó mi corazón cuando tenía 19 años. Me acuerdo que había ido a un kiosco de revistas y detrás del vendedor, se veía una tira de autitos de lujo: Porche, Mercedes-Benz... Y en el medio de todos esos, un viejo Citröen 3CV negro. Era como un patito feo y creo que por eso lo compré. Lo puse en mi escritorio, como un objeto decorativo y al otro día me compré otro. Nunca fui voraz para comprar, pero al año ya tenía seis. El quiebre fue el día que encontré un Dodge Cha-llenger modelo 75, rojo con techo blanco y que había sido mi Match-box favorito cuando era chico y lo compré. A partir de ahí inicié un camino que muchos coleccionistas hicieron y tiene que ver con recuperar los autitos que me hicieron feliz de chico. Esta colección me conecta con mi infancia.
–¿También por eso coleccionás?
–En parte, sí. De hecho, tengo miles de autos, pero los que más me gustan son los modelos norteamericanos de los años 60 y 70, cuyo modelo icónico es el Dodge Charger del General Lee de la famosa serie “Los duques de Hazzard” que yo veía cuando era pibe.
–Contanos...
Yo colecciono autitos de un determinado tamaño, que es la escala 1/64. De los dos mil que tengo, mil quinientos deben venir de la marca que más me gusta que es la de Johnny Lightning porque fabrica modelos norte-americanos. También tengo europeos de los años 60 y 70. Esta afición creo que tiene que ver con que también me gustan los autos de verdad. Hay Ferraris que son obras de arte, el Porsche de los 70 es una obra de arte que hasta te lo exhiben en el MoMA.
"Coleccionar fue una manera de canalizar ciertas obsesiones. En un departamento con familia, tres hijos y hasta perro prestado como vivo en este momento, es imposible mantener un orden. Sin embargo, en mis vitrinas mando yo. Es un pequeño segmento del universo donde tengo el control absoluto"
–¿Qué descubriste en esta experiencia del coleccionismo?
–En mi caso, fue una manera de canalizar ciertas obsesiones. En un departamento con familia, tres hijos y hasta perro prestado como vivo en este momento, es imposible mantener un orden. Sin embargo, en mis vitrinas mando yo. Es un pequeño segmento del universo donde yo tengo el control absoluto.
–¿Cuál es la diferencia entre coleccionar y acumular?
–Yo incorporo autos bastante seguido a mi colección, pero ninguno llega porque es lindo o es de algún color de-terminado. Me gusta saber su historia, de dónde viene... La realidad es que te enamorás de los autos que te gustan y si fuera por eso, te comprarías todo. En ese sentido, el coleccionista tiene que saber contenerse antes de meter las manos en los bolsillos. Los autitos de kiosco, que son moneda corriente, están buenos, pero no podés comprar-te todos. El acumulador se enamora muy rápido y compra más en caliente. Pero le preguntás si tiene el Fiat 128 del 77 y no sabe.
–¿Es cierto que tenés un mecánico para arreglar los autitos?
–[Se ríe]. Muchos me preguntan eso y la realidad es que no es un oficio. Esto es algo que sucede entre coleccionistas porque hay buena onda, somos amigos y porque cuando él tiene dos horas de su vida, me las dedica a mí y a mis autos. Los restauradores son principalmente coleccionistas, no hay gente que trabaje de eso. Por eso, esos laburos no tienen precio porque son horas de amor dedicadas a un auto que ni siquiera es para él.
"Los que más me gustan son los modelos norteamericanos de los años 60 y 70 porque son los autos que veía en la televisión cuando era pibe"
–¿Tenés idea cuánto vale tu colección?
–Nunca hice la cuenta, no quiero saber. Pero tengo en claro una cosa: no pago precios absurdos. Entre los coleccionistas, compramos mucho y también regalamos mucho, es un ida y vuelta. Cada uno sabe lo que le gusta al otro y así se regala. Eso también es parte de este mundo. Una de las cosas que aprendí con esto es que todo vuelve. Hoy ni loco me compraría el Land Rover del Camel Trophy de los 80 que sale 20 mil pesos porque es una cifra absurda. Sé que en algún momento va a llegar a mis manos. Sólo hay que saber esperar.•
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