Incansable y al mando de una numerosa familia (que le traía más de un dolor de cabeza), Su Majestad gestionaba las emociones y sus gustos como nadie
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Con el peso de la corona sobre su cabeza (y su espalda), la buena salud (física y emocional) de Isabel II siempre causó admiración. En un intento por develar su fórmula secreta de eterna juventud, los medios y distintos libros –como el de Bryan Kozlowski: Larga vida a la Reina: 23 reglas para vivir como la monarca reinante más longeva de Gran Bretaña– tomaron nota de factores que la definían, como la estabilidad emocional, su carácter, su sentido del humor, y las pasiones y rutinas que la acompañaron toda su vida.
EJERCICIO FÍSICO, CORGIS Y CABALLOS
Aunque con algunos problemas de movilidad en el último tiempo, Isabel II seguía haciendo de pie muchas de sus reuniones. Ella misma contó alguna vez que su truco para no cansarse era mantener los pies paralelos y asegurarse de que el peso estuviera distribuido de manera equilibrada. Semejante fortaleza venía de una larga vida en movimiento, donde las caminatas matutinas y las cabalgatas a lo largo y a lo ancho de sus dominios fueron siempre su modo favorito de ejercitarse. A la hora de caminar, sus amadísimos perros Corgis fueron siempre sus compañeros incondicionales. El primero llegó a su vida a los 18 años, como regalo de sus padres. Era hembra: la bautizó Susan y se convirtió en la matriarca de una manada de cachorros que perduró 14 generaciones.
Aunque su entorno había decidido que cuando el último de sus perros muriera, no tendría más perros (por riesgo a que la hicieran caer), el encierro de la pandemia la animó a buscar dos nuevos: un Corgi llamado Muick y un Dorgi llamado Fergus, los primeros que no descienden de Susan. La diferencia entre Corgi y Dorgi está en que el primero es una raza pura y el segundo, un cruce entre un Corgi y un Daschund. La variedad surgió cuando un Corgi de Isabel se cruzó con un Dachshund (salchicha) de su hermana, la princesa Margarita, en 1960; y les gustó tanto el resultado que siguieron con los cruces, y los llamaron “Dorgis”.
En cuanto a su pasión equina, Isabel era una amazona destacada y una dedicada criadora de purasangre. Su abuelo, el rey Jorge V, le regaló su primer pony cuando tenía 4 años (lo llamó Peggy) y la última vez que se la vio montando fue el 24 de junio de 2022, desoyendo a sus médicos. La pandemia la alejó de la ciudad y se instaló en Windsor, pero ella, para tener cerca a sus caballos, pidió que los trasladaran de las Caballerizas Reales, en la zona sur de los jardines de Buckingham, al palacio de Hampton Court, también en las afueras de la ciudad.
DEBILIDAD POR EL VOLANTE
Isabel era una reina “fierrera”. Adoraba manejar (es la única persona en el Reino Unido que no necesita licencia). Amante de los Land-Rover y Range-Rover, también le gustaban marcas británicas como Bentley y Jaguar. Según la revista GQ, el parking real, que está lleno de “joyas motorizadas”, supera los 12 millones de dólares. Y, como si fuera poco, sabía cambiar ruedas y entendía de mecánica, habilidades que adquirió durante la II Guerra Mundial, cuando fue miembro del Servicio Auxiliar de Mujeres.
UNA DIETA SALUDABLE
Aunque la comida no la fascinaba particularmente, Su Majestad incluía algunos caprichos y pedidos especiales en su menú. Arrancaba la mañana con una buena taza de té Darjeeling y comía algún cereal y una fruta. Antes del almuerzo tomaba su cóctel preferido: gin con Dubonnet (vino dulce) con una rodaja de limón y mucho hielo y, después, las opciones del menú incluían verduras frescas, fruta, carnes de caza y aves de corral. ¿Una regla de oro? Jamás había ajos, cebollas ni páprika porque “los odiaba”, según contó el ex royal chef Darren McGrady.
El momento sagrado llegaba con el five o’clock tea, donde se imponía el Earl Grey y pecaba con recetas con chocolate amargo (su perdición), sándwiches de pepino, huevo y mayonesa o de salmón ahumado y sin cortezas, y jam pennies (sándwiches de mermelada de frambuesa cortados en círculos del tamaño de un centavo). La comida era similar al almuerzo, y siempre incluía una copa de champagne.
HOMEOPATÍA EN EL BOTIQUÍN
La Reina era adepta a las medicinas alternativas –las introdujeron en la familia la reina Victoria y el príncipe Alberto– y siempre tenía a mano curas homeopáticas. Era patrona del Royal London Homeopathic Hospital y según la prensa inglesa tomaba arsénico para la intoxicación alimentaria, cocculus, nuez vómica y árnica, además de belladona, tintura de ortiga y veneno de serpiente y de abejas.
Su madre, Queen Mum, fue patrona de la Asociación Británica de Homeopatía; y su hijo, el príncipe Carlos, es el más firme defensor, al punto de haber intercedido ante el Gobierno para que fuera más flexible con la homeopatía.
RESILIENCIA Y MENTE POSITIVA
Maestra en el arte de la resiliencia, desde joven Isabel tuvo claro que tenía que adaptarse al cambio para fortalecer la monarquía. Y lo hizo de manera magistral, al ritmo de los cambios políticos, sociales, tecnológicos, científicos, y, por supuesto, familiares. Por otra parte, detestaba los conflictos y su lema de “no quejarse y no dar explicaciones” definía su forma de abordar los problemas. La vida le demostró que la calma, la serenidad y la reflexión eran el mejor camino. Jamás perdió el control de sus acciones, gestos o declaraciones. Al menos, públicamente.
PERMISO PARA DIVERTIRSE
Dueña de un sentido del humor espontáneo, era capaz de exponerse frente a las cámaras para divertirse. Por ejemplo, cuando en 2012 participó en un sketch con Daniel Craig en el marco de los Juegos Olímpicos. El actor, en su rol de James Bond, la buscaba por Buckingham. Y también fue encantador cuando, este año, con motivo de su Jubileo de Platino, “tomó el té” con el oso Paddington.
Por otra parte, le fascinaban los rompecabezas, las adivinanzas, los jeroglíficos, los crucigramas crípticos, o mantener al día su diario escrito, todas prácticas que la ayudaban a conservar la agilidad mental.
PRACTICIDAD Y SIMPLEZA
Nunca se preocupó por sus arrugas y dejó de teñirse el pelo en 1990. Era muy práctica y tampoco perdía tiempo con su vestuario. Creó su propio estilo, soberano y technicolor (mayormente equipos monocromos de vestido con chaqueta o tapado y carteras Launder), sin tener en cuenta las tendencias. Su vestuarista y confidente, Angela Kelly, le caminaba y ablandaba los zapatos de estreno (calzan lo mismo) para evitar incomodidades durante sus compromisos.
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