La corredora de montaña y periodista –heredera del legado de su padre, Gonzalo, y su abuelo, Diego– abre su corazón para contar cómo logró sanar su relación con la comida y superar una “crisis existencial”
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Me estoy priorizando y redescubriendo como nunca antes”, admite Catalina Bonadeo. La periodista y corredora de montaña, que acaba de cumplir 30 años, inaugura otra década con la experiencia de haber pasado por diferentes puntos de inflexión. Atrás quedaron sus trastornos de alimentación de la adolescencia y su más reciente “crisis existencial” que la llevaron a seguir un tratamiento psicológico y psiquiátrico. En su departamento de Acassuso donde convive con su pareja (Francisco, de 40 años), y sus dos gatos, Chori y Avena, recibe a ¡HOLA! Argentina para contar su historia de superación.
–¿Cómo recordás tu infancia?
–Era muy tímida e introvertida. Mi niñez me lleva a Pinamar, adonde viajábamos para pasar las vacaciones en familia. En total somos cinco hermanos, tres del primer matrimonio de papá [es la hija mayor de Gonzalo Bonadeo y Susana Herrera] –Martina (27), Valentina (25) y yo (30)– y también están Joaquina (15) y Fermín (9), los hijos que tuvo papá con Carmela Carey. Siempre fuimos muy unidos.
–¿Desde cuándo te gusta el deporte?
–Cuando iba al colegio practicaba tenis y jugaba al hockey, pero el deporte en sí era algo con lo que no me llevaba bien. Tenía problemas con mi cuerpo, siempre estaba excedida de peso y me costaba conectarme con mi movilidad. Me daba vergüenza, sentía desconfianza e inseguridad.
–¿En algún momento atravesaste problemas de alimentación?
–Sí. Lo peor empezó en la adolescencia, aunque tampoco tengo recuerdo de tener una relación sana con la comida en mi infancia. Comer es una forma de canalizar y habla también de los vínculos que armás, y para mí siempre fue una relación dañina. Llegué a pesar 80 kilos (y mido 1,70), hasta que un día dije basta y empecé a adelgazar. Fui a una nutricionista, me dio resultado, me veía más linda, los chicos se me acercaban, pero me pasé para el otro lado. A los 16 años sufría de anorexia y ahí fue cuando la mujer de papá, Carmela, jugó un rol muy importante. Fue la primera en darse cuenta de que algo me pasaba, porque conocía un caso similar y veía todas las señales que yo iba dando. En el momento, sentís que estás engañando a la gente, que sos superior... Iba al colegio y me llevaba para almorzar puré de zapallo con dos hojas de lechuga y le ponía kétchup para que tuviera sabor a algo. Hasta que un día me llevó a un centro de trastornos alimenticios y salud mental. Al principio me enojé mucho, pero me dijo que si no me comprometía a salir de esa situación me iba a tener que quedar. Con mucho acompañamiento y contención, logré salir adelante y nunca más recaí. Desde entonces empecé una vida mucho más sana.
–Tu papá también cambió mucho de peso con el paso del tiempo.
–Sí, él era obeso y yo siempre sentí que era gordita por la genética de mi papá y de mi abuelo, pero después me di cuenta de que no era un tema de ciencia, sino que era la forma en que canalizaba lo que me pasaba, los aciertos y errores de mis papás, los hábitos que nos inculcaron…
–¿Alguna vez se lo planteaste?
–No, las pocas veces que hablamos sobre el peso fue cuando yo estuve muy mal y él estaba preocupado, o cuando él hizo el tratamiento con una nutricionista y bajó más de 40 kilos.
–¿Qué te hizo encontrar el bienestar?
–Correr me cambió hábitos, me dio estabilidad y, principalmente, una nueva forma de pensar. Ahora veo a la comida como un aliado para sentirme bien y como una manera de expresar y dar amor. No fue de un día para el otro. Me llevó mucho tiempo familiarizarme con una vida sana. A los 23 empecé a correr y conocí un equipo de running que me ayudó a entrenar. En 2019 me mudé sola, no sabía cocinar y finalmente en la pandemia empecé a prepararme comida sana y me enamoré de la pastelería. Siempre me gustó mucho leer y estudiar, cuando salí del colegio empecé la carrera de Medicina, y el año pasado encontré un nuevo talento. Incentivada por mi novio, me inscribí en el Instituto Argentino de Gastronomía (IAG) y hoy me encanta agasajar a mis seres queridos.
–¿Cuándo decidiste seguir el legado del periodismo?
–Desde los 4 años que camino por estudios de televisión y eso hizo que siempre lo vea como algo tentador. Durante mucho tiempo le escapé a esa pasión innata por el qué dirán, hasta que en 2012 entré a Vorterix como redactora de la radio y terminé con un programa propio. Me salía como algo natural y lo disfrutaba.
–¿A tu papá le gustó que eligieras su profesión?
–Yo creo que sí, pero nunca lo va a admitir. Siempre tuvimos una relación especial. Como toda hija, lo idealicé, hasta que me la di contra la pared. Pasamos por muchas situaciones… Se separó de mamá cuando yo tenía 11 años y ahora somos como pares, muy cercanos y me da consejos. Con su mujer, Carmela, pude construir una muy buena relación y de mi mamá prefiero no hablar. Hoy no tengo relación.
–¿El apellido te abre las puertas?
–Me abrió puertas por los contactos que me pudo acercar, sé que suma en este ambiente, pero no lo es todo. Si yo no mostraba mis habilidades no iba a poder seguir. Y al principio tuve que demostrar más que el resto y derribar prejuicios tanto míos como ajenos. No sólo con mis jefes, sino también con mis compañeros para que me respetaran. Fue un desafío, sigo un legado, pero el camino lo hago yo.
–Cumpliste 30 años hace poco...
–Los últimos dos años me fueron muy complicados, no sólo por la pandemia, sino porque tuve una crisis existencial. Estuve en el pozo y tuve que hacer tratamiento psicológico y psiquiátrico para reencontrarme, reperfilarme y hacer lo que me hace feliz en serio. Fue difícil porque primero hay que asumirlo y luego convivir con los efectos secundarios de la medicación. Antes, me daba vergüenza hablar de la salud mental, pero hoy me doy cuenta de que fue una etapa difícil pero necesaria. Hoy estoy feliz en TN Running, con mi running team y con mi pareja, una de las personas que más me acompañó en el último tiempo. Estuvo al pie del cañón: Francisco es alegría y positivismo puro. Me iluminó.
–¿Te gustaría ser mamá?
–Nunca quise tener hijos y casarme. A raíz de los conflictos con los que me enfrenté en mi infancia, me solía preguntar si sería buena mamá, si aprendí de los errores por los que pasé y nunca había tenido una pareja que me incentivara a serlo. Pero ahora me dan ganas de hacer una fiesta para celebrar el amor y tener hijos podría ser un plan a futuro.
Maquillaje y peinado: Lourdes Costa @luleramakeup
Agradecimientos: Equipo de fotografía de El Cruce
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