Yamila Cafrune recuerda con amor y emoción a Jorge Cafrune -en un nuevo aniversario de su muerte-, mientras repasa su propia vida y carrera, marcadas por la fuerte impronta de su padre
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La madrugada del 31 de enero de 1978, cuando Jorge Cafrune cabalgaba rumbo a Yapeyú junto a Chiquito Gutiérrez –un compadre fiel– para depositar un cofre con tierra de Bolougne Sur Mer en homenaje al general José de San Martín (allá se juntaría con otros mil hombres de a caballo), fue atropellado por una camioneta en la ruta 27, cerca de Benavídez. Estuvo varias horas tirado en el camino con diez fracturas en las costillas y politraumatismos de cráneo, y en las primeras horas del 1° de febrero llegó sin vida al hospital de Tigre. Tenía 40 años, había vendido millones de discos y era el cantor popular más querido por los argentinos (aún hoy su figura sigue despertando gran interés). En ese momento, Yamila Cafrune (58) –la mayor de las cuatro hijas que el artista que popularizó la zamba “De mi esperanza” tuvo con su primera mujer, Marcelina Gallardo (después vinieron Victoria, Zorayda Delfina y Eva Encarnación, y, más tarde, de su unión con Lourdes López Garzón nacieron Juan Facundo y Macarena)– acababa de cumplir 12. Y aunque hay detalles de esa noche oscura que su memoria prefirió no retener, tiene grabados a fuego en la cabeza y la piel esos años junto a su padre. Con el tiempo, Yamila se convirtió en cantora (antes se recibió de abogada en la Universidad Nacional de Córdoba), supo ganarse un lugar propio en el folklore, grabó trece discos y –como lo hacía su legendario papá– recorrió el país con su canto. También se casó, tuvo dos hijos –Agustina (24) y Santiago (21)–, se separó y eligió Cañuelas como su lugar en el mundo. De todo eso conversó con ¡HOLA! Argentina en una charla emotiva, en la que Jorge Cafrune volvió una y otra vez. Acaso ni la muerte pudo acallar su voz.
–¿Qué hacés durante la temporada baja del folklore?
–Nunca dejo de cantar. Nosotros no somos cantores de verano, somos cantores de todo el año, porque si bien Cosquín es importantísimo, Cafayate es importantísimo, la Fiesta de la Tonada y todas las fiestas de Cuyo también son importantes, como las del litoral, los festivales no están todo el año, y el cantor y la cantora no podemos hibernar. Así que nosotros creamos nuestro propio trabajo. Y así creamos, por ejemplo, Folklore con Amigos, con Víctor Simón; Ramírez-Cafrune Cafrune-Ramírez, con Facundo Ramírez; o Cafruneando, un espectáculo en homenaje a los 80 años de mi papá y 40 de su desaparición física, que hacía yo sola con la guitarra: viernes, sábados y domingos agarrábamos los caminos de la patria en el autito, y salíamos de gira a cantar.
–Tu papá lo hacía a caballo y vos lo hacés en auto…
–Sí, por una cuestión de distancia y de edad, ya no se puede a caballo. [Risas]. Cuando el papi lo hacía a caballo era otro país y era otro el objetivo: se acarreaba un montón de gente. Pero así lo hicimos durante más de un año y fue maravilloso.
–¿Qué significa para vos el apellido “Cafrune”? ¿Es una carga, un orgullo, una responsabilidad?
–Todo lo que dijiste. Un orgullo siempre fue, es y seguirá siendo. Yo no quiero que me dejen de decir “la hija de Cafrune”, porque para mí es motivo de orgullo y porque sé lo que hago y lo que hacía el papi. Sí fue una gran responsabilidad al comienzo, porque la gente esperaba ver a la hija de Cafrune como una prolongación de Cafrune, y yo no sabía si era eso, no sabía si lo estaba haciendo bien o como la gente quería que lo hiciera.
–¿Qué más te legó tu papá, además del amor por la música?
–Creo que una de las cosas que nos heredó a todas las hijas es el amor por esta patria nuestra, el amor por la gente. Y el hecho de no creértela: él nunca se creyó nada y yo tampoco. Si bien sé que soy su hija –la hija que canta, digamos, porque después se enojan mis hermanas [risas]–, nunca me subí a un banquito. Y lo que tenemos lo hemos ganado trabajando. Eso nos enseñó: a tener una vida digna y un nombre digno, y a honrar el nombre que nos precede.
–¿El mundo del folklore es machista?
–Es absolutamente machista. Yo lo sufrí y lo sigo sufriendo. Sobre todo, al comienzo de mi carrera, cuando por ahí eran las cinco de la mañana y había grupitos de chicos varones que estaban de moda y te iban dejando postergada para más tarde, cada vez para más tarde, y terminabas cantando tardísimo. Hubo necesidad de una ley que determinara el cupo femenino. ¡¿Es necesario que exista una ley que determine cuántas mujeres tienen que subir al escenario?! Tenés que estar pensando vos cómo podés convidar a tus compañeras para que suban al escenario y que en vez de tres seamos cuatro o cinco.
–¿Te gustan los escenarios grandes, tipo Cosquín, o preferís cantar en lugares más chicos, donde el contacto con la gente es diferente?
–Me gusta ir a Cosquín, amo Cosquín, pero me tengo que tomar varios tranquilizantes desde el momento en que sé que estoy contratada porque me pone supernerviosa. [Risas]. Pero aun así me encanta Cosquín, porque me gusta que me vean, aunque sea por una vez, en todo el país. Es muy difícil subir a un escenario nacional y que te vean incluso desde el exterior. Entonces una quiere estar ahí, todos y todas queremos es tar. Pero disfruto más el lugar pequeño, donde puedo contar la historia de una canción y no me están corriendo con el reloj. En Cosquín tenés un tiempo que debés respetar, porque atrás vienen otros colegas.
–¿Cómo fue tu relación con los artistas contemporáneos de tu padre, como Horacio Guarany o Mercedes Sosa, por ejemplo?
–He conocido a muchos, pero no con todos tuve relación. He conocido a don Jaime Dávalos, a Julia Elena, he conocido a don Eduardo Falú, que era el amor de mi vida, a don Aníbal Sampayo, a don Jaime Torres, al Negro Luna, a Horacio Guarany, a Los Chalchaleros. Un montón de gente. A Mercedes Sosa pude saludarla en cuatro o cinco oportunidades, cuando yo ya cantaba. Pero nunca tuve un vínculo con ella. No por mala onda eh, por falta de tiempo. Y lo lamento mucho.
–¿Sentís que Jorge Cafrune recibió el reconocimiento que se merecía?
–Creo que un cantor popular como era él no querría nunca otro reconocimiento que el que le da el pueblo. Y eso lo tiene, de punta a punta del país: pueblo al que voy, pueblo en el que la gente me habla de él. No sé si le hubiera gustado tener un monumento o algo así, lo que sé es que lo hubiera hecho feliz saber que la gente lo recuerda y lo reconoce. Esa gente que lo escucha a las cinco de la mañana tomando un mate o en el tractor, porque ahora se puede poner CD, Spotify y todas esas cosas… Una vez, mientras hacía Cafruneando en un pueblo de 1700 habitantes, terminé de cantar “El orejano” [célebre canción de Jorge Cafrune] y, en lugar de aplaudir, se levantaron tres paisanos, se sacaron el sombrero y se lo pusieron en el pecho en señal de respeto. Ese es el reconocimiento del que el papi diría: “Esto es lo que yo quise”.
–¿Es cierto que estás escribiendo un libro sobre su vida?
–Sí, estoy renegando bastante con el libro. Ya está escrito, pero me falta corregirlo. En el fondo, no quiero que nadie me lo corrija, quiero que salga como está, pero como está escrito no es un libro comercial. Entonces, ahora quisiera encontrarme con la editora o el editor a quien yo no le tenga que explicar quién era Cafrune. Que él o ella supieran, leyendo, qué quiero decir con ese libro. Así que te diría que ya casi está, falta que yo tome la fuerza para el empujón final.
–¿Qué creés que pensaría él de tu carrera?
–Me lo planteo todo el tiempo. ¿Habría estado orgulloso de mí? ¿Le habría gustado lo que hago, el repertorio que elijo? Yo creo que él sabe que elijo las cosas con la mayor responsabilidad posible y, al mismo tiempo, sé que lo que no le habría gustado es el sufrimiento que muchas veces acarrea esta vida.
–¿Llegaron a hablar de tu vocación?
–Un día me preguntó: “¿Qué quiere ser?”. Y yo le respondí: “Cantora”. Y me contestó: “No. Porque esta vida es muy solitaria y riesgosa”. Entonces le dije: “Abogada”. Y me replicó: “Tampoco”. [Risas]. Y soy las dos cosas que él no quería que fuera: abogada y cantora. Pero creo que estaría orgulloso de la mujer que soy.
–¿Qué recuerdos tenés de tu papá durante tu infancia?
–Era un gran tipo. Muy duro y rígido en un montón de cosas. Una rigidez que se ablandó bastante cuando comenzó a viajar, a conocer otros países que tenían una cultura diferente a la nuestra. Ahí se empezó a dar algunos permisos que también hicieron que su amplitud de criterio fuera más grande. Por lo menos con nosotras. Eso mientras pudo, porque era un papá muy ausente, que pasaba largas temporadas afuera. Él quería que nosotras fuéramos personas de bien, y también quería dejarnos determinadas herencias. Por ejemplo, saber andar a caballo, tener un oficio o una profesión, aprender otro idioma. Quería que supiéramos cosas del campo, cómo enlazar, tirar las boleadoras, ensillar… Y eso las cuatro lo sabemos. Dentro de la casa era un gran tipo, risueño, de hacer bromas a las hijas… le gustaba dormir a la intemperie, entonces, por ahí eran las cuatro de la mañana y venía, te despertaba y te decía: “Vamos a dormir afuera”. Y había tirado un colchón al lado del aljibe y nos hacía dormir ahí, y nosotras muertas de frío porque empezaba a caer rocío, y él decía: “No hace frío, ¡qué va a hacer frío!”. [Risas]. Me hubiera gustado poder conocerlo y disfrutarlo más.
–¿Te satisface la versión oficial de su muerte, que dice que fue un accidente?
–Es algo que me planteo mucho. Al principio, no quedaba ninguna duda de que había sido un accidente. Y después, con el tiempo, te hacen pensar: ¿fue un accidente?, ¿qué se dijo?, lo que se dijo ¿fue verdad?, lo que se fue a declarar a la policía, ¿era la verdad o era lo que convenía declarar? Bueno, ahora estoy tratando de reunirme con una gente (cuando empezamos a trabajar nos agarró la pandemia y tuvimos que dejarlo) para armar una comisión seria y charlar sobre esto, investigar a fondo el tema. Me gustaría saber la verdad, necesito sacarme las dudas. Por mí, por la gente que siempre me pregunta y por mis hijos y mis sobrinos, que son sus nietos. Es importante que ellos sepan qué pasó realmente. Es la única forma de poder cerrar y sanar.
Peinado y maquillaje: Joaquina Espínola. Estilismo: Yami Coller. Agradecimientos: Museo Histórico José Hernández Chacra Pueyrredón, Subsecretaría de Cultura de la Municipalidad de San Martín, Compañía de Sombreros (@companiadesombreros), Lady Twail (@ladytawil), Mercedes del Campo (@mercedes_del_ campo), Vars (@vars_ok ), calzados Grabagna (@calzados.gravagna).
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