La modelo repasa su fabulosa carrera y nos cuenta de sus proyectos vinculados con el mundo del arte y su deseo de tener un hijo
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En la medianoche del 31 de diciembre, a la hora de brindar, la consigna era elegir una palabra que se pudiera mantener a lo largo del 2024. “Siempre pido los mismos de - seos: amor, salud, trabajo y paz para los que quiero, pero esta vez la consigna era diferente. Luego de un rato, la encontré: profesionalización. Es medio trabalenguas, pero esa es mi palabra-mantra para este año”, asegura la modelo Dafne Cejas con su voz dulce y sin apuro alguno. Mientras habla, la top model, que nació hace 31 años en Villa María, Córdoba, va acomodando sus interminables 1,83 metros en uno de los rincones de la casa de José Ignacio donde pasa en estos días parte de sus vacaciones.
Dafne acaba de llegar de almorzar un chivito uruguayo junto a su marido, el fotógrafo Andrés Cigorraga Castex (39), y la familia que armó la vida –tal como ella la llama– después de haber peleado con el viento rebelde del este. Lleva el pelo revuelto, una de sus características por excelencia: lo tenía tal cual a los 17 años, cuando la descubrieron durante un verano mientras repartía volantes en un Cosquín Rock. “Ella es así, con ese pelo. ¡Mirá esa cara! Definitivamente, yo se lo soltaría”, sentenció la mismísima Madonna contrariando a su amigo el reconocido fotógrafo Steven Klein, quien, en una madrugada de febrero en Nueva York, insistía en retratar a la cordobesa con el pelo atado. Después de ese debut, la carrera de Dafne –que se llama así porque su madre, Anita Galiano, era fanática de Daphne, el personaje de Scooby Doo, la mítica serie de Hanna-Barbera– no se detuvo: voló a París, donde conquistó a todos los número uno de la moda con su belleza singular, empezando por Riccardo Tisci, director creativo de Givenchy. “Mi look es raro, andrógino, medio tomboy, y, además, soy delgada natural. Mi imagen es strong y fearless, pero también femenina. Me gusta. Me siento cómoda. En el exterior, donde hay más variedad de caras y de cuerpos, me fue más fácil trabajar”, dice ella a la hora de explicar por qué casas como Louis Vuitton, Hermès, Max Mara, Zac Posen y Ann Demeulemeester, entre muchísimas otras, llevan más de una década eligiéndola como su musa.
En 2023, la modelo dejó su casa de Nueva York –que era su base– para quedarse en Buenos Aires, una movida que coincidió con su nuevo proyecto de vida: el arte. Inaugurar en mayo pasado Barrakesh –un centro cultural para promover nuevos artistas– fue el sueño que empezó a cumplir cuando se anotó para estudiar Historia del Arte. “Estoy feliz”, resume ella.
–¿Cómo te decidiste a estudiar Historia del Arte?
–Me anoté siempre en muchas cosas. Me inscribí en Abogacía y en Bioquímica, dos carreras que nunca llegué a empezar. [Se ríe]. El arte siempre me fascinó. A mitad de 2019, mientras estaba en Tokio trabajando, me dije “Me anoto y, cualquier cosa, después veo”.
–¿En 2019, el mismo año en el que te casaste?
–Sí. Y pocos meses después, comenzó la pandemia. Me habían ofrecido una temporada en Shanghái, y –al igual que le pasó a todo el mundo– no se pudo hacer nada. Fue un momento complicado para muchos, pero, en lo personal, resultó enriquecedor. Con mi marido, pasamos la cuarentena en el campo: monté una huerta, hice mermeladas y cociné todas las recetas que circulaban, y me puse a estudiar la carrera online.
–Era tu luna de miel. ¿No hubo reclamos?
–[Se ríe]. ¡No! Al igual que mi papá [Marcelo Cejas, un ingeniero muy reconocido de Villa María, que murió en 2023], mi marido me apoyó muchísimo. Andrés siempre me decía que era yo la que siempre ponía excusas. Y me mandé. Siempre fui bastante audaz. En la moda, nunca tuve miedo de experimentar cosas locas, como decolorarme las cejas para convertirme en un alien. Lo viví siempre desde la creatividad.
–¿Sentís que pasar de la moda al arte es un gran salto?
–Hace poco, en Nueva York, alguien me dijo “¿Historia del Arte? Ah, te vas a convertir en una gallerina”. Yo no sabía qué era eso. “Es la chica linda, alta y flaca, del tipo de las modelos rusas, que está en la entrada de los museos”, me explicó. ¡Qué bronca me dio! ¿Por qué no podría estudiar arte? Eso habla de etiquetas. A mí me gustan todos los productos culturales: la música, la literatura, la moda. Y la moda y el arte tienen muchísimo en común: gente, procesos creativos… Al igual que el arte, la moda significa un gran aporte a la cultura.
–¿Y cómo fue tu primera curaduría? ¿Ahí tampoco te tembló el pulso?
–[Se ríe]. Ahí admito que me dio un poquito de inseguridad. La muestra era en el consulado argentino en Nueva York. Lo bueno fue que, cuando me convocaron, justo estaba cursando una materia vinculada con la curaduría: mis profesores me ayudaron. Mi plan es dedicarme a eso.
–¿Cómo surgió el centro cultural?
–Venía flasheada con el trabajo de ChaShaMa, una ONG neoyorquina para la que yo también había hecho otra curaduría, cuando apareció mi amigo Javier Pita [director, escenógrafo y realizador de eventos]. Me contó que quería armar una propuesta cultural por fuera del mainstream. Hoy somos cinco amigos que queremos brindar un aporte real a artistas emergentes y acercar el arte a nuevos públicos.
–Contá quiénes son tus compañeros de team.
–Javier, con su productora de eventos, y Gabriela Yaceszen, que es gestora cultural; también Carlos Carabia Gómez, que es médico y DJ, y Sara “Kiwi” Stewart Brown, que instaló ahí su taller. Somos un grupo ecléctico y versátil. Entre todos consensuamos las propuestas para armar la agenda. Eso sí: deben encajar con nuestro manifiesto.
–¿Y cuáles son sus principios?
–Somos apolíticos, apartidarios; nos interesan las disidencias. Por ejemplo, cuando inauguramos Barrakesh, lo hicimos con una muestra sobre el imaginario de las novias en la cultura de América Latina de una galería itinerante de Mendoza, que contó con la participación de una revista que trabaja con las disidencias. Fue alucinante.
–¿Cuál es la historia del lugar?
–Es una casa muy grande, ubicada en Barracas, en lo que fue el Hotel California. Durante quince años, el lugar –que está ubicado en la esquina del icónico Bar El Progreso– estuvo ocupado y abandonado. ¡Era un desastre! Al principio, como está en la calle California (esquina Montes de Oca), lo íbamos a llamar así, California. Barrakesh surgió un poco en broma: como nos parecía un territorio lejano, como Marrakesh, empezamos a decirle Barrakesh. Nos autogestionamos: con lo que recaudamos, pagamos el alquiler, la luz y organizamos los eventos siguientes. Para el 2024, la agenda es increíble.
–Estás superenfocada en este tema. ¿Vas a dejar el modelaje?
–Todavía no me fui del mundo de la moda. El año pasado me llamaron varias marcas, pero no estuve en Nueva York: estaba en Buenos Aires acompañando a mi papá. Soy de esa generación de modelos que vivieron lo mejor de los años dorados de la moda: las de mi camada éramos pocas, teníamos mucho trabajo, nos pagaban bien y viajábamos a todos lados. En aquel momento, los managers nos decían que, para trabajar, debíamos tener cierto peso y altura, una nariz determinada… y también una edad. Si te pasabas de esa edad –decían–, no te llamarían más. Llevo quince años trabajando de esto y, si bien no cuento con el mismo tiempo que antes, sigo en carrera. Volví con Look1, mi primera agencia, y tengo muchísimo trabajo. ¡Están llamándome para hacer shows que yo hacía cuando tenía 18 años! Ya veré cómo me organizo…
–¿Es verdad que tener un hijo está en tu agenda de este año?
–[Se ríe]. Esa pregunta me la hacen mis amigos y también mi mamá. Mi hermano Gastón está soltero y me dice que la primera de la familia en tener hijos voy a ser yo. [Se ríe]. La verdad es que tengo muchas ganas. Muchos pensaron que iba a pasar en la pandemia, pero no sucedió. En estos días, mientras estábamos en la playa con mis amigas, charlamos mucho ese tema. Con mi marido, también lo hemos conversado, porque no sólo hay que pensar cuándo tener un hijo, sino también en dónde. Como matrimonio, tenemos que organizarnos y anclarnos en un lugar. Será, quizás, el año que viene.
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