En su pied-à-terre porteño, nos cuenta sobre su vida itinerante
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A los 40 años, James Boyd Niven ha conseguido lo que muy pocos decoradores de interiores han logrado: que su nombre sea sinónimo indiscutido de estilo y de originalidad más allá de las fronteras. En estas latitudes, una de sus obras maestras es el Hotel Montevideo, el primero del Río de la Plata que pertenece a The Leading Hotels of the World: todo –desde las ochenta habitaciones, los cuatro restaurantes hasta la terraza pasando por los manteles, las copas y las palmeras– fue decidido por este prestigioso diseñador y decorador de nombre, apellido y ascendencia británicos, pero que es bien argentino, como los alfajores, el vino y las empanadas con las que suele sorprender en los eventos que realiza en el exterior: “Mi nombre me ayuda a hacer un poco de trampa. Cuando estoy en Buenos Aires, me dicen el ‘Inglés’... Y en Londres, donde en este momento está mi base, soy el ‘Argentino’ –aclara él, que es el menor de cinco hermanos de padres anglo-argentinos y de abuelos ingleses y escoceses que llegaron a nuestra patria cerca de 1860. Boyd es el apellido de su padre y Niven, el de su madre–. Pasé toda mi vida en Martínez, provincia de Buenos Aires, hasta que emigré. Estoy orgulloso de mi origen. Afuera, aprovecho para vender Argentina al mundo; promuevo la región”, dice a ¡HOLA! Argentina.
–Ganaste dos veces el Design Award de Casa Foa, tus trabajos se publican en revistas internacionales; hace poco, AD Francia te incluyó entre los 80 mejores diseñadores de interiores del mundo. Y acá pocos te conocen...
–Estaba un poco peleado con el mundo de la comunicación. Mucha gente me decía que tenía que tener redes y yo tenía mis reparos: considero que hay una delgada línea entre montar un personaje y comunicar contenido. Contratar a una persona que se haga cargo de, por ejemplo, montar todo un hotel sólo porque es divertida en las redes sociales me parece peligroso. Hace poco, me quisieron contratar para realizar un espacio en el metaverso, algo que muchos diseñadores están haciendo. La inteligencia artificial también me hace ruido: es una herramienta, pero si basás todo tu trabajo en ella, es como elegir a un cirujano que nunca operó. Para mí, sin embargo, el gran desafío es tener obra realizada. La experiencia es la experiencia.
–¿Cuál fue el recorrido?
–Hago decoración, pero, más bien, me considero un escenógrafo, un trabajo parecido al que hace el director español Pedro Almodóvar. Armo happenings, monto experiencias, creo un todo en el que intervienen los cinco sentidos. Gran parte de mi ojo estético lo heredé de mi familia materna. Mi abuela, Poppy Dickinson Niven [fue, en la década del 70, presidenta de la Asociación Argentina de Rosicultura], me enseñó todo lo que sé de arreglos florales y de jardines. Mi madre, Renée, siempre tuvo en casa talleres de artesanías; gran parte de lo que aprendí con ella me llevó a montar mi propio taller de oficios: cuando diseñás y creás algo, tenés que transmitir el oficio. Cursé tres años de Arquitectura, pero no era para mí. En Nueva York, donde me instalé, estudié fotografía, una pasión que tenía mi tatarabuelo [James Niven fue uno de los primeros fotógrafos que retrató la vida rural argentina, a fines de 1800] y me metí en el mundo de la moda. Aprendí de styling y de interior design trabajando para Armani. Todo lo demás es resultado de mis viajes, de mis lecturas…
–¿Trabajaste como modelo?
–¡Duré cinco minutos! Me di cuenta de que me interesaba más armar un set, un escenario, organizar ambientes en los que color, textura, fondo y figura funcionen. Nunca hablo de “me gusta” o “no me gusta”: para mí, “funciona” o “no funciona”. Una alfombra cargadísima puede funcionar con determinado empapelado si está bien usado, les digo a los clientes. Y ellos confían. A veces, soy más net; otras, más recargado. En mis ambientes, siempre hay algo en clave de chiste, pero que funciona: una alfombra con unos perros saltando un cerco, un chancho de cerámica sentado en una banqueta, unos platos – también ingleses– pegados en la pared y en el techo…
–¿Tenés un estilo ecléctico?
–Tomo ese calificativo como un cumplido: si bien me encanta el estilo clásico del francés Jacques García [el decorador del Hotel Costes, de París], no lo sigo a rajatabla; y, aunque me gusta lo moderno, no hago delirios. Podría parecer, incluso, que es medio kitsch… hasta que alguien que sabe del tema se percata de que, por ejemplo, los pájaros que elegí para poner sobre una cómoda tremenda son de Meissen, la primera porcelana producida en Europa. Mi plus son mi mirada, la experiencia y el sentido del humor. No me tomo nada tan en serio.
–Cuando presentaste tu libro Artes y oficios (Rizzoli), te acompañaron la fotógrafa y activista Paola Marzotto, madre de Beatrice Borromeo, la princesa Laetitia d’Arenberg, la ex primera dama uruguaya Lorena Ponce de León Nicola, Cristiano Rattazzi... ¿Te vinculás con muchas celebridades debido a tu trabajo?
–Paola es una artista, filántropa y una amiga muy generosa. Lorena [Ponce de León, la ex mujer del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou], que es paisajista, me acompañó en el Hotel Montevideo. Por confidencialidad, a mis clientes no los puedo nombrar. Mi lealtad es con ellos. En mi vida, puedo estar en dos situaciones: o trabajando para un proyecto personal o para un cliente. Cuando trabajo para otros, ya sea haciendo un lodge de pesca en la Patagonia, una casa de campo en Entre Ríos o un hotel, los imagino como proyectos míos. Estoy como en un trance.
–¿Cuál es tu cable a tierra?
–El polo. Mi abuelo, Tomás Niven [el primer criador de Aberdeen Angus del país] que jugaba en un campo al sudeste de la provincia de Buenos Aires [fundó, en 1935, el Club de Polo Los Incas], me enseñó a jugar cuando yo era chico. Soy muy inquieto, me aburro rápido, y practicar este deporte de manera amateur me hace muy bien: estar trabajando todo el tiempo no es sano. Hace, además, que tu ego se mantenga a raya. Muchos diseñadores se creen mil; son medio celebrities… ¡y no exageremos!: no es que hacemos algo tan vital para la humanidad: somos decoradores. Trabajo muchísimas horas, sí, y lo disfruto, pero después, me desconecto.
–¿Cómo llegaste a Londres?
–Cuando terminé mi tarea en el Hotel Montevideo, Hugues Decobert [un empresario francés y CEO de Square Capital] me convocó para proyectos en Europa. Hugues no sólo sabe armar buenos equipos de trabajo, sino que es una de las personas que más admiro en cuanto a estética y design.
–Milán, Madrid, Buenos Aires, Londres, Punta del Este… Te la pasás viajando. ¿Tu agenda atenta contra el amor?
–Soy un privilegiado: voy viajando según los eventos y las colecciones del mundo deco. Del amor… ¿qué decir? En este momento, estoy muy enfocado en mi trabajo: hoy me pueden enamorar una mesa, un cuadro, una silla o la línea de grifería que diseñé y que presenté este año en la Feria de Milán como un producto argentino.
Agradecimientos: Hugo Boss
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