A los 40, su vida cambió por completo cuando decidió arriesgarse y dejar su trabajo en relación de dependencia para convertirse en emprendedora
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Después de trabajar por quince años en una compañía de seguros, Belén Moroni, licenciada en Administración de Empresas, sentía que a su vida le faltaba algo, que su misión, en realidad, era otra. Así fue que a los 40 años dejó su empleo y se independizó como productora de seguros, lo que le permitió manejar su agenda y dedicar tiempo a descubrir cuál era su verdadera pasión. “Noté en Instagram que se estaban poniendo de moda los accesorios étnicos, así que mi proyecto en un principio fue crear mi propia marca, viajar por el mundo y buscar esas artesanías que revalorizaran las técnicas ancestrales que hay detrás de cada pieza única”, le cuenta a ¡HOLA! Argentina la empresaria santafesina de 47 años. Con esa idea surgió Warmi Store, una tienda de productos de cestería y mimbre hechos a mano (hoy Belén tiene su local en San Isidro) que, sin que se lo propusiera por entonces, fue el puntapié para el nacimiento de Warmichella, el festival que todos los años reúne a emprendedores, artesanos y artistas, y que ya tiene confirmada su edición 2023 para el 6 y 7 de mayo en Ingeniero Maschwitz.
–¿Qué fue lo primero que hiciste cuando creaste tu marca?
–Empecé a contactarme con artesanos y a viajar, y traje accesorios elaborados por los wayús, un pueblo indígena de Colombia. Después fui a una cárcel de México donde hacían unos bolsos divinos que fueron furor en ventas, y trabajaba con dos familias de la India que confeccionaban clutches bordados. Estuve un mes y medio vendiendo por Instagram, los seguidores aumentaron, mis amigas y las mamás del colegio de mi hijo Manuel me ayudaron mucho con la difusión de boca en boca y, cuando hice el cuarto pedido de mercadería a Colombia me informaron que se iban a cortar las importaciones. Ahí recordé una historia que había leído en la revista Ohlalá! sobre una cooperativa que vendía canastos que hacían los qom, y empecé a trabajar con comunidades locales. Hago intervenir los canastos con pintura y bordado y, como les doy mucha visibilidad a esos emprendedores y artistas, cada vez se me acercan más.
DEL “EGOSISTEMA” AL ECOSISTEMA
–Y un día llegaste a tener miles de seguidores…
–Sí, era algo impensado en ese momento. Por eso organicé un té en el jardín de mi casa para agradecerles a mis amigas. Invité a otras marcas que conocía de Instagram, al hijo músico de una amiga y a la chef Jessica Lekerman. Vinieron unas sesenta personas y, como se subieron muchas fotos a las redes, todos preguntaban de qué se trataba y por qué no lo abría al público en general. Yo no sabía organizar eventos, pero soy mandada. A través de unos conocidos, conseguí que me prestaran un lugar en el bajo de San Isidro y seis meses después hicimos el primer Warmichella con muchos más emprendedores, al que vinieron 1500 personas.
–¿Qué aprendiste en todo este camino?
–Principalmente, a delegar algo que es mío y que siento como un hijo. Me costó, pero soy feliz porque somos un equipo buenísimo. Creo que esa es la clave para dar el salto de emprendedor a empresario. Los emprendedores estamos muy solos, y con Warmichella se generó una comunidad muy linda y un espacio de networking. Siempre digo que hay que salir del “egosistema” y pasar al ecosistema donde todos podamos compartir y crecer juntos. Esa es la parte más linda de lo que hago y la razón por la que todas las mañanas me despierto contenta.
–¿En qué otros aspectos sentís que te cambió la vida?
–Mi trabajo en la compañía de seguros me gustaba, pero yo era como una mujer gris, y con mi emprendimiento pasé a ser un arcoíris, una mujer multicolor. Antes de empezar con todo esto sufría mucho dolor de cabeza y cada tanto terminaba internada. Curiosamente, me hacía tirar las cartas del Tarot y me decían que era una persona muy creativa, pero que esa creatividad estaba como contenida. Yo pensaba que las tarotistas estaban locas. [Se ríe]. Busqué mi camino por todos lados, hice cursos de cerámica, bordado, pintura, traté de tejer como hace toda mi familia, pero manualmente soy bastante inútil y la ansiedad me gana. Finalmente, logré canalizar esa creatividad a través de Warmi y nunca más sufrí de esos dolores. Siempre digo que antes tenía todo más apagado y hoy tengo todos los sentidos despiertos; cuando viajo observo mucho más, tengo las antenitas atentas a todo lo que pasa alrededor.
–¿Cuál fue la reacción de tu familia cuando dejaste tu trabajo para pasar al emprendimiento?
–Soy de una generación en la que, si no sos médica, abogada o contadora, todo lo otro es un desastre. Cuando empecé con Warmi, mi papá, que es médico y muy estructurado, me decía: “¿Vos vas a dejar un trabajo estable para hacer algo que no tiene nada que ver, un proyecto incierto?”. Y la primera vez que vino a Warmichella no lo podía creer.
–En tu casa hay imágenes de la Virgen de Guadalupe y tenés un altar dedicado a ella.
–Soy muy devota de la Virgen de Guadalupe, tengo varias imágenes suyas en mi casa e incluso la tengo tatuada. Y este altar en mi living empezó como un refugio. Si bien soy muy social y me encanta invitar gente, mi casa es como mi templo, el lugar donde bajo a tierra y puedo desconectar. No es algo puramente religioso, hay otras cosas mías como un osito cariñoso de cuando era chica, dibujos de mis sobrinas y muchos sahumerios, óleos y hornitos que me manda la gente. Cuando estoy medio pasada de rosca, especialmente antes de cada Warmichella, acudo a mi altar, rezo y agradezco por todo.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola
Agradecimientos: Estudio Amud, La mona viste de seda y Romi Zelener
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