El historietista nos abre las puertas de su mundo privado
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Tutelandia está en la contratapa del diario La Nación, y también en las páginas de diarios de México, Colombia, Perú, Panamá y de Estados Unidos, por sólo nombrar a algunos países en los que la tira de humor es conocida. Tutelandia también está en las librerías, en la televisión, en las redes sociales. Pero Tutelandia, la original, la auténtica, está situada en San Telmo, en un loft lleno de luz y de objetos cargados de historia. Hay pinturas en proceso, lienzos en atriles y una obra inmensa, realizada por la artista plástica María Cristina Marcon, la primera mujer de Carlos Loiseau, Caloi, y la mamá de Juan Matías Loiseau (48), Tute, y de sus dos hermanos. Hay libros en cajas y cajas apiladas como edificios, unidas con cinta adhesiva con el Hincha de Camerún de plástico bien arriba. “Esta es una casa de transición, pero, como muchas transiciones, esta se está alargando”, admite Tute (el sobrenombre, que es su marca registrada, deriva de Matías). Encontré este lugar gracias a una historia que publiqué en mi cuenta de Instagram. Una seguidora vio mi pedido y me lo ofreció. Los dibujos casi siempre ayudan”, dice, divertido. En ese loft, Tute comparte la mitad de todas las semanas con sus hijas, Dorotea (18) y Olivia (9), fruto del amor de dos parejas diferentes que tuvo.
–¿Cómo es la vida en Tutelandia?
–Es un caos funcional. En casa, cada uno tiene sus horarios. Oli, que va a cuarto grado, se va a dormir temprano. Doro, que va a quinto año, se organiza sola. Mi trabajo es incompatible con la escolaridad de las chicas porque trabajo por la noche y hasta las cinco de la mañana, pero tengo una organización tal que me permite elasticidad. Dentro de ese desfasaje, todo funciona.
–Haber crecido en una casa tan particular, con un padre creativo como el tuyo, determinó tu vida y la de tus hermanos [Tomás, músico; y Aldana, fotógrafa y realizadora audiovisual]. ¿Eso lo heredaron también tus hijas?
–Doro y Oli son muy creativas, y yo trato de darles todas las herramientas posibles. Doro hacía dibujo, pintura y fotografía, pero abandonó. Quiere dedicarse al diseño de indumentaria. Oli es muy buena dibujante y pintora. Las dos son muy detallistas: tanto la madre de Doro como la de Oli son muy observadoras. Bueno, después, está mi aporte [se ríe], que soy observador del detalle.
–¿Comparten el humor?
–Me doy cuenta de que ellas ya definen del mismo modo humorístico que tengo yo. Es un determinado tipo de humor: el de mi viejo. Ese humor se transmite.
–Desde muy chico, copiabas los dibujos de Caloi. Sabías que querías hacer lo mismo que él. ¿Cómo reaccionarías si tus hijas quisieran hacer lo mismo que ustedes?
–[Se ríe]. Sí, dibujaba Clementes ya desde la primaria… y los cambiaba por figuritas o bolitas. ¡Me salían bien! Si Doro u Oli quieren hacer lo mismo, mal haría yo en cercenarles el deseo. El mundo del arte no es fácil, ¡pero yo soy artista, su abuelo fue artista; venimos de una familia de artistas! Ellas van a tener más posibilidades de ser felices haciendo lo que les guste que intentando obtener algún tipo de seguridad en una carrera más tradicional.
–¿Tu papá te sugirió alguna vez que te dedicaras al diseño gráfico?
–Sí, es verdad. Cuando terminé la secundaria, mi viejo me dijo que me veía para el diseño gráfico. Fue un momento tremendo para mí: me había formado toda mi vida para ser lo mismo que él, humorista gráfico, y me dijo ¡eso! Mi vieja no tenía ninguna duda de que me iba a convertir en un artista y vivir de lo mío. Y yo tampoco. Pero fui obediente y me anoté en la Escuela Superior de Diseño. Cursé sólo un año. Una vez, le pregunté a mi viejo por qué me había dicho eso. Me respondió que no se acordaba. Ahí tomé conciencia de lo hondo que pueden calar algunas palabras cuando uno habla con los hijos.
–¿Por qué pensás que lo dijo?
–Quizás porque sabía que ser artista no es fácil. O habrá pensado que el camino sería difícil para mí teniendo en cuenta quién era mi viejo en el humor gráfico. No lo sé. Pero, más allá de ese comentario, mi papá siempre me dio mucha libertad. Siempre fue “Dale para adelante”. Cuando yo era chico, él siempre decía que yo era su versión mejorada.
–¿Los dibujos sirven a la hora de conquistar?
–Y... uno trata de que el dibujo sirva siempre, ¡porque, además, es parte de uno! A veces sirve; a veces, no. Recuerdo que con la mamá de Oli, yo quería que mis dibujos “hicieran fuerza”, pero ella no me registraba para nada. [Se ríe]. Ella veía mi avatar y creía que yo era fanático de una caricatura.
–El humor que hacés supone una gran síntesis. ¿Sos así en la vida cotidiana?
–El humor es más poderoso cuánto más económico es verbalmente. La síntesis, para mí, es un camino en todo lo que produzco. Pero, con mis hijas me interesa que nos comuniquemos y que se comuniquen entre ellas para que sepan cómo piensan, cómo están sus corazones. Soy un padre paciente, presente y pendiente. En mis casas, he tratado de reproducir la mesa que tuve en mi infancia. Tanto antes de que mis viejos se separaran como después, las casas fueron abiertas, llenas de amigos, poetas, cineastas, artistas. Fueron casas con cultura popular y solidaridad; casas serenas, pacientes y sin gritos. Creo que lo que está bien hay que repetirlo; y lo que está mal, corregirlo. Mis hijas harán lo mismo después.
–Batu y Mabel y Rubén, tus personajes, son un éxito. Además de tus libros y de las novelas gráficas, te lanzaste a hacer poemas, cortometrajes y canciones. Fuiste distinguido con el Konex 2012, elegido como uno de los 100 argentinos más innovadores, tenés un monumento en Mendoza y hasta un vino... ¿Cómo vivís esos reconocimientos?
–Antes de las redes sociales, íbamos por la calle los tres y nadie me reconocía. [Se ríe]. Ahora, uno “circula” más. Tomo el reconocimiento como una devolución de cariño. Pero no soy una estrella de rock que no puede caminar por ningún lado. Eso, para el dibujante, sería algo muy incómodo. El dibujante, antes que dibujar, debe observar. Y, para eso, tenés que moverte en la periferia y no en el centro.
–Tu libro Diario de un hijo habla de tu vida y del duelo que hiciste por la muerte de tu papá, en 2012…
–La enfermedad de mi viejo y su muerte después me abrieron una dimensión del dolor y de la angustia absolutamente desconocida para mí. Fue duro, lo extraño muchísimo; pero hay un duelo ya hecho. En 2019, murieron mi vieja y mi hermano Tomás. Esas muertes fueron mi pandemia personal; son dos procesos que aún no están cerrados. En la vida, uno va perdiendo paraísos, pero también va construyendo otros. Hoy este es mi paraíso: Doro y Oli, y esto que armamos. Mis hijas son mi versión mejorada.
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