En una entrevista profunda, habla sobre sus desafíos, la maternidad y cuánto le cambió la vida donar un riñón
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No le gusta exponerse, para eso, dice, están sus obras. Pero esta vez Sara Stewart Brown (47) acepta la invitación de ¡HOLA! para contar su buena nueva: participará en BADA, la feria de arte “directo del artista” (del 25 al 28 de agosto en La Rural). “Es mi cuarta vez en la feria, voy a tener un stand con obra mía en formato grande y pequeño”, dice, mientras ofrece café y despliega parte del trabajo que está preparando.
–Tu obra es bien particular. ¿Cómo surgió la técnica?
–Me formé en Artes Visuales, en la Universidad del Arte, y me especialicé en grabado. Con el tiempo desarrollé una idea basada en una frase que yo usaba para expresar felicidad: es todo papelitos de colores. Estuve varios meses haciendo pruebas hasta que encontré la manera, perforando el papel, y en 2016 hice las primeras series de “Papelitos de colores”. Después hice monocromo y últimamente sumé papelitos negros, metales, billetes de un dólar, acetatos... Sigo jugando.
–¿Qué te inspira?
–Mi búsqueda tiene que ver con la belleza y lo que me hace feliz. Quiero transmitir felicidad. Me cuesta canalizar el dolor. No me interesa ni me sirve.
–Para eso está la terapia.
–Obvio. Hay muchos artistas que aprovechan el dolor y salen cosas buenas. No es mi caso. Siempre tuve una búsqueda por la estética y la originalidad. Ahora estoy sin taller. Estaba en Central Park, en Barracas, donde hay todo un piso de artistas, como Hoffman, Eugenio Cuttica. Me fui porque necesitaban el espacio, pero no quiero trabajar más sola, voy a buscar un lugar nuevo. Antes viajo a Miami porque me prestan un taller allá. Nunca tuve galerista, pero afuera voy a necesitar. Quiero probar y mostrar lo que hago.
–¿Tenés alguna rutina creativa?
–Soy desprolija en general, me tengo que esforzar y trabajo bien bajo presión. Hace unos años me diagnosticaron ADD (desorden de déficit de atención) y dislexia. El año pasado hice un taller de estrategias para organizarme con una psicóloga cognitiva conductual que me dio tips muy útiles.
–¿Cómo te diste cuenta?
–Le conté a la psicóloga de Lola que creía que era disléxica, me hizo tres preguntas, y me sugirió hacerme un examen. Me dijo, además, que ella estaba segura de que tenía ADD. Y tenía razón. De grande es más difícil darte cuenta sobre la dislexia, pero en el colegio todo me había costado un montón. A esta altura, según me dijeron, te hace tener un pensamiento “out of the blocks”, que está bueno. Eso te levanta la autoestima. Y entendí cosas de mi personalidad y el hecho de haber ido siempre por trabajos artísticos no es casual.
–De hecho, empezaste por el teatro.
–Exacto. Trabajé muchos años con Fernando Peña, aunque para proyectos especiales. Fui productora ejecutiva suya en radio y en televisión. Laburar con él era espectacular. Para la tele escribí una ficción con cada personaje que hacía, y en teatro, una obra: My Name is Albert, With An A.
–¿Cómo lo conociste a Peña?
–Fue después de hacer una crítica de una de sus obras en la revista Veintiuno (fundada y dirigida por su ex, Jorge Lanata, con quien tiene una hija, Lola, de 17 años). Yo ahí era traductora, pero como la revista era chica, había que fogonearse con el teatro, los libros. Hice una reseña en inglés y a Peña le encantó. ¡Pensaba que era una señora inglesa! [Se ríe].
MATERNIDAD, ADOPCIÓN Y MARATONES
–¿Qué otras cosas te dan felicidad?
–Correr. Hoy es una adicción.
–¿Cómo arrancaste?
–Fue después de tener a Lola: había subido 30 kilos. Como no me gusta el gimnasio, me metí en un grupo para correr y me fanaticé con las carreras de ultramaratón.
–¿Cómo te entrenás?
–Te aclaro que soy una corredora del montón, no gano las carreras ni es lo que me interesa. Entreno cinco veces a la semana. Hay días que corro y hay otros que con el entrenador enfocamos en respiración, en cuestas, porque me encantan las carreras de montaña. También me hacen feliz mis amigos, en quienes me apoyo y con quienes comparto viajes. Y por supuesto, mi hija, Lola.
–¿Cómo es Lola?
–Increíble, cálida, empática y muy divertida. Tuvo su adolescencia, como todos, pero es una gran persona. En su momento, yo me sentía que era re canchera, que iba a entenderla, pero en la adolescencia te cae el gap generacional.
–Hablando de vínculos, hace algunos años contaste sobre tu adopción y la necesidad de buscar a tu madre biológica.
–Siempre supe que era adoptada y hablé del tema, en casa no fue tabú. Ya de grande, sentí curiosidad de saber a quién me parecía. Lo único que me pesaba era no parecerme en nada a mis viejos, que son re gringos. A los 21 arranqué con una búsqueda. Ahí me ayudó Lanata porque yo, por los canales que había recorrido, no había logrado nada. Después de un año la encontré. Me enteré dónde iba a ir a votar y me presenté.
–¿Qué te pasó cuando la viste?
–Yo era mandada pero antes de verla no sabía con qué me iba a encontrar. Por supuesto, antes me había asesorado. Me querían echar porque ahí no se puede esperar, pero le expliqué a la presidenta de mesa la situación y me lo permitió. Cuando fue oportuno, me acerqué. Era una deuda pendiente. Ella se sorprendió, se angustió un poco, pero después estuvo bien. Le pregunté todo.
–¿Pudieron entablar un vínculo?
–No hay cotidianeidad, pero cada tanto nos chequeamos. No tengo resentimiento, la vida sucede, hay demasiados dramas como para ir juzgando, creo firmemente que cada uno hace lo que puede. Lo que no me pasó es considerarla familia. Tenemos una linda relación, por ahí hace un asado y voy con Lola.
–¿Tus padres sabían de la búsqueda?
–No, se los conté mucho tiempo después.
–¿A tu padre biológico lo buscaste?
–Querría saber de él, pero tiene un nombre muy común y no es tan fácil. Él seguro no querría que lo encuentre.
EL TRASPLANTE Y EL AMOR
En 2015, Sara se convirtió en una de las protagonistas del primer trasplante renal cruzado que se realizó en América Latina. Como no era compatible con Jorge Lanata, su marido en ese momento, le donó un riñón a un joven y la madre de él, a su vez, se lo donó al periodista. Desde entonces, la artista y ferviente tuitera (tiene más de 88 mil seguidores) difunde distintas campañas de donación de sangre y de órganos, entre otros temas.
–¿Fue un antes y después?
–Sí, pero no desde lo físico. Es una de las cosas más importantes que hice como ser humano. Es un acto de empatía, un bien por la humanidad, aunque suene demasiado grande. Y le cambiás la calidad de vida a otra persona. Me siento orgullosa. Me gusta hablar del tema porque me permite mostrar que se puede hacer y no pasa nada: al mes estaba corriendo. Anualmente me hago chequeos y estoy impecable.
–Hace poco lo acompañaste a Jorge en la fiesta de su casamiento. ¿Cómo se llega a esa relación?
–Yo soy adoptada, él es adoptado, tengo poca familia, él no tiene casi a nadie. Nos tenemos. Nosotros nos separamos superbien, de forma madura y civilizada. Nos queremos un montón, pero no teníamos más ganas de estar juntos, entonces siempre nos quedamos cerca, es una relación muy de familia. Tenemos una hija, nos hablamos, nos consultamos. Y es así con toda la familia, también con Bárbara [la hija mayor del periodista] y con Andrea Rodríguez [la mamá de Bárbara]. Somos un bloque que funciona. Él se enganchó, se quería casar y había que festejarlo.
–¿Estás sola?
–Sí. Yo digo que no tengo a nadie como para presentar. Me encantaría estar en pareja, estar enamorado es el mejor estado de la vida. No me pasó con esa intensidad últimamente. Eso sí serían papelitos de colores.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola
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