El pasado 9 de octubre, la reconocida letrada despidió a su amor desde hacía 37 años, Marcelo Frydlewski , quien falleció a causa de las complicaciones del Covid-19.
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Desde el balcón del departamento que tiene en Punta del Este, Ana Ronsenfeld (67) nos muestra la imponente vista del mar y la ciudad. “Acá podés ver la inmensidad de La Mansa desde que empieza hasta que termina”, explica y enseguida rescata un recuerdo junto a su marido, Marcelo Frydlewski quien murió hace tres meses por las complicaciones sufridas a causa del Covid-19. “Estuvimos juntos 37 años y ahora quedé yo sin él. Pero lo sigo sintiendo…. en la cama, en la cocina, en el comedor… Lo siento y extraño en todos los rincones de Punta del Este”, cuenta con una sonrisa nostálgica. En julio pasado, la abogada de las celebridades y Frydlewski –con quien tuvo a sus hijas Pamela (34) y Stephanie (31)– viajaron a Miami a reencontrarse con su heredera menor radicada allá y con sus nietos. Y una semana antes de volver a Buenos Aires el matrimonio contrajo covid. Si bien ella logró recuperarse, el cuadro de Frydlewski se agravó hasta el punto que debió ser intubado y permaneció internado hasta el día de su muerte, el pasado 9 de octubre. Como desde hace 26 veranos, Ana se refugió en Uruguay los primeros días de enero; a pesar de tener el corazón destrozado no quiso romper esa tradición familiar.
–¿Cómo vivís tu vuelta a La Mansa?
–Mirá, cuando volví a Buenos Aires después de traer el cuerpo de mi marido, no lloré tanto; tampoco cuando tuve que volver a viajar a Miami. Pero sí lloré como una loca cuando llegué a Uruguay, me quebré en mil pedazos. Ver que él no está es un golpe al alma. Pensá que acá Marcelo era el hombre era más feliz de la tierra, vivía mirando el mar, sentía que respiraba aire puro. Por ahí agarraba su auto y salía a andar; lo mismo con su barco que era su emoción… no importaba cómo estuviera el clima, siempre estábamos navegando. Es muy duro.
–¿Cómo es esta otra nueva vida?
–Hoy me estoy dando cuenta de que no solamente lo extraño porque es el amor de mi vida, porque me dio una familia maravillosa y me hizo la mujer más feliz del mundo, sino también porque ya estoy viendo que hay pequeñas cosas que siempre las hacía él y ahora sé que me toca hacerlas a mí. Son tonterías, como subir al auto y manejar. Si bien yo siempre fui muy orientada; cuando estábamos juntos, Marcelo manejaba. Ahora que tengo que llevar las riendas de mi auto– que siento que es como llevar las riendas de una vida– me digo “pucha, tengo que empezar a ocupar esos lugares vacíos que él dejó”.
–Es un volver a empezar…
–Claro. Así como hay gente que me acompaña y me escribe mensajes muy lindos; también están los que dicen, “mirá que rápido que superó el duelo”. Y no es así. El duelo es eterno porque la pérdida de la persona que yo amo está presente en todo lo que me rodea. Lo que pasa es que en vez de hundirme y decir “no salgo más” y me entierro con este dolor, decido seguir con mi vida y disfrutar la luz del sol. Primero, porque sé es lo que él querría y segundo, porque así es mi forma de ser.
–¿Rearmaste tu vida social?
–Voy de a poco. Cada vez que llego a casa después de una cena de amigos, porque claro, imagínate que ahora todo el mundo me acompaña y me invita para que no me sienta tan sola, me siento rara. Ya hace tres meses que Marcelo no está y todavía me pasa que sigo esperando que se abra la puerta y aparezca él. Me están pasando cosas lindas y automáticamente las quiero compartir con él… pienso “cuando lo vea se lo cuento”.
–¿Cómo fueron esos últimos días con Marcelo?
–Con Marcelo teníamos las dos vacunas, nos cuidamos muchísimo y no íbamos a ningún lado salvo a la playa y al súper. Pero sucedió. Los primeros ocho días del resultado estuvimos muy tranquilos. Él en un cuarto y yo en el otro y nos encontrábamos en la cocina con los barbijos. Al octavo él empezó a saturar mal y a levantar temperatura así que lo mandé a la clínica solito en un Uber y lo internaron. Al décimo día me llaman y me dicen: “Señora si no lo intubamos, su marido se muere”. Unas horas después me llamó para despedirse de mí. Creo que en ese momento él sintió que tenía que empezar a luchar por su vida. Y así estuvo durante un mes y medio. Fue la última vez que hablamos. Después lo fui a visitar. Le hablaba, le cantaba, le ponía el celu al oído para que escuchara a los nietos e incentivarlo. Dormido y sedado escuchaba. El 22 de septiembre nos dijeron que le quedaban horas de vida, pero no se murió hasta el 9 de octubre. Fue un luchador. El covid combinado con el daño provocado por su diabetes terminó de aniquilar sus órganos.
"Hoy mi corazón está lleno de mi amor a Marcelo y de todas esas cosas que vivimos durante 37 años ininterrumpidos. No tengo lugar para nadie más"
–¿Pensaste alguna vez qué hubiera pasado si no hacían ese viaje?
–Mil veces. Nosotros desde hace diez años, todos los meses de julio viajábamos a Europa, pero este año con el tema de la pandemia pensamos que lo mejor era ir a Miami porque si nos enfermábamos en los Estados Unidos, al menos teníamos familia y lugar donde pasar la estadía. Así que viajamos y tuvimos nuestras vacaciones. Unos días antes de volver, Marcelo me pidió de extendernos una semanita más para aprovechar el feriado del 17 de agosto. Yo siempre le decía que no, porque para esa fecha yo ya estaba trabajando en Buenos Aires. Pero este año fue la primera vez que le dije que sí, que nos podíamos quedar unos días más. Y esa semana nos contagiamos…. Hoy pienso que se contagió en el lugar donde él siempre quiso quedarse. Y con eso me siento tranquila. En algún momento me pregunté también por qué no insistí en regresar, pero no sirve de nada. Estoy contenta que no lo hice volver porque si el destino era el contagio y nos sucedía en Buenos Aires, eso sí que no me lo hubiera perdonado nunca.
–¿Creés que algún día vas a volver a enamorarte?
–No creo. Hoy mi corazón está lleno de mi amor a Marcelo y de todas esas cosas que vivimos durante 37 años ininterrumpidos.
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