La escultora y pintora posa junto a su marido, el artista urbano Juan Ignacio Antonucci (Jiant), y su primer hijo, de cuatro meses
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En los rojos y también en ese verde. En las mariposas espejitos, en las ranas y en los coatíes de las Cataratas que están dibujados en las paredes. Las raíces misioneras que tiene la artista visual, escultora y pintora Iara Kaumann Madelaire (30) se respiran en cada rincón de su casa-taller, ubicada en Olivos, Buenos Aires, a más de mil kilómetros de la provincia en la que nació. Fue su madre, Miuki Madelaire, una de las diseñadoras de moda y productora de eventos más creativas de los 90, quien quiso que su primogénita naciera en la “Tierra sin mal”, tal como la comunidad mbyá guaraní llamó a Misiones. “Mamá cuenta que, con su panza como un globo terráqueo, decidió viajar desde Buenos Aires hasta allá sólo para que yo naciera en donde ella había nacido. Sintió que, de alguna manera, mi nacimiento era como una ofrenda a su provincia y a sus tesoros: el acuífero guaraní, la tierra roja, la selva, el monte…”, dice Iara. “Misiones está en su ADN, en su DNI y hasta en su nombre: Iara es, según la mitología, una sirena del Amazonas”, agrega su marido, el artista urbano Juan Ignacio Antonucci (29; artísticamente, es conocido como Jiant). De alguna manera, se explica por qué el primer hijo de ambos tiene por nombre Monte.
–¿Cómo se conocieron con Juan?
Iara: Estrictamente, en 2016, en una galería de arte. Pero ya nos teníamos entre nuestros contactos de Facebook: yo sabía quién era, conocía su obra… lo venía mirando. [Se ríe]. Como quería conocerlo, lo invité a mi primera muestra individual. Pero llegó tarde.
–Ella sabía quién eras vos. ¿Vos sabías quién era ella, Juan? ¿Sabías que era la hija de Miuki Madelaire?
Juan: No sabía nada de su background. Supe quién era Miuki cuando invité a Iara a mi casa: mi mamá sabía todo de ella. En verdad, fue el arte la primera razón por la cual nos contactamos. Como la primera cita había fallado, encontramos otra excusa: buscar paredes para pintar un mural juntos. Buscamos y buscamos por meses, pero nunca pintamos el mural. [Se ríe].
Iara: Sí hicimos una muestra juntos en 2018. Mi arte es figurativo: me gustan la naturaleza, el cuerpo humano. Me inspi - ro en el barroco, pero lo mezclo con lo contemporáneo. Voy cambiando los temas porque me aburro. Cuando conocí a Juan yo sólo hacía cuadros con óleo; y él sólo hacía murales. En “Biolúminis” –la muestra que hicimos en Ungallery–, ya habíamos fusionado cada uno las técnicas del otro.
–¿Vivían juntos en ese momento?
Iara: Él vino un día a mi casa y no se fue más. [Se ríe]. Esta casa pertenece a la familia de mi papá [el músico David Kaumann]. Antes de que nos mudáramos con mi familia a Miami, vivíamos acá. Ya de vuelta en la Argentina, decidí volver a este lugar. ¡Y al poco tiempo se sumó Juan!
Juan: Su taller me conquistó. [Se ríe]. A diferencia de Iara, que tiene formación académica [cursó Historia del Arte, en la UP], yo vengo de un palo más trash, entre el aerosol y el rap, la calle: empecé a los 15 años, haciendo graffiti en Martín Coronado, donde nací. En mi familia, no entendían mucho qué hacía. De alguna manera, agradezco que no me hayan apoyado tanto en mis comienzos: eso hizo que me esforzara mucho más para forjar mi camino artístico. Iara: Compartir el taller no fue sencillo al principio. Juan vivía trayendo cosas rarísimas. ¡Aparecía, incluso, con cascotes! O pintaba con demasiado entusiasmo: una vez, salpicó una obra mía que acababa de terminar. Vive haciendo experimentos artísticos. Fuimos encontrándole la vuelta a la convivencia. Juan: Nuestras obras también conviven bien. Si bien yo me puedo ir hacia lugares más freakies y ella hacia el hiperrealismo, compartimos la pasión por la luz, los colores y la naturaleza. Mis murales dialogan con su obra.
–Dicen que cuando se juntan dos artistas suele haber un duelo de egos.
Juan: Nos conocimos admirándonos. Sabíamos que había mucho del otro de lo que podíamos aprender. Ella sabe de historia del arte y me enseña. Y, al revés: una vez, hice un curso de bordado y, cuando lo terminé, le enseñé. Más tarde, ella hizo una muestra de bordados. ¡Los vendió todos! Iara: No hay competencia entre nosotros. Si bien compartimos temáticas, aprendizajes e hicimos una muestra juntos, cada uno tiene su universo.
–Y apostaron a formalizar.
Iara: Sí, hace un año y medio. Estamos muy enamorados. Somos los únicos de nuestro grupo de amigos que han pasado por el Civil. ¡Somos muy tradicionales! [Se ríe]. Hicimos una fiesta y, después, nos fuimos de luna de miel.
Juan: Hicimos todo al pie de la letra. [Se ríe]. Al poco tiempo, ya estábamos hablando de tener un bebé. Siempre me interesó armar mi proyecto de vida con ella. Cuando nos enteramos de que estábamos embarazados, me puse a leer sobre bebés y sobre ma-paternar. Estamos fascinados. Monte es lo más lindo que nos pasó.
–¡La rutina les cambió por completo!
Juan: Es diferente. En lo laboral, la paternidad me ordenó: ahora optimizo el tiempo más que antes. Trato de estar lo más posible en casa y que todos estén bien… Eso incluye a Blue, una bulldog francesa, que está un poco celosa desde que nació el bebé. Cuando me fui de viaje [Juan acaba de volver de Singapur, donde realizó varios murales], le dejé a Iara comida preparada en el freezer.
Iara: Juan cocina superbién. En estos días, viajará a Arabia Saudita [fue contratado para hacer dos murales en un shopping] y, cuando vuelva, vamos a empezar a organizar nuestro próximo viaje a Misiones: solemos acompañar los proyectos que mi mamá lleva adelante con las comunidades mbya-guaraní [ecologista, Miuki es embajadora social, artística y cultural de esa provincia; recibió, recientemente, el título honoris causa en Ecoética]. Y, cuando vuelva, vamos a turnarnos con Monte. Porque, después de este paréntesis siendo full mamá, voy retomar mi trabajo. Quizás arme una muestra con una serie de madonnas –en la historia del arte, conforman un arquetipo de las mujeres que amamantan–, pero modernas.
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