El empresario y asesor de artistas internacionales fue el amigo argentino de la princesa. Empezó ayudándola en los 80 con su vestuario y terminó siendo su confidente. Fue uno de los primeros en enterarse de su trágica muerte, el 31 de agosto de 1997
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Hoy se cumple otro aniversario de la muerte de su amiga Diana Spencer y la sensación de tenerla presente es tan fuerte como el olvido al que, según Roberto Devorik (74), la sigue condenando la monarquía inglesa. “En la calle, siempre alguien me reconoce y me dice ‘Ay, Roberto, qué suerte que tuvo Lady Di de tener un amigo fiel como usted’. Extraño a Diana todos los días y la llevo conmigo, pero no como a un fantasma. Mi fantasma es esa familia que tuvo. No puedo luchar contra ella y poner a Diana en el lugar que se merece”, dice él a ¡HOLA! Argentina.
Devorik va de la tristeza a la indignación: siente que son cada vez menos los actos que mantienen viva la memoria de su amiga, que hoy tendría 65 años. “No me sorprende: la Corona, como institución, quiere hacerla desaparecer. Así como le tuvo miedo en vida, le tiene miedo después de muerta. Todos, desde la Reina hasta sus hijos, pero también su propia familia –en especial, su hermano Charles Spencer, que le dio vuelta la cara y ahora lucra con su nombre–, deben tener un gran remordimiento. Ese remordimiento genera una negación cobarde. Y eso lleva al olvido”.
–¿Cómo creés que debería ser recordada?
–No con esa fuente en Hyde Park [se refiere a la obra de la arquitecta Kathryn Gustafson] o con ese monumento nefasto que instalaron en el Palacio de Kensington [una estatua que hizo el escultor Ian Rank-Broadley] ¡Parece Mary Poppins! Ella hubiera querido que su nombre estuviera en un hospital, un hospicio o una escuela de ballet. Un buen gesto sería que le devuelvan el título de Su Alteza Real. Su hijo William prometió hacerlo y eso no pasó. Como todo ser humano, ella cometió errores. Pero de ninguna manera mereció el trato que recibió por parte de la familia real.
DIANA Y MR ENOUGH
Sueña con Diana Roberto Devorik. Aún hoy, veinticinco años después de su muerte, la sueña. “Nunca en dramas, eh. Siempre estamos haciendo cosas divertidas, como ir al cine. Antes y después de separarse, íbamos juntos a todos lados. Ella era mi amiga”, dice él. Hijo de Emma Saint-Félix, una legendaria dama de la moda argentina, Roberto vivía en Londres cuando, en los años 80, Beatrix Miller, directora de la revista Vogue inglesa, le presentó a la futura mujer del príncipe Carlos. “Me temblaron las piernas. Era una chica aristocrática, pero no había tenido gran roce social. Quienes la ayudamos tratamos de crearle un molde para prepararla con lo que se le venía”, recuerda. Observador agudo y divertido, Devorik es un conversador generoso, inquieto, elegante. “¿Qué edad tengo? Soy un niño del mundo. [Se ríe]. Cuando la conocí a Diana, que hoy tendría 65, ella tenía 19 y yo, 29″.
–¿Cuándo te diste cuenta de que ella te consideraba su amigo?
–Es difícil. Porque ser amigo es una cosa y estar cerca, otra… Creo que fue en cuanto volvió de su luna de miel. Ella no la había pasado bien. Me llamó con el pretexto de que la ayudara a comprarse ropa. Más tarde, el Palacio me dio un número de teléfono directo para hablar con ella en Kensington. Y, cuando iba a verla, también tenía entrada directa. Diana me llamaba Roberto. No Boby ni Bob. A veces, Mister Enough.
–¿Qué tenías vos de diferente a los demás?
–Sabía cuál era mi lugar. Nunca quise estar en primera fila. Nunca le dije Su Alteza Real o Royal Highness. Sólo Diana. Una vez, su secretario me advirtió que los amigos no le duraban. Muchos la traicionaban filtrando chismes a la prensa. Siempre la respeté; nunca hice chistes sobre el marido… y, sobre la Reina, sólo cuando ella me daba pie. En los momentos fuertes, como la separación y el divorcio, venía a casa para contarme. Fui su confidente. Era abierta y sincera conmigo. También fue pícara.
–¿Qué querés decir?
–Y cuando accedió a hacer la polémica entrevista con la BBC con Martin Bashir [recientemente, la emisora tuvo que pedir perdón], no me lo contó ni a mí ni a su secretario privado. Ella nunca se arrepintió: “Tal vez, debí haberlo dicho de otra manera, pero el pueblo inglés necesitaba saber que éramos un matrimonio de a tres”, me dijo. Y… cuando empezó a salir con James Hewitt, el profesor de equitación, también me lo ocultó al principio. “Roberto, el único hombre que amé se dio vuelta y no me miró más”, me confesó una vez que supo que ya había perdido a Carlos. Después, su gran amor fue el cirujano paquistaní Hasnat Khan. ¡Imaginate la reacción de la familia real cuando se enteró de que el posible futuro padrastro de William y Harry no iba a tener tez blanca! Meghan Markle tiene razón cuando dice que la familia real es racista.
–¿Cuál era tu reacción cuando te hacía esas confesiones?
–La escuchaba, la consolaba. Era una persona que necesitaba afecto y, a la distancia, siento que pude haber sido demasiado severo. También me arrepiento de haber sido tan ciego. Por ejemplo, lo de Camilla [Parker Bowles] lo sabíamos todos sus amigos desde antes del casamiento. Mi error fue pensar que Carlos iba a dejarla. Ya casados, y en muy mala relación con el príncipe, Diana fue a hablar con la Reina Isabel II: ella quería divorciarse y su suegra quería mandarla a un psiquiatra. ¿Cómo no tener un trastorno alimentario sabiendo que su marido la engañaba y que la Reina no le daba ningún apoyo? Ella no tenía problemas mentales, como la Corona insistía. A Diana la dejaron sola. La realeza es como la mafia: sabés cómo entrás, pero, tal vez, no podés salir. No se mata a una persona porque chocó con un auto: se la mata en vida.
–¿Por qué usás el verbo “matar”?
–No hay conclusión final sobre lo que pasó en París. Preguntas sobre por qué tardó tanto tiempo la ambulancia en llegar o por qué no andaban las cámaras del Puente del Alma que, cuando yo voy a París, funcionan perfectamente, siguen sin respuesta. Este 31 de agosto, la televisión inglesa emitirá un programa especial conducido por Mark William-Thomas, un reconocido periodista de investigación, que me convocó especialmente. Hasta que no haya pruebas, sigue siendo un crimen y no un accidente.
–¿Te imaginás cómo sería el escenario hoy si estuviera viva?
–Es difícil saberlo. Sin embargo, al haber presenciado su metamorfosis, estoy seguro de que Diana podría haber sido la embajadora itinerante de Gran Bretaña en el mundo. Pasó de ser una colegiala vestida con uniforme de tablas a una mujer universal. Tenía aura y buen corazón. Conquistaba a todos. Modernizar la realeza inglesa era su deseo; y no se lo permitieron: la maquinaria de Buckingham Palace es un dinosaurio. –Para vos, que vas frecuentemente al Reino Unido, decir estas cosas, ¿no es políticamente incorrecto?
–No pertenezco al establishment inglés y digo lo que pienso. En todos mis años viviendo en el Reino Unido, nunca tuve problemas con ningún miembro de la realeza, ni siquiera con el príncipe Carlos, que ha sido siempre polite conmigo, aunque no es santo de mi devoción. La Reina Madre, que me condecoró con la Rosa Roja por mi aporte a la moda de ese país, me dijo: “Gracias por habernos traído el sol sudamericano”. Desde mi punto de vista, el único error de la gestión de la Reina –que lleva tantos años demostrando una fuerza de voluntad y temple extraordinarios– fue su total falta de empatía con Diana. Tuvo a esta mujer, el comodín social de uno de los países más civilizados el mundo, y no lo supo ver.
–Y ahora, con los años, ¿creés que es diferente?
–La Reina cambió después de la muerte de Diana. Para mí, muchos de los gestos que ha estado haciendo son intentos para pacificar la Casa Real, que viene atravesando fuertes reveses con lo de Harry y Meghan y con lo del escándalo del príncipe Andrés, involucrado en el caso Epstein. Pedir que se cambie la Constitución para que Carlos se case con Camilla y darle a Camilla la venia para que sea reina regente tienen que ver con eso. ¿Festejar el cumpleaños de 75 de quien fue la amante de un rey? Una vergüenza. Tal como lo veo, la Reina no quiere a Camilla: ella fue quien hizo tambalear todo el andamiaje de la monarquía. Mis amigos me han dicho que es divertida y canchera, pero ella no tuvo piedad: sabía que arruinaba un matrimonio y se metió igual.
–¿Cuál es el legado de Diana?
–Una apertura de Buckingham, aunque a mitad de camino. Para mí, el miedo a abrir esa puerta por completo es que el Palacio se venga abajo. Porque hoy no hay una figura seria de pilar. Carlos no lo es. Y queda William, quien precisaría un buen consejero para poner en orden esta casa que, a mi juicio, está en total decadencia. Si después de la muerte de la Reina la monarquía sobrevive, será un milagro.
EL SOL DESPUÉS DE DIANA
Diana. Fotos de ella por todos lados. Portarretratos que la muestran sola, pero también con sus hijos, William y Harry; en galas benéficas, saludando a primeros ministros, presidentes, actores, cantantes. Cartas y tarjetas de Navidad que la princesa solía enviarle a su amigo argentino están en cada rincón de la casa de Devorik, que está ubicada en el barrio porteño de Recoleta y que vibra, como el sol sudamericano del que hablaba la Reina Madre. “Vivo más afuera que acá”, cuenta, mientras acaricia a Pedro, su Jack Russell de 11 años. En 1998, un año después de la muerte de Diana y después de treinta años de vivir en el Reino Unido, hizo las valijas: “Adoraba ese país, pero la extrañaba muchísimo. Tenía que empezar de nuevo”.
–¿Cómo ha sido?
–En Inglaterra, en aquel momento, el clima no era tan bueno: a las 4 de la tarde ya era de noche. Digamos que he estado buscando el sol. Como a Diana, me encanta vivir, viajar y crear. Paso algunos meses en Buenos Aires. Después, voy a Praga, Viena y Londres. Allí, visito amigos, voy a la ópera, museos y a espectáculos culturales. Después, cruzo a Estados Unidos y voy a Punta del Este. Dejé la moda hace cinco años y estoy enfocado en un proyecto de representación de artistas internacionales. Siento que a mi edad puedo seguir siendo útil. Quisiera ser embajador itinerante. Lo mismo que yo soñaba para Diana.
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