A poco de lanzar su sexto libro, la periodista, escritora y filántropa italiana recibe a ¡Hola! Argentina en su casa de fin de semana
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El presagio estuvo desde el comienzo, cuando sus padres decidieron que se llamaría Nunzia. “Los antiguos romanos consideraban que el nombre determinaba la vida de la persona”, explica Nunzia Locatelli (45) y ella, que nació en Italia, también cree que el nombre es un sello: Nunzia –deriva de Annunziata y remite al momento bíblico en el cual el ángel Gabriel le comunica a la Virgen María que será madre– hace referencia a la persona que da una noticia. Destino o casualidad, Nunzia es periodista y escritora. Su camino en la comunicación empezó en Milán, donde trabajó en medios gráficos y en la televisión, y continúa hasta el día de hoy, en la Argentina, tras un impasse vinculado a otro gran proyecto: la familia que armó con Marcos Bulgheroni, CEO de Pan American Energy Group (PAEG, la empresa petrolera privada más grande de la Argentina). Su apellido de casada no figura en ninguno de los cinco libros que ya escribió junto con la periodista Cintia Suárez, sobre María Antonia de Paz y Figueroa, la laica consagrada conocida como Mama Antula. Tampoco aparece en los textos que escribe para la prensa nacional ni en los del L’Osservatore Romano, entre otros. De gestos delicados, sonrisa fácil y voz suave, ella dirá: “No uso ni quiero usar mi apellido de casada. Para mí, ser identificada como ‘la mujer de’ es obsoleto. Además, el ‘de’ supone propiedad. Una mujer que trabaja y tiene una carrera no debería ir con el apellido del marido”.
–¿Se puede contar dónde se conocieron?
–En Italia, donde él estaba trabajando. Nos presentó la abogada que tramitaba mi divorcio. “Tengo un amigo que te va a gustar”, me dijo. Yo estaba todavía reponiéndome: mi primer matrimonio duró nueve meses. Con mi ex marido teníamos mucha diferencia de edad; él estaba acostumbrado a estar solo y se fue.
–¿Quedaste asustada con la separación?
–Más que asustarme, esa relación me hizo más fuerte. Me hizo tomar conciencia de que, en la vida, las cosas no siempre salen bien. Marcos tuvo mucha paciencia. Un día, lo invité a comer a mi casa. Con la comida, yo sabía que ganaba: si hay un lugar en el que estoy segura, es la cocina. Le hice unos linguini con tomates, albahaca y parmesano. Soy italiana y, para mí, la pasta es importante. Es la cocción… es la cultura. Y supone más que alimentar: es un mimo. Creo que con ese plato simple lo conquisté. Eso fue en 2004.
–Y desde hace diez que estás en la Argentina. ¿Cómo fue venir a este lugar del mundo?
–Un shock. Nunca imaginé que viviríamos acá. Sí, habíamos venido para pasar vacaciones. Un día, Marcos me dijo: “Preparate, a fin de año nos instalamos en la Argentina”. Él quería volver para trabajar en la empresa familiar. Si bien yo lo entendía, por dentro, me resistía. El primer año fue muy difícil.
–¿Qué fue lo que más te costó?
–¡Todo! No era por la Argentina o los argentinos, que me ofrecían su amistad. Era yo. Hacía tres meses que había nacido mi segunda hija y nada me resultaba fácil. Me costaba estar lejos de mi país, haber dejado mi trabajo, ser “la mujer de”… Me sentía desdibujada. Además, me faltaba algo fundamental: el idioma. No poder hablar me llevaba a un lugar angustiante: en mi adolescencia, tuve un accidente vial muy serio y estuve en coma un mes. Cuando me recuperé, había perdido el habla. Ese primer año en la Argentina, me sentí sin palabras.
–¿Involucrarte en acciones solidarias fue lo que te ayudó?
–Eso es mucho más reciente. Al principio, me ayudó mucho mi suegra [Teresa Aguirre Lanari, madre de Marcos y primera mujer de Carlos Bulgheroni]. En la Fundación de la Policía Federal, asumí la presidencia antes de la pandemia a raíz de que Ama Amoedo [la nieta de Amalita de Fortabat y ex presidenta de la fundación] me lo propuso. A la Fundación, le aporté mi experiencia en comunicación y un poco de estilo italiano. [Se ríe]. Con el Malba [forma parte del Comité de Adquisiciones] pasó algo similar. Y, como con el arte venía flojita de papeles, estudié.
–Sos habitué en muchas galas. ¿Participás en toda acción que te proponen?
–¡No! El vecino de al lado de casa seguro sale mucho más que yo. Mi presencia en las galas es institucional. De las fiestas, siempre me escapo… incluso de las mías. Cuando nos casamos con Marcos, en 2009, organizamos una fiesta en Punta del Este. Cerca de las tres de la mañana, me fui a dormir. [Se ríe]. Los italianos no estamos tan acostumbrados a fiestas largas. Con respecto a los eventos, trato de participar lo más que puedo porque estoy en una condición en la cual puedo ayudar a que otras instituciones crezcan. De eso se trata, de responsabilidad social: si estás en condición de ayudar, debés hacerlo. Ayudar no siempre es un tema de dinero: podés hacerlo con alguna expertisse. Y eso cambia la realidad: das herramientas para que otros se desarrollen. Colaboro, pero también digo que no. Aprendí a cuidar mi tiempo, que es lo más valioso. Tengo a mi familia y a las investigaciones vinculadas a la Iglesia, que me pusieron en camino otra vez. La elección de Jorge Bergoglio, el papa argentino, fue un momento bisagra para mí. Los medios italianos para los cuales había trabajado me contactaron para que les mandara información. Más tarde, haciendo un documental sobre Bergoglio, alguien mencionó a María Antonia de Paz y Figueroa: “Tenés que conocer a Mama Antula y hablar de ella”.
-Tus libros se publican en la librería del Vaticano, el papa Francisco pondera tus investigaciones, el arzobispo García Cuerva te contacta para consultar datos… Sos referente indiscutido en estos temas y, sin embargo, en la Legislatura porteña, cuando te nombraron Personalidad Destacada de la Cultura, sugeriste que hubo personas que dijeron que una italiana no debía meterse en cosas argentinas.
– “¿Qué hace ella acá, que no es argentina?”, era el tipo de comentarios. ¡Una santa no es un tema exclusivo para los argentinos, sino del mundo católico y de la humanidad! Dar a conocer su vida abrió paso a su veneración: Mama Antula fue intercesora de milagros que la ciencia no puede explicar. A mí, no me importa la crítica: nací en Boltiere, un pueblito de Lombardía que, en tiempos medievales, fue colonizado por bárbaros, hunos y galos. Tengo en el ADN la determinación y la resistencia.
–Gracias la investigación que hicieron con Cintia Suárez, Mama Antula fue declarada doctora honoris causa en la Universidad de Santiago del Estero. Todo eso supone tiempo y trabajo. Tus hijas Lucrezia (15) y Lavinia (12) y tu marido ¿te reclaman?
–Mis hijas, un poquito. Marcos me apoya siempre. Aunque él tiene muchas responsabilidades [el empresario acaba de ser elegido Mejor CEO de 2023: más de 150 empresas de todas las industrias del sector energético nacional, destacaron su integridad, resiliencia, adaptación, compromiso, gestión y transparencia], ahora me está bancando a mí. Mi trabajo sobre los santos, las beatificaciones y hechos inexplicables abrió un abanico de sentido en mi vida. No soy una persona religiosa –ni siquiera voy a misa, aunque Marcos insiste–, creo que mi aporte es que se conozca la historia de mujeres como ella, que fueron sepultadas por la historia porque siempre son los hombres los que aparecen. Darla a conocer fue una tarea ética.
–¿Le pedís a Mama Antula?
–Tenemos un vínculo estrecho con ella. Le pedí por otros y comprobé que hace milagros. No le pido para mí porque yo ya tengo mucho. Superé aquel primer año en Argentina; hoy acepto dónde estoy y cómo soy. Este país –que está repleto de gente creativa y con coraje para levantarse después de las caídas– a mí me dio ímpetu. Me fui de Boltiere para estudiar en Milán; sin embargo, a los 20 años, aún sentía que no encontraba mi camino. Ahora no me escapo. Encontré dónde quiero quedarme y la persona que soy. Si algo pasa, ya sé a quién pedirle.
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