En cada ambiente, su espíritu creativo irrumpe en forma de cuadros, murales, arreglos florales y fascinantes intervenciones con materiales impensados
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De chico era muy disperso, bohemio, un poco alienado. Había algo en mí que preocupaba a mi familia, que es más esquemática”, confiesa Gerardo Acevedo (49). Aquellos eran tiempos en los que pasaba horas en solitario creando sus propios juguetes, investigando nuevos materiales que sacaba de la librería que tenía su mamá o diseñando el árbol de Navidad más impactante posible, entre otros proyectos a los que le ponía su dedicación y su alma.
A punto de cumplir 50, el reconocido decorador de eventos, tal como se define, mantiene intacto ese espíritu lúdico que hoy plasma en las fiestas y también en nuevos desafíos como La Gracia, su flamante florería, o incluso en su departamento de Retiro. “El edifico fue construido por Antonio Ubaldo Vilar, gran referente del movimiento racionalista en Argentina”, le cuenta Gerardo a ¡HOLA! durante el recorrido, donde cada ambiente es una grata sorpresa. El espíritu creativo de su dueño irrumpe por aquí y por allá en forma de cuadros, murales, arreglos florales y fascinantes intervenciones con materiales impensados. Bienvenidos a un mundo donde nada es estándar.
–¿Qué era lo mejor de ese espíritu lúdico que contás que tenías ya de chico?
–Que siempre les encontraba la vuelta a mis ideas, no me quedaba con el “no se puede”. Eso me dio versatilidad, algo que hoy me identifica. ¿Hay que hacer una mariposa de seis metros? ¿Por qué no? Me gusta generar fascinación, me gusta arriesgar.
–¿Cuándo te diste cuenta de que podías convertirlo en un trabajo?
–A eso de mis 13 años, teniendo en cuenta que me daba maña para todo, una amiga de mi hermana que hacía eventos me pidió ayuda para hacer unos arreglos de mesa. Para mí era un juego y la ayudé hasta que se fue a vivir afuera. Un verano que estábamos en Buenos Aires, como no me gustaba ir al club, me dijeron en casa que buscara trabajo para hacer algo. Vivíamos por la zona del Hospital Militar, entonces fui negocio por negocio ofreciéndome de cadete. Me tomaron en una florería y su dueño, que era muy paternal, cuando yo le contaba de estos arreglos, me daba algunos consejos. Más adelante, mientras trabajaba en una agencia de publicidad dibujando letras, un amigo me ofreció ayudar a su madre que se encargaba de las flores en el hotel Alvear. Estuve tres años, y eso marcó mi arranque con las flores y los eventos.
–También pasaste por la Casa Rosada…
–Sí, ahí trabajé seis años, en la época de Menem. Me encargaba del mantenimiento de parques y jardines y de las flores en los despachos de la Casa Militar.
–¿Lo conociste al presidente Carlos Menem?
–Lo crucé un par de veces, pero yo hacía mi trabajo. Sí te digo que todo el mundo quedaba cautivadísimo. También trabajé en el Sheraton nueve años y ahí surgió abrir una florería en Recoleta. Ya entonces usaba elementos alternativos en distintas producciones. La aventura duró poco porque vino la debacle de 2001… Recuerdo que el interiorismo lo hizo un amigo, Jorge Muradas, era una cosa espectacular. Cuando cerramos pasé al Cesar Park y al mismo tiempo trabajaba para organizadores y decoradores, como Gloria César, Javier Iturrioz o Martín Roig. Todo eso lo hacía desde el depósito que tengo en Chacarita, un espacio de 800 metros donde guardo tantas cosas que no sé ni lo que tengo, pero sí estoy seguro de que siempre encuentro algún objeto o material interesante para darle nueva vida. Ahí decidí cortar el cordón, por decirlo de alguna manera, y abrirme solo.
–¿Tuviste alguna guía?
–La que me enseñó por dónde iba la cosa, qué representaba crear un clima y generar una fiesta, fue Gloria. Empezamos a trabajar juntos una vez que ella buscaba ayuda para una feria de novias. Y yo felíz porque siempre la admiré, es rigurosa y me abrió el mundo de los eventos de verdad. Y hace unos años, a través de un contacto suyo, conocí a la wedding planner más reconocida de Francia, le mostré mis cosas y enseguida me hizo el link para conocer a Eric Chauvin, el florista que le hace todo a Dior y a Alexander de Betak. Pero cuando llegó el momento, no me animé a instalarme allá. De todas maneras fue lindo el reconocimiento de gente que uno admira.
–Ahora volviste a abrir una florería, La Gracia.
–Sí, el año pasado, en plena pandemia, me di cuenta de que necesitaba hacer algo desde la creatividad. Volví a mis orígenes, fue una adrenalina tremenda. Son arreglos con intervención de otros elementos, con variaciones, sacando de contexto cada elemento y resignificándolo. La amiga que me alentó a abrir La Gracia, Cecilia Perazzo, y su hermana, María, venían a casa y me ayudaban a probar cosas. Ella está muy involucrada con el mundo del arte y nos entusiasmamos. Pero después me pareció que recibir en casa, con los tiempos que corren, iba a ser difícil.
–¿Las flores eran frecuentes en la casa de tus padres?
–[Se ríe]. No, mi casa era tan standard que yo siempre estaba buscándole la vuelta para embellecerla. No había mucho registro de cuidado, no existía eso de que el living es para las visitas, todo lo contrario. Por ejemplo, compraban una mesa de madera especial con las patas torneadas y con mis hermanos la usábamos para jugar al ping pong. [Se ríe]. Dicen que la gente que tuvo una educación disfuncional se transforma.
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