Elegido por Mirtha Legrand, Juliana Awada, Nicole Neumann y otras celebridades, abre las puertas de su mundo privado
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Creo mucho en la ley de la atracción y el deseo. Yo pasaba seguido por la puerta de esta casa, que estaba cerrada hacía seis años y con cartel de venta. Un día, al verla publicada, la vine a conocer, estaba en buen estado, no modernizada, sino original, de época, pero pedían cinco millones de dólares, un valor inalcanzable para mí. Pero como me encantó la energía que me generó, hice una propuesta, y ya hace dos años que me mudé”, le cuenta a ¡HOLA! Argentina el reconocido ambientador Ramiro Arzuaga (53), favorito de famosos como Mirtha Legrand, Alan Faena, Nicole Neumann, Juliana Awada, la China Suárez o Florencia Peña, entre otros.
-¿Cómo hiciste?
–La casa estaba en venta, vacía, generando gastos. Propuse hacerme cargo de los impuestos, los servicios, las reformas necesarias, ponerla divina y mudarme sin comprarla ni alquilarla, como en un comodato. Los dueños pidieron referencias de otras casas en las que había vivido…. Al tiempo aceptaron. Vivo acá hasta que se venda. Ellos están chochos, vinieron varias veces. Tuve algunos sponsors, como para la pintura, porque la casa tiene mil metros, pero yo me hice cargo de los pintores. Para arreglarla invertí, puse persianas eléctricas, hice la cocina a nuevo, todo el tiempo le reciclo cosas. Y armé una especie de reality en mi Instagram con el proceso de puesta a punto. [Piensa]. Me gusta transmitirle a la gente que no hay que quedarse con los “no”: hay que perseguir los sueños. Y también mostrarme real: yo vivo en esta casa, pero de esta manera.
–¿Cuál es la historia de la casa?
–La construyó en 1927 el estudio Villalonga-Milberg, que era muy conocido y hay varios edificios en la zona con su firma. Según los planos que encontré de Obras Sanitarias mientras investigaba un poco, originalmente estaba a nombre de Paula Aminta Pietranera Hernández, casada con Rafael Nazar Anchorena. Ellos eran amigos de Marcelo T. de Alvear, que vivía en la esquina, por lo que imagino que se habrán reunido acá, quizás disfrutado hasta de algún recital íntimo de Regina Pacini, la mujer del ex presidente. [Piensa]. Esta ciudad me encanta. Yo soy de Arrecifes, pero me vine a los 18 a estudiar Arquitectura. Mis padres tenían un departamento acá, y desde los 5 me traían al cine, al teatro, pero ya a los 15 me quedaba solo, siempre fui muy observador.
–¿Te recibiste de arquitecto?
–Estudié cuatro años en la UB, hasta que empecé a trabajar en un estudio de arquitectura e interiorisimo dibujando muebles. En ese momento yo estaba de novio y después de siete años nos casamos. Vivimos dos años acá y después nos mudamos a Los Ángeles porque ella tenía familia allá. Soy fanático del cine y de Hollywood, era la ciudad de mis sueños.
–¿Qué hacían allá?
–Trabajábamos en una productora de eventos y shows con músicos latinos. Ella era la asistente del dueño y yo me ocupaba de los requerimientos de los artistas, como Paulina Rubio, La Ley o Shakira, que recién empezaba. Estaba fascinado, caminaba todos los días mirando el cartel, pero estaba en medio de una crisis existencial con mi vida sexual. Cuando me casé no lo sabía, pero me fui dando cuenta y me hice cargo solo, sin terapia. Tenía 32 años y los dos podíamos rehacer nuestras vidas. Ella se quedó y yo me volví. Arranqué de cero, sin nada.
–Otra vez la audacia…
–[Se ríe]. Gracias a un amigo empecé a trabajar como camarero de eventos en el Alvear, el Plaza, el Sofitel, y aprendí muchísimo de ceremonial y de servicio, temas que hoy enseño en mis cursos. A partir de 2004 pasé a ser maitre de Red, en el Hotel Madero, pero quería volver a los eventos y miraba a los grandes referentes, como Gloria César, Milagros Resta, Martín Roig o Fernanda Díaz. Mi último trabajo en relación de dependencia fue en el Faena, donde no me renovaron el contrato. Y fue el puntapié inicial para lanzarme solo.
–Las vueltas de la vida, el año pasado hiciste el casamiento de Alan Faena.
–¡Sí! Fueron cinco días de eventos en lugares diferentes, interveníamos todos los días la entrada del hotel para que cuando los invitados se fueran a comer encontraran una nueva puesta en escena: globos de helio, 400 fanales con vidrio y agua, 10 mil rosas rojas… ¡un vértigo total!
–Muchas fiestas y casamientos de famosos llevan tu firma. ¿Cuál fue el primero?
–El casamiento de Juliana Awada y Mauricio Macri, en Costa Salguero (en 2011). Fue mi despegue porque esa mañana entré a armar y nadie me conocía y salí a la noche y mi nombre estaba en todos los portales de noticias. Juliana es una diosa, supersimple, tenía muy claro lo que quería: todo blanco, sobrio. Le gustan las flores del durazno, pero como no era época, cortamos ramas y les pegamos florcitas artificiales. Para ese trabajo me llamó Bárbara Diez, le había dejado mi portfolio para que me tuviera en cuenta. Creyó en mí, y supongo que sumaba que yo no fuera conocido.
–Después llegaron otros casamientos mediáticos…
–En 2014 hice el de Wanda Nara y Mauro Icardi, en Sans Souci. Trabajar con ella fue impresionante, vivían en Milán, y me recomendó el de la barra de tragos. No nos vimos hasta dos semanas antes. Mauro decidió muchas cosas. Por ejemplo, acertó pidiendo una tarima tapizada de verde para que pareciera pasto y las invitadas caminaran cómodas con sus tacos por el jardín. Hubo mucha puesta en escena, ella llegó en un carruaje y él se bajó al lado del altar en un Camaro. A Dalma Maradona llegué porque trabajo mucho con su mamá, Claudia. Habíamos planeado la ceremonia afuera y una semana antes recalculamos para que no se filtrara ninguna foto a la prensa. Hasta último momento esperábamos que viniera Diego, una pena. Después hice el de Flor Peña en Salta. O el de Cholo Simeone y Carla Pereyra en el Alvear Icon. Él la deja hacer y me acuerdo que eligieron para el menú milanesas con puré, que es lo que realmente extrañaban y querían comer. También Sol Pérez fue una novia soñada y el de Nicole Neumann tuvo el estrés de que llovió los días previos y era en el campo. Entramos los muebles con un carro con tractor y por suerte paró la noche anterior y secó bien.
–¿Cómo conociste a Mirtha Legrand?
–Otra vez la ley de atracción. La primera vez que la vi fue en 2009, en un evento homenaje que le hizo Marcelo Toledo, y yo decoré la fiesta posterior. A ella le encantó, le mandé de regalo un farol de los que había usado y una carta escrita a mano. Muy generosa, ella lo mostró al aire y me nombró. ¡Arrecifes estaba conmocionado! Mucho tiempo después, Marcela Tinayre me invitó a su programa, Las rubias. Y cuando Mirtha cumplió 91 me llamó para ayudarla a organizarlo. Ahí no paré más.
–¿Cómo es trabajar con ella?
–Me da mucha libertad. Ya conozco su onda: blanco, crudo, pasteles, dorados. Y jamás rojo ni verde inglés. Ahora ya soy como de la casa, pero la primera vez que nos juntamos me mostró todo su guardarropa, su dormitorio, dónde se maquilla. Tiene una cabeza que no se puede creer, se preocupa especialmente por sus invitados, que se lleven bien. Ella hace la lista, me dice quiénes se sientan a su mesa y elige el menú con Schuster. Este año intervine con flores la torta porque sale mucho en las fotos. Y sumé unos abanicos con sus frases icónicas, que le encantaron y se llevaron de souvenir los invitados. Ella convoca, nadie le dice que no a Mirtha Legrand.
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