Nos habla de su vida lejos de la Argentina, el amor y su último proyecto que conjuga arte, tecnología y sustentabilidad
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A Ximena Caminos (50) le bastó poco más de una década para forjar un romance en continuado con el vertiginoso y exigente jet-set artístico de la Florida. Como ser uno de los factótum de Alan Faena –su ex pareja y socio del Faena Art en el corredor del Faena District–, protagonizar cuatro páginas en Vogue en un número que compartió con Michelle Obama y convertirse en habitué de los medios de la movida cultural anglosajona, rápidamente la nominaron como una de las creativas menos convencionales de su generación.
Casada con Luciano Ferreyra, un argentino que es su cable a tierra y su compañero de ruta, es mamá de Lucio (24) y Emma Capilla (21) y de Noa Faena (14). Dos Pomeranias completan el cuadro de esta familia, que alterna estadías entre el penthouse sobre la avenida Collins donde nos recibe y la casa de playa de Vero Beach, ambos decorados por ella hasta el último detalle.
En honor a su apellido, quienes la conocen saben de su independencia para abordar múltiples senderos con destinos insospechados que pueden ir desde montar una muestra de NFTs en las arenas de South Beach o diseñar un spa japonés para el Claridge de Londres. The Reefline, el proyecto que le quita el sueño y por el que la ciudad de Miami le acaba de otorgar 5 millones de dólares y la prestigiosa CDA Createurs Design Awards la nominó para el premio a la excelencia de curaduría de arte y diseño, es una moderna Atlantis que nacerá en forma de un corazón de ballena azul –obra del artista británico Petroc Sesti– sobre una constelación de estrellas de Carlos Betancourt, todas hechas de concreto especial que absorbe el dióxido de carbono. “Miami es y debe ser una ciudad a la vanguardia de la crisis climática, porque la padece de cerca”, nos cuenta nuestra anfitriona.
–Lograste tener un nombre propio en Miami, no sólo en el mundo del arte, sino también en el de la sustentabilidad. ¿Cómo fue que se te ocurrió juntar estos dos mundos?
–Creo que fueron dos cosas que siempre estuvieron muy unidas en mí. Por las noches, antes de dormir, medito, y mi meditación es caminar por el campo de mi papá. Y a medida que voy avanzando en esa meditación me doy cuenta de que todas las cosas que recuerdo son de la naturaleza. El musgo que crecía bajo el árbol, el color del ámbar que goteaba de los cipreses, el ruido de las hojas cuando pisaba en el monte. La naturaleza fue un refugio muy importante para mí. Y el arte corre en la sangre de mi familia. Desde la cuna estuve expuesta a las manifestaciones artísticas: mi abuela era profesora de arte, mi bisabuela escultora y mis padres son muy literatos y melómanos. Cuando volvimos de vivir en Washington en el 84, yo tenía 15 años, y me la pasaba pintando las paredes de mi cuarto, haciendo collages, escribiendo y dibujando. Una amiga de mamá le dijo que me mandara a estudiar pintura porque tenía que encauzar tanto “despliegue artístico”. Tuve excelentes maestros, gané premios, tenía un cierto talento. Hacía cuadros lindos, pero nada más, y esa fue mi crisis. Cuando empecé a trabajar con Miguel Briante en el Centro Cultural Recoleta nos encargaron hacer una bienal de Mercosur. Con dos pesos, hicimos una muestra gigante con decenas de artistas y ahí me di cuenta de que tenía talento para la producción de equipos, para poder pensar formatos nuevos, para detectar los talentos emergentes, para empujar la vanguardia y para crear contenido cultural pujante… Si ya me había hecho un nombre en Miami, entonces era hora de poner el arte al servicio de lo que más me había enseñado y guiado en mi vida y que ahora está en peligro: la naturaleza.
–¿Pero hubo algo puntual que te llevó a hacer el clic?
–Hace cinco años me crucé con la baronesa Francesca von Thyssen-Bornemisza, una de las más más grandes coleccionistas de arte del mundo, y me confesó que sentía un gran impulso por empezar a hacer activismo climático y yo sentía que me estaba pasando algo parecido. Entonces me puse a trabajar con artistas que generaban conciencia ecológica y por vivir en Miami, que estuvieran relacionadas con el océano. En Miami sube el mar y las cocheras de los edificios se llenan de agua. ¡He visto pulpos flotando en el garaje! La belleza costera que atrae a la gente corre cada vez más riesgo de ser devastada. ¿Por qué no usar el poder del arte para beneficio de la naturaleza? Creo en el poder sanador del arte.
–Contamos un poco más de The Reefline.
–Es un parque de esculturas ecológicas bajo el agua, gratuito y abierto al público. Se puede acceder con snorkel, no tenés que ser un buzo calificado. La idea es dar una plataforma para que la naturaleza vuelva a crecer, ofrecerle un hábitat a la fauna marina para protegerla y generar diversidad. Es un arrecife artificial construido con un propósito. Se usa el arte para hacerlo más atractivo, para generar sensaciones, para crear conciencia.
–No debe haber sido fácil siendo extranjera y mujer que el gobierno te otorgue tanto dinero para llevarlo a cabo.
–No me da miedo pedir, ni ser ambiciosa con las ideas porque no sólo las pienso, sino que las llevo adelante. Es difícil, pero a veces una dificultad puede ser una oportunidad si sabés darle la vuelta. Tenés que saber dónde encontrar tu oportunidad. El hecho de ser la ex de un hombre poderoso te juega en contra porque siempre quedás como “la ex de…”. Pero creo que lo di vuelta, porque el proyecto es tan fuerte que yo sólo fui el canal.
–Pero vos tenés una relación muy buena con tu ex…
–Alan y yo somos muy buenos amigos. Pero además tenemos algo que siempre compartimos: crear. Me encanta trabajar con Alan y para Alan. Yo interpreto muy bien sus ideas y lo ayudo a expandirlas y ejecutarlas. He sido una parte importante en el crecimiento del Faena y lo sigo siendo. No sólo en la parte artística, sino también en la dirección creativa, arquitectura, diseño de interiores, comunicación… El apellido de mi hijo es Faena y yo quiero que siempre le vaya bárbaro.
–¿A qué le gustaría dedicarse a Noa?
–¡Ni idea! Por ahora le gusta el fútbol, los jueguitos, viajar y los hoteles. Nació en un mundo con mucha información porque, claro, ¡con estos padres! También tiene mucho sentido de la estética en todo y muy buen gusto en el arte, confío en su criterio.
–¿Cómo se conocieron con Luciano?
–Nos conocimos el 11 de junio del 2017. Era mi cumpleaños y decidí festejarlo en el Roller Dancing Ring. Él estaba en el lugar y se quedó tomando algo mientras lo cerraban para acondicionarlo para mi fiesta, ¡un auténtico colado! Yo estaba pasando música y cuando bajé nos miramos. Me gustó y después un amigo me insistió para que lo invitáramos a casa con un grupo de gente. Varias veces más nos volvimos a cruzar... y ¡voilà! Mi hermana siempre dice que me lo regalaron las hadas. Fue mi regalo de cumpleaños.
–Y se casaron…
–Fui a Bahamas y nos casamos ahí porque él había quedado varado justo antes de la pandemia.
–¿Cómo es tu vida junto a él?
–Luciano me baja a la tierra porque yo vivo en el aire y voy a mil por hora. Él es como un monje zen que me hace bien. A los dos nos encanta viajar, tenemos maneras muy parecidas de disfrutar y el mismo timing. Como si a uno le gustara la miga y al otro la costra del pan. [Se ríe]. Nos complementamos a la perfección.
–¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?
–¿Ves el bordado de ese sombrero que está ahí? Me encanta bordar y coser. ¡Soy un desastre, pero me encanta! No sé dónde, pero es seguro que terminaré mis días como una viejita piola que pasó de tejer relaciones a tejer vinchas en algún lugar del planeta.
–¿Qué ves cuando mirás a la Argentina?
–Amo a la Argentina. Muchos de mis artistas favoritos son argentinos. Amo la cultura argentina. Argentina es enigmática: me dan ganas de estar, pero a la vez me da miedo. Me da pena la decadencia que hay en muchas cosas y a la vez hay tanta genialidad. A pesar de todo, nuestro país siempre tiene esa fuerza tremenda para resurgir de las cenizas.
–¿Dónde te ves en cinco años?
–Me gustaría juntar otros cinco millones de dólares para terminar las otras siete millas del arrecife y que pueda continuar más allá de mí. Los proyectos son exitosos si siguen creciendo cuando ya te fuiste. Yo sé liderar equipos y también sé soltar.
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