Instalado desde hace veinte años en Villa Giardino, donde tiene un emprendimiento turístico, nos cuenta cómo fue dejar la ciudad y revela su gran sueño pendiente: “La idea es vender nuestra casa, comprar un motorhome y recorrer Argentina”
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Después de hacer la recorrida habitual por las instalaciones de sus cabañas, Damián de Santo (54) se dispone a la charla con ¡HOLA! desde Villa Giardino, su paraíso serrano en Córdoba desde hace veinte años. El actor desembarcó allí con su mujer, la bailarina de tango Vanina Bilous (52) –madre de sus hijos Joaquín (19) y Camilo (15)– para cumplir el sueño de vivir lejos de la ciudad. “Vine por primera vez en los 90 y me encantó el lugar. En una de mis escapadas a las sierras me crucé con Georgina Barbarossa y ella me contó que estaba pensando en venirse para este lado. Ahí me pregunté por qué no. Si Héctor Alterio viajaba desde España para trabajar, ¿por qué yo no podía hacer lo mismo desde Córdoba? Y ese fue el clic. Sabía, además, que si había hecho las cosas bien, me iban a seguir llamando. Si había quedado en el recuerdo de la gente y había sido cumplidor como siempre lo fui, me parecía que me debía esta oportunidad y me tiré a la pileta”, cuenta entusiasmado Damián, que tiempo después armó Umbral del Sol, un grupo de cabañas, para que los turistas compartieran con él ese “atardecer perfecto que nace entre las sierras”. Y con una agenda muy organizada, le encontró la vuelta para repartir su tiempo entre los proyectos en Buenos Aires y su vida en el Valle de Punilla. De hecho, hoy se lo puede ver en El primero de nosotros, la ficción de Telefe que protagoniza junto a Benjamín Vicuña, Luciano Castro, Jorgelina Aruzzi y Paola Krum.
–¿Qué te llevó a decir que sí a esta historia y alejarte por un tiempo de Córdoba?
–El guion me llegó mientras atravesaba el encierro de la pandemia. Había algo de la idea de la finitud de la vida que se plantea desde el primer capítulo, que me pegó de lleno. Cuando llegás a una edad donde de repente te das cuenta de que los que están partiendo ya no son los papás de tus amigos, sino que es tu propio círculo de amistades, inevitablemente empezás a pensar: “Pucha, esto me puede pasar en cualquier momento”.
–¿La pandemia te hizo repensar ciertas cosas?
–Claro. Al principio me dio un poco de miedo como a todos, pero después de quince días empecé a reencontrarme, a disfrutar de mi silencio mientras pintaba, salía a buscar leña y destapaba las cañerías de las instalaciones con los perros sentados al lado y nadie más. La pandemia me dio tiempo y eso es algo raro y mágico a la vez. Y ahí es cuando la vida te va diciendo por dónde ir si sabés escucharla.
–¿Cómo te organizaste con tu mujer?
–En realidad, en la cuarentena nos planteamos irnos a vivir cada uno en una cabaña para no invadirnos y tener nuestros propios espacios. Nos juntábamos a comer y compartíamos nuestros momentos, pero vivimos en cabañas separadas. Y mi hijo Camilo iba y venía. [Se ríe]. Creo que fue sano. Me sentí joven otra vez y, además, aprendí muchísimo más sobre el mantenimiento de las cabañas. Este es un lugar que hicimos juntos, lo vimos nacer, sé dónde están los caños, las tapas, los cables, dónde pasa el gas.
–Vivir en el paraíso también tiene su costo…
–Cuando llegamos con la flaca no había nada, era sólo campo. Nunca había hecho un estudio de mercado ni nada por el estilo. Pero con Vani dijimos “hagámoslo”. Gestionamos la instalación de luz, agua, gas… y mientras tanto nos adaptábamos al lugar. En esa época ella venía de hacer muchas giras, desde los 16 años recorría el mundo, primero con el maestro Osvaldo Pugliese y cuando murió, continuó haciéndolo con la hija de él. Después, cuando nacieron los chicos, decidimos que queríamos estar más presentes en la crianza de nuestros hijos.
–¿Instalarte te dio otra perspectiva de la realidad?
–En algunas cosas sí. Te doy un ejemplo: en Buenos Aires cuando empieza a llover, uno se pone como loco… En cambio, acá, se agradece cada lluvia. En estos últimos años hemos plantado más de doscientos árboles de damascos, ciruelas y duraznos, también pusimos eucaliptos, armamos la huerta… Acá tengo la fortuna de ser dueño hasta donde me da la vista. No me quiero poner romántico ni candoroso, pero en este lugar las puestas del sol son un flash. Y al alba, cada vez que vuelvo de llevar a Camilo al colegio, agarro el mate y termino de ver el amanecer en la sierra. Y no lo puedo creer.
–Uno de los mayores desafíos que tuviste que enfrentar fueron los incendios que azotaron la región hace casi dos años…
–¡Uf! El incendio nos llevó al límite de todo y de todos. Me acuerdo que las llamas eran arrastradas con vientos de 90 kilómetros por hora, atravesaban el río y el mismo calor encendía el pasto seco 100 metros antes de que llegara el fuego. Fue una locura nunca antes vista. El que no la vivió no lo va a poder entender, es como estar en un velero en medio de un temporal. El fuego viene de todos lados y a una velocidad imposible de creer. Estamos hablando de 35 mil hectáreas arrasadas.
–¿Tuviste miedo?
–En el momento no. Te pasa que no sentís que estás en peligro porque la realidad es que te podés ir cuando querés y además tenés a los bomberos cerca…. Pero el problema es que no querés irte.
–¿Estuviste al límite de perder tu casa?
–Sí. Habíamos dejado la casa y nos fuimos más arriba del terreno, donde están las cabañas. En ese momento pensé que iba a explotar todo hasta que vino una avioneta hidráulica y nos salvó del desastre. Me acuerdo que con unos vecinos llegamos a juntarnos en una estación de servicio y hablamos de ese miedo atroz de perderlo todo. La pregunta más recurrente entonces era: “Si mi casa se prendiera fuego, ¿qué es lo primero que manotearía? ¿La compu con las fotos? ¿Los títulos de propiedad? ¿Los documentos? ¿Un recuerdo de mis padres?”. Había una desesperación para saber qué salvar para que tu historia continuara.
–¿Qué te pasa con el paso del tiempo?
–El otro día lo hablaba con mi hermano y nos animamos a hacer esta cuenta: ¿Cuántos años nos quedan para seguir bien activos? Calculamos un número hipotético sobre cuánta plata tendría que tener hoy para decir “no laburo más”. Yo me imagino otros quince años más de vida útil y después lo que me regale el destino. Me parece que si no disfrutás, ¿cuál es el sentido de esta vida? Ya criaste a tus hijos, cosechaste tu siembra, ¿cuándo llega el momento de sentarte en la vereda de enfrente a mirar todo lo que hiciste? ¿O la vida se trata siempre de buscar algo mejor?
–¿Qué te imaginás haciendo cuando no trabajes más?
–Un sueño que tenemos con mi mujer es vender nuestra casa, comprar un motorhome y recorrer Argentina. Con eso ya estoy, no quiero nada más. Hay gente que si no trabaja siente que pierde la capacidad de ser útil y encima tiene la presión de lo que piensa y dice su entorno. Y yo me pregunto: ¿qué problema hay que ya no trabaje más? Al contrario, a aquellos que me pregunten por qué no seguí trabajando, les diré: “Porque lo logré”. Ahora estoy con las manos llenas de tierra después de estar en el jardín, pero me baño, me tomo un avión y me voy a trabajar a Buenos Aires como actor. ¡Lo logré! Renuncié a un trabajo prometedor en un banco para ser actor y lo logré. Dios me dio la oportunidad y la aproveché. Estoy seguro de que si llegara a decir algo en mi lecho de muerte seguramente sería algo así: “Flaco, te felicito porque pudiste lograr muchos de tus sueños”.
–Este año celebran con Vanina veintiún años de casados…
–Sí. A mí siempre me gustó la vida en pareja, creo que estar enamorado me hace bien, me pone creativo, me inspira. Si bien durante todo este tiempo los dos cambiamos mucho en el trayecto, sé que todavía tenemos muchas cosas que nos unen. Ojalá nuestra relación sea para siempre porque me encantaría llegar a ser viejito junto a ella. Mientras tanto, ¡disfrutemos!
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