La historia del príncipe que batió el récord de años de espera para ascender al trono británico
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Como todos los nacimientos reales, la llegada del príncipe Carlos, el 14 de noviembre de 1948 a las 21:14, se anunció oficialmente en las puertas del Palacio de Buckingham, mientras que las luces de las fuentes de Trafalgar Square se teñían de azul y las radios de todo el mundo daban la noticia (el heredero pesó 3,350 kilogramos). Y en agosto de 1950 nació la princesa Ana, que vino a hacerle compañía al tímido y sensible principito y se convirtió en su compañera de juegos. Fue un tiempo feliz para el futuro rey Carlos III, que contrastaría después en su memoria con la rigidez que marcó los años de su formación.
De chico le gustaba mucho leer y, junto con Ana, aprendió a montar a edad temprana. Por eso se sentía más feliz en el campo, particularmente en Balmoral. También disfrutó de una relación especial con su “querida abuela”, la Reina Madre: “Mi abuela fue la persona que me enseñó a mirar las cosas”, recordó una vez. Ella alentó su naturaleza amable y gentil, pero además lo dejó explorar, trepar a los árboles y alimentar a las vacas. Más tarde nacieron sus hermanos varones (el príncipe Andrés, cuando el heredero tenía 11 años, y el príncipe Eduardo, cuando tenía 15), y los tres se hicieron muy unidos. Ese vínculo estrecho forjado en la infancia y la adolescencia se mantuvo a lo largo de toda la vida.
A LA ESCUELA
Aunque durante siglos se acostumbró que los chicos de la realeza fueran educados por tutores dentro de los muros de palacio, el príncipe Carlos fue el primer heredero del trono en asistir a la escuela: ingresó a la Hill House School, en Knightsbridge, justo antes de cumplir 8 años (desde los 5, la institutriz Catherine Peebles lo instruía en el Palacio de Buckingham). Dos años después, siguiendo los pasos de su padre, asistió a la preparatoria Cheam, en Hampshire, y luego a Gordonstoun, en Escocia, un internado de normas estrictas con un severo plan de estudios que afectó mucho su ánimo. Encima, la intimidación de sus compañeros de clase empeoró las cosas. En una carta a casa, en 1963, Carlos escribió: “La gente de mi dormitorio es asquerosa. Dios, son horribles”. Más tarde, y rompiendo otra vez con la tradición real, en lugar de alistarse en las Fuerzas Armadas, Carlos ingresó a la universidad: en 1967 comenzó sus estudios de Arqueología, Antropología e Historia en Cambridge y se graduó en 1970, para convertirse en el primer heredero del trono británico en obtener un título universitario. La vida estudiantil resultó enriquecedora para el joven príncipe, que amaba la música y el teatro: se unió a Dryden Society, el grupo de teatro del Trinity College, y llegó a sumarse a la sección de violonchelos de la orquesta universitaria. En la escuela había tocado el piano y la trompeta.
APRENDER DE LA REINA
Antes de ser investido como príncipe de Gales (el evento tuvo lugar en el castillo de Caernarfon, el 1 de julio de 1969), Carlos dedicó un trimestre a estudiar la lengua y la historia de Gales en la Universidad de Aberystwyth. Y, durante la ceremonia en la que recibió la espada, la corona, el anillo, el cetro y la capa, pronunció un discurso en inglés y en galés que vieron en vivo cuatro mil invitados y que siguieron por televisión quinientos millones de personas. Cabe destacar que fue el poseedor del título de príncipe de Gales con más años de servicio en la historia: durante sesenta y cuatro años hasta pasárselo a su heredero, el príncipe William, en septiembre de 2022.
Desde los 3 años, Carlos fue hijo de un monarca –en el mismo momento en que su mamá se convirtió en la reina Isabel II, él pasó a ser el heredero del trono– y a lo largo de su infancia lo prepararon para observar y aprender. Por eso, desde muy chico se unió a su madre y a su padre, el duque de Edimburgo, en eventos formales, pese a que sus deberes públicos comenzaron recién en 1969, al ser investido príncipe de Gales. También, con el correr de los años, acompañó a su madre en cenas de Estado y vio de cerca la marca única de diplomacia de la Reina. Al mismo tiempo, Isabel II entrenó a su heredero en los asuntos cotidianos que le esperaban, como la audiencia semanal del monarca con el primer ministro en el Palacio de Buckingham. Y compartió con él sus famosas cajas rojas, para que Carlos estuviera al día en los asuntos de Estado. Pero hay muchas otras formas en las que Carlos sigue a su madre. Al igual que ella, mantiene su propio nombre (muchos monarcas cambian el suyo al ascender al trono), la sucedió como jefe del Commonwealth –la comunidad de naciones británicas– y es un gran defensor de la diversidad cultural y religiosa del Reino Unido y el Commonwealth. Otra lección importante que aprendió de Isabel es que los misterios de la monarquía deben transmitirse a las generaciones futuras: cuando el príncipe William era un chico, tomaba el té en Windsor regularmente y su abuela le servía de mentora.
DEPORTES Y MUJERES ARISTÓCRATAS
Aunque sus primeros y más grandes amores fueron la música, el arte y la cultura, también probó suerte y sobresalió en una gran variedad de deportes. A medida que maduró, se centró en el polo, el esquí y la pesca, y disfrutó especialmente de practicar sus habilidades en el campo de Windsor, las pistas de Klosters y el río Dee, en Balmoral. La pasión por el polo, que heredó de su padre, lo llevó a participar en partidos de alto nivel y jugar de manera competitiva hasta 1992. Después de eso, continuó despuntando el vicio en partidos benéficos y les transmitió ese fervor a sus hijos, el príncipe William y el príncipe Harry. Pero nunca se siente más en su elemento que cuando está rodeado de ríos y montañas: ama la pesca con mosca desde niño, un pasatiempo que le enseñó su abuela, la Reina Madre. Y también los deportes acuáticos como el buceo, el esquí, la vela y el windsurf.
Antes de su matrimonio con Diana, el entonces príncipe de Gales vivió una serie de romances con varias chicas aristocráticas que la prensa apodó “Los ángeles de Charlie”. En 1971 conoció a Lucía Santa Cruz, la hija de un ex embajador de Chile en Londres, cinco años mayor que él. No se sabe por qué terminó la relación, pero aparentemente fue Lucía quien presentó a Carlos y Camilla Shand. Después, hacia 1973, él cortejó a la hija del octavo duque de Wellington, Lady Jane Wellesley, y, cuando el amor llegó a su fin, un año más tarde, culpó del fracaso al intenso escrutinio mediático. Davina Sheffield, la nieta del primer Lord McGowan y prima de Samantha Cameron, estuvo vinculada sentimentalmente con él en 1976, y Lady Sarah Spencer, la hermana mayor de Diana, en 1977. Con el tiempo, Sarah se atribuyó el mérito de haberle presentado a Diana y dijo: “Soy Cupido”. La heredera de la dinastía cervecera Sabrina Guinness fue otra mujer que cautivó al heredero. Corría 1979 y, según se dijo, él estaba enamorado de ella hasta el punto de que la llevó a Balmoral para que conociera a la familia real, pero tras nueve meses Carlos terminó abruptamente la relación porque la Reina no estaba contenta con el pasado “picante” de Sabrina. Hacia 1980, y todavía en la búsqueda de una novia, el príncipe le propuso matrimonio a Lady Amanda Knatchbull, la nieta de Lord Mountbatten y su prima segunda. Y, pese a que la familia real estaba interesada en que la relación funcionara, no hubo boda, porque todo ocurrió en un mal momento para Amanda: poco antes había perdido a su hermano menor, Nicholas, y a su abuelo, en un asesinato del grupo terrorista irlandés IRA, y no podía reconciliarse con la idea de estar tan firmemente en el centro de atención real.
PADRE Y ABUELO DEDICADO
Cuando Carlos y Diana se divorciaron, en 1996, decidieron compartir la custodia de sus hijos. Pero la trágica muerte de la princesa, el 31 de agosto de 1997, dejó al príncipe solo para criar a William y Harry y frente a la difícil tarea de ayudarlos a superar la desgarradora pérdida de su madre. Sin embargo, Carlos, que en su infancia había experimentado una crianza completamente fría y distante, pudo asumir un rol diferente en el que se impusieron el afecto y la complicidad con sus herederos. Aunque para Gran Bretaña y el resto del mundo él es el rey Carlos III, para sus nietos es simplemente el “abuelo de Gales”. Al momento de ascender al trono, el año pasado, Su Majestad ya tenía cinco nietos, y también llevaba un papel clave en la vida de los nietos de Camilla. “Mis nietos lo adoran”, reveló ella. “Lee Harry Potter y puede hacer todas las voces diferentes, y eso los chicos lo valoran muchísimo”.
MILITAR Y VIAJERO
El Rey, que obtuvo sus alas de la RAF –la Royal Air Force– como teniente de vuelo de Gales en agosto de 1971 y estuvo al mando del HMS Bronington en 1976, mientras servía en la Royal Navy, es hoy el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Británicas. Además, el año pasado se convirtió en capitán general de los Royal Marines, un cargo que antes ostentaron su padre y su hijo Harry, antes de retirarse de sus deberes reales. También, durante las siete décadas que vivió como heredero del trono, Carlos visitó más de cien países y territorios, empezando por su primer viaje al extranjero a Malta, a los 5 años. Desde entonces, recorrió el mundo entero e interactuó con presidentes, primeros ministros y figuras como Nelson Mandela y la Madre Teresa de Calcuta. Adonde sea que vaya, siempre se hace tiempo para conocer a la gente del lugar y su cultura: fue recibido con flores en el Pacífico Sur y bailó entusiasmado con sus anfitriones en la selva amazónica, por ejemplo.
SUS OTROS AMORES
A lo largo de su vida, Su Majestad fue capaz de relajarse y despejar su mente gracias a varios hobbies y pasatiempos. No es ningún secreto que le encanta disfrutar de la naturaleza y es fanático de los perros: está completamente enamorado de los Jack Russell de su mujer, Beth y Bluebell, a los que dentro de la residencia real se les permite estar “casi en todas partes”, con una excepción: “No pueden dormir en la cama”, contó él mismo. La pintura es otro de sus entretenimientos y algunas de sus obras fueron exhibidas en exposiciones y llegaron a subastarse. Aficionado al uso de las acuarelas, pinta siempre que se presenta la oportunidad –en especial, paisajes–, y lleva su valija de pinceles hasta en las giras reales, con la esperanza de que las musas lo sorprendan. Una pasión que encaja perfectamente con su amor por las artesanías, afición que devino en que muchos jóvenes aprendieran habilidades tradicionales a través de los cursos ofrecidos por su fundación, The Prince’s Foundation.
UNIDOS AUN EN LAS DIFERENCIAS
Con el rostro marcado por la tristeza, Carlos se despidió de su padre mientras encabezaba una emotiva procesión detrás del féretro del duque de Edimburgo en su último viaje desde el castillo de Windsor hasta la capilla de Saint George, donde fue enterrado. Desde que era un chico, el estilo brusco y la actitud práctica de su padre contrastaron dramáticamente con su espíritu sensible, y no podía evitar observar con asombro la confianza en sí mismo y el carácter intrépido del duque. Ya sea piloteando un avión para llevarlo a Gordonstoun, empuñando un taco de polo o compitiendo en una carrera de lanchas, Felipe era un padre para respetar, admirar y, a veces, evadir. Sin embargo, el choque de personalidades entre los dos disminuyó a medida que el príncipe creció, y no sólo llegaron a disfrutar juntos de actividades deportivas, sino que también pudieron comprenderse mutuamente.
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