La actriz y directora repasa su carrera y se ríe del rótulo de “sex symbol de los 80″
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Yo te conozco de algún lado. ¿Sos de Versailles? ¿Fuiste al colegio tal?’. Me confunden con Cecilia Dopazo o me toman por Gabriela Toscano. Y aunque no me parezco a Valeria Mazza, me llaman con su nombre porque lo confunden con el mío. También suelen decirme Valeria Mazer. O Emilia Mazza. Una chica con la que hacía teatro estaba todo el tiempo repitiéndome que la confundían conmigo. ‘Basta –le dije un día–. ¡Ni siquiera a mí me confunden conmigo!”. Y, entonces, la habitación se inunda con la risa de ella… la de Emilia Mazer (58), una actriz que lleva ya cuatro décadas ininterrumpidas en el cine, la televisión y en el teatro. Su debut en la pantalla grande no fue ni con Tango feroz –con Dopazo– ni tampoco con El exilio de Gardel –con Toscano–, sino en Los chicos de la guerra, la película de Bebe Kamin que, con otras películas icónicas de vuelta a la democracia, marcó a toda una generación. También la marcó a ella. En 1984, cuando se desnudó para hacer aquella escena de sexo con un ex combatiente de Malvinas, Mazer tenía sólo 19 años. “Uma, mi hija, a veces, me dice que yo fui sex symbol de los 80. Alguien le hizo el comentario y ella bromea. Nunca me hice cargo de eso, pero lo cierto fue que, después de esa película, empezaron a llamarme para hacer propagandas y tapas de revistas, como Playboy. Era la época de la hiperinflación y ofrecían pagarme en dólares. Dije que no. Yo había empezado a estudiar teatro a los 16 años y estaba determinada en ser una actriz seria”, dice Emilia a ¡HOLA! Argentina.
–El perfil bajo que siempre tuviste, ¿fue consecuencia de la alta exposición de esos años?
–Hay algo de intención. Me exhibí desde muy chica y, si no resguardaba mi vida personal, me desintegraba en el mundo de la imagen. Al principio, fui “la rubia que se desnudaba en Los chicos de la guerra”: nadie sabía mi nombre porque, al principio, no había aparecido en el cartel de la película. Pero, más tarde, todos querían saber de mis romances y, si no los sabían, me los inventaban [a fines de los 80, la prensa insistió en que mantenía una relación con el actor Federico Luppi: “Él tenía la misma edad que mi papá (…). Y, la verdad, eso me perjudicó bastante”, ha dicho ella en varias ocasiones]. Fui construyendo mi camino de a poco y con sigilo. Pero, más allá de eso, soy tímida.
–¿Tímida y seria?
–¡Tímida! No soy seria. Muchos no me sacan la ficha porque se guían por los papeles que he interpretado y… ¡porque no me conocen! Que la gente no sepa tanto de mí me ha permitido construir todo tipo de personajes: ser mala, prostituta, asesina, drogadicta, travesti o Juana de Arco. Esconderme detrás de los personajes me dio libertad y vida privada.
–A los 24 años, cuando vivías un gran momento de fama, te fuiste a España y te quedaste por tres años. ¿No te dio miedo perder lo que habías construido?
–Mucha gente me dijo que estaba loca. Pero no tuve miedo de soltar lo que tenía. Nunca tuve la ambición de ser famosa: quería ir por más y sentía que así estaba formando la actriz que quería ser. Y, cuando volví al país recuperé algunas cosas y otras, no. Más tarde hubo también propuestas que me perdí: las rechacé y después se convirtieron en grandes éxitos. [Se ríe]. Elegí siempre de acuerdo a mis valores. No todo me ha dado igual.
–Tampoco te dio miedo embarazarte a los 42 años.
–¡Cero! No tuve miedo de ser madre grande ni tampoco tuve miedo en el momento del parto, cuando me dijeron que había riesgo de vida. Me dije: “Si alguna tiene que vivir, que sea ella”. Yo tenía un profundo deseo de ser madre, pero se me hizo muy difícil [Emilia perdió varios embarazos por trombofilia]. Estar embarazada era lo que más quería en la vida. Y quería –sí o sí– encontrar a un hombre que fuera buen padre para el hijo que tuviera. Estaba tan empecinada en esa tarea que algunas cosas de la pareja se me distorsionaron. Con Juan [se refiere al abogado Juan Esteban Leguizamón, con quien estuvo casada tres años] nos separamos cuando yo estaba embarazada. Pero Uma tuvo siempre un papá presente. Valoro mucho los acuerdos que logramos como padres. Me hubiera gustado tener un matrimonio largo y criar a mi hija en pareja, pero, a veces, pienso que no existe el error: vivís lo que tenés que vivir para que venga lo próximo, que es mejor.
–¿Sos enamoradiza?
–Ya no. Tuve grandes amores, aunque no tantos. No me enamoro fácilmente y, si alguien al poco tiempo de conocerme me dice que se enamoró de mí, huyo. Soy exigente con todo: conmigo, con mi hija, con mis alumnos y con los hombres, también. Eso sí: si me enamoro de alguien será en la calle, en un taller mecánico, en la vida misma, pero no a través de una aplicación. No me gusta ver hombres por catálogo. Creo en cosas más sencillas, pero que, tal vez, estén pasadas de moda, como que te puedan mirar y que puedas mirar de verdad. Y, para eso, hace falta tiempo.
–¿Qué sentiste cuando tu hija te dijo que quería ser artista?
–A Uma le encanta actuar, bailar, cantar, hacer acrobacias. Casi que no me sorprendió: me acompaña a todos lados desde que la tenía en mi panza. A veces, cuando me pregunta sobre la independencia económica, le cuento que mi papá [Horacio], que era contador público, y mi mamá [Nora], que era abogada, querían que yo estudiara una carrera tradicional: tenían miedo de que yo no pudiera mantenerme. Pero logré comprarme mi casa a los 20 años, y, en algún momento, yo los mantuve a ellos. Cuando me fui a vivir a España, fui camarera, bartender, repartí volantes y vendí productos de peluquería. En esta profesión, no hay reglas fijas y uno tiene que estar dispuesto a enfrentar ese vacío y esa inestabilidad y ver qué sale de ahí.
–¿Cómo sos como mamá?
–Soy muy idishe mame… tanto que, a veces, he dudado si no estaba exagerando. ¡Consulté y me dijeron que estaba haciéndolo bien! Sé que soy una pesada, pero lo prefiero. Para estar con ella, me corrí un poco de la tele; la llevo, la traigo, la busco a las fiestas. Siempre me acompañó a dar clases, en mis giras, en mis ensayos y hasta cuando me voy de temporada. ¡Aprendió a surfear desde muy chiquita en Mar del Plata, donde pasaba meses conmigo mientras yo hacía teatro!
–Y el 11 de noviembre, en el festejo de tu cumpleaños, te cantó una canción.
–Mi hija nunca me canta nada [se ríe] y me dedicó “Zombie”, un tema de The Cranberries que me encanta. Este año, con tanta gente que la está pasando mal en el mundo, yo estaba muy apagada. No estaba de ánimo para celebrar, sin embargo, mis amigos y colegas armaron un festejo para mí. Sentí que era una desagradecida si no celebraba. Siempre consideré que tuve yapa: con la profesión, con la maternidad, con la vida… El día que se murió mi papá, con 82 años, yo estaba muy triste, pero al mismo tiempo feliz: él había tenido una linda vida y, al igual que mi mamá, me dio todo lo que soy.
–¿Te afecta el paso del tiempo?
–Hay muchas cosas que no dependen de mí, como el paso del tiempo. Si bien entiendo que estoy en un momento bisagra, no tengo esa ansiedad de la lucha contra el tiempo: pienso arrugarme conforme los años vayan viniendo y, si me llaman para hacer papeles de abuela, los haré con todo gusto. Una amiga me insiste para que me aplique cosas, como bótox o rellenos… No lo voy a hacer. Me quiero y me gusto tal como soy. Quiero envejecer con todo lo mío. Lo que le pasó a Silvina Luna, tan bella, joven y radiante, para mí fue un llamado de atención. Ella fue alumna en mi estudio y, aunque no fue cercana a mí, lo que le pasó debería llevarnos a un replanteo. No quiero volver a tener 20 años: viví esos años a fondo y con pasión; y la clave de tener pasión ha sido no quedarme quieta. Como soy consciente de que el tiempo se acorta, sí me interesa ser coherente en qué actitud de vida le dejo a Uma y ser constante con mi felicidad. A veces, fantaseo con que, cuando mi hija termine el secundario, agarremos una mochila y una carpa y nos vayamos por el mundo. Puede ser un acto de locura, pero esa idea me mantiene joven.
Maquillaje: Joaquina Espínola
Agradecimientos: Fernanda Caride (estilismo), Francisco de los Santos (peinado) y Paula de los Santos (uñas). Marfil Boutique, Janis, Melania Garbellotto y Andrea Bo (marcas) y Teatro Ñaca.
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