El maestro de cocineros eligió el Día de los Enamorados para invitarla a salir por primera vez. Juntos, vivieron una gran historia de amor que les dio una heredera y duró trece años, hasta la muerte de él, en 2004
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Su historia de amor podría inspirar una película. Mariana Gassó tenía 26 años cuando Carlos Alberto Dumas, su alma gemela, la flechó en una reunión de trabajo. Corría 1991 cuando el Gato, que tenía 52 y ya era un rockstar de la cocina, eligió el Día de los Enamorados para invitar a salir por primera vez a quien más tarde sería la madre de su hija menor, Olivia (23).
“Nos conocimos a través de Raquel Frías, su segunda mujer. Yo ya estaba divorciada y con mi ex marido íbamos siempre a comer al restaurante del Gato. Para mí, era un ídolo total. Un día, él llamó a Raquel, que trabajaba en una inmobiliaria conmigo, porque tenía que vender todas sus propiedades. Lo había estafado un gerente y debía pagar una deuda muy grande. Raquel sabía que yo era fan y me propuso acompañarla… Tres días después, el Gato me llamó para invitarme a comer”, rememora Mariana (58), en la cocina de su casa. Olivia, que está por comenzar el último año de Arquitectura, la misma carrera que su papá, escucha con atención.
–¿Y qué le contestaste?
–Yo estaba saliendo con un arquitecto que era un amor y, aunque me moría de ganas de salir con el Gato, quería hacer las cosas bien después de mi separación. Fui a verlo al restaurante. Apenas entré, me dijo: “Sabía que ibas a venir y también sé que me vas a decir que no”. Eso fue un miércoles, creo, y el domingo siguiente corté con mi novio.
–¿Adónde te llevó en su primera cita?
–Fuimos a comer al restaurante Catalinas. Ramiro Rodríguez Pardo, que era amigo de él, estaba a cargo de la cocina.
–¿Y qué te enamoró del Gato?
–Todo. Era desopilante, generoso, íntegro y tenía buen corazón. Lo nuestro fue un flechazo absoluto. Me hacía reír, me cuidaba… ¡Se tomó un mes y medio antes de darme el primer beso!
–¿Y a él qué lo volvió loco de vos?
–No sé, nuestro amor fue pleno. Éramos compañeros, amigos, amantes… En todosl os aspectos de la pareja había conexión. El Gato era familiero, sencillo, muy laburador y jugaba a hacerse el snob. No hacía diferencias con la gente: era igual con un presidente y con el jardinero de casa. En la Recoleta, donde la competencia entre los restaurantes era feroz, mandaba a poner pasacalles: “¡Feliz cumpleaños, ídolo!” o “Sos el número uno, tus amigos de la Recoleta”.
Unas horas antes de que lo operaran de un cáncer, me preguntó, preocupado: “¿Qué le vas a decir a tus amigas?”. “Bueno, Gato, les voy a decir que te operaron de un tumor en la próstata”. Me miró serio y me dijo: “No, bebé, te pido por favor que no digas eso. Vos deciles que me operan de algo feo en la panza”.
–¿Le daba pudor?
–No, le parecía un cache la palabra próstata. [Se ríe]. ¿Te das cuenta? Él era así. Tenía esas salidas, era un distinto.
EL AMOR DESPUÉS DEL AMOR
Pasaron tres décadas de su flechazo con quien puso de moda cocinar por televisión, y el recuerdo sigue intacto. En cada espacio de la casa que Mariana construyó tras la muerte de su gran amor, que fue el 14 de mayo de 2004, hay fotos del Gato. Su amor se ganó su apodo en la juventud, en un partido decisivo del Belgrano Athletic, su club, cuando marcó un try, con un movimiento felino, que los hizo campeones contra Cuba, su eterno rival. “Una amiga me preguntó: ‘¿Cuándo vas a sacar esas fotos?’ y me cayó la ficha hace poco. Si las saco, él no va estar más… El Gato se fue al cielo cuando Olivia era muy chica y no vamos a tener otras fotos más que estas…”, nos confía Mariana, conmovida.
–El Gato murió dos meses antes de cumplir 66. ¿Qué pasó exactamente?
–Tuvo un trombo que le causó un paro cardiorrespiratorio. Le quedó un coágulo después de la operación en la que le sacaron el tumor de la próstata y se lo descubrieron una semana después, cuando fuimos al sanatorio para que le sacasen los puntos. Le faltaba el aire, estaba un poco agitado y, antes de salir de casa, me pidió recorrer juntos el jardín y la huerta. Fue su despedida. Ese día, le hicieron una placa de tórax, le descubrieron el coágulo, y lo dejaron internado en terapia intensiva para disolvérselo con un tratamiento de anticoagulación.
Estuvo una semana más en el sanatorio. Murió el día en que le iban a dar el alta. Esa mañana llamé, me dijeron que estaba todo bien, pero partió cuando yo iba camino a buscarlo. Al año siguiente, fui a ver a su médico. Pedí un turno para el 20 de julio, el día de su cumpleaños. Le dije todo, no me quedé con nada, me saqué todo el dolor que tenía en mi corazón. Fue un gran alivio.
–¿Qué te llevó a tomar esa decisión?
–No quería que le pasara algo similar a otro. Nadie nos dijo cuáles eran los riesgos de la operación y, cuando yo consultaba, el médico me decía que no iba a pasar nada, pero pasó. No llevé la cosa a instancias mayores porque eso no me hubiese devuelto al Gato y hubiese sido muy dañino para todos. En nuestra conversación, el médico me dijo: “Te sacaste la espina y me la clavaste a mí” y yo le respondí que estaba en él quedarse con la espina o con la flor… Al día siguiente, le llevé un rosal de nuestro jardín para que no lo dejara morir, para que lo cuidara como debería haber cuidado al Gato. Él amaba sus rosales.
–Se cumplen 18 años de su muerte. ¿Cómo fueron estos años sin él?
–En este tiempo, Olivia fue mi Norte, mi sostén, puse todo el foco en ella. Trabajé para darle una vida feliz dentro de mis posibilidades y ahora ella es una mujer en su ley. Cuando tomó la comunión, por ejemplo, elegí una catequesis familiar. Quería participar, compensar la falta física de su papá. Crie a Olivia preguntándome todo el tiempo: “¿Qué haría el Gato? ¿Cómo le gustaría que fueran las cosas?”. Así tomé todas las decisiones.
–¿De dónde sacaste la fuerza?
–Sin lugar a dudas, del amor que nos tuvimos con su papá. De alguna manera, él siempre me acompañó. Nos entendíamos tanto que no dudé ni siquiera en un paso. Siempre sentí que el Gato iba a estar orgulloso de mis decisiones. Tuve que ser madre y padre a la vez, pero Oli me ayudó muchísimo: ella siempre entendió cuál era nuestra realidad, nunca la importó si no tenía la última remera o las zapatillas de tal marca.
–¿Qué ves del Gato en tu hija?
–Olivia es una chica de bien. Tiene los valores de su papá y sabe dónde está parada. No tiene esa cosa explosiva e histriónica que sí tenía él, pero sabe lo que quiere. La veo desde afuera y me gusta cómo es. Es muy responsable y pone todo de sí en lo que hace. Ama dormir como el Gato y aunque no cocina, le gusta comer rico.
–Olivia, ¿te da culpa no cocinar?
Olivia: No, porque no necesito cumplir con las expectativas de los demás. La verdad es que no tengo paciencia para seguir una receta, me gana la ansiedad. Prendo el horno tarde, me mezclo con los pasos, hago todo mal. Lo que sí me gusta es ver qué hay en la heladera e improvisar.
–¿Qué recordás de él?
–Son flashes. Hay recuerdos que no sé si son míos o anécdotas que me contaron otros y que yo hice propias. Hace poco, pasamos por casualidad con una amiga por su primer colegio de cocineros en el barrio de Belgrano y me acordé de que en la esquina había un kiosco donde vendían unos minidinosaurios que ponías en agua y se hinchaban. En casa, tenía una pecera llena y tengo la imagen de estar yendo al kiosco con él para comprar uno más… Son pequeños momentos a partir de los cuales fui armando una imagen de mi papá.
Si bien su ausencia se notó, y todavía se nota en fechas significativas, con mamá nos arreglamos muy bien.
Mariana: Oli tiene mucho feeling con los padres de sus amigas. Ayer justo me mostró una foto de los papás de una. Ellos se llevan muchos años, como el Gato y yo, y en la foto están abrazados y emocionados el día que su hija se recibió de médica. Cuando la vi, sentí que de alguna manera Olivia estaba imaginando cómo hubiesen sido las cosas si su papá estuviera con nosotras.
–¿Cómo era el Gato en su rol de padre?
–Olivia hacía lo que quería con él. Le pintaba las uñas, le ponía hebillitas y él se iba a trabajar así. Le encantaba salir a comer solo con ella, iba a todos lados con la “bebecita”, como le gustaba decirle a Oli. Los cinco años en que estuvieron juntos él disfrutó con todo su corazón a nuestra hija.
–Alguna vez contaste que tuvieron que recurrir a la técnica de fertilización in vitro para ser padres. ¿Por qué?
–Yo tuve una serie de embarazos ectópicos. Antes de tenerla a Olivia había perdido un embarazo de seis meses de trillizos y cuando decidimos volver a intentarlo, nuestro médico nos sugirió transferir los tres embriones que nos quedaban. Prosperó el embrión de Olivia, que había estado un año y medio criopreservada. Aún tengo la cajita, el Gato la decoró con stickers de gatitos.
–¿Te volviste a enamorar?
–Mirá, en todos estos años sin el Gato, una sola vez me enamoré, pero se terminó. Hoy, me siento plena con mi familia y con los perros que empezamos a refugiar durante la pandemia. Viví una historia de amor tan linda que la vara quedó altísima. A veces pienso que sería lindo compartir la vida con alguien, sobre todo ahora, que Olivia está desplegando sus alas… Pero, por el momento, me da satisfacción estar con los míos y poner mi granito de arena para mejorar la vida de los perritos abandonados que transitamos acá.
–Y vos, Olivia, ¿estás de novia?
–No, y estoy muy bien así. Estoy enfocada en conocerme y en terminar mi carrera. Este año, arranco el último año de Arquitectura y no veo la hora de recibirme, quiero cerrar la etapa de la facultad. Creo que lo principal en una relación es el compañerismo, que puedas admirar a la persona que tenés al lado y nutrirte de ella. No me cierro a la idea de enamorarme, siento que va a pasar cuando tenga que pasar.
–Mariana, ¿por qué das gracias todos los días?
–Por haber tenido la oportunidad de conocer al amor de mi vida y darle forma, juntos, a la familia que siempre soñé. Si bien nos perdimos de compartir muchas cosas con él, como la crianza de Oli, los concerts escolares, sus cumpleaños y las primeras fiestas y salidas, en mi vida hubo un antes y un después del Gato y por eso siempre voy a estar agradecida.
Agradecimientos: Joaquín López Patterson (maquillaje y peinado)
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