La actriz que brilla en la segunda temporada de El encargado habla del desafío que fue hacer la serie y reflexiona sobre el rol de la astrología en su vida
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Debido a la profesión de sus padres, José Eduardo Abadi y Corinne Sacca, en la casa de María Abadi (38) se respiraba psicoanálisis. Sin embargo, el mundo artístico no les era ajeno. “Ellos se pusieron de novios mientras estudiaban teatro con Lito Cruz. Además, mi papá escribía y actuaba en obras de teatro, y mi mamá era crítica de arte”, cuenta la actriz al recordar su primer contacto con la actuación. A sus 15 años empezó a estudiar teatro con Helena Nesis y a los 18, cuando ninguna carrera tradicional la convencía –ni siquiera Psicología o Letras, las dos que resultaban más afines a sus intereses–, una compañera del colegio le acercó el programa del Instituto Universitario Nacional del Arte y la hizo caer en la cuenta de que esa era la carrera en la que se quería embarcar. “Me anoté, pero nunca empecé a cursar, porque primero me fui de viaje y a los pocos meses quedé seleccionada en un casting para la película Géminis [2005], de Albertina Carri. Así empecé a trabajar como actriz”, recuerda María en diálogo con ¡HOLA! Argentina.
–Enseguida que te lo propusiste se cumplió tu sueño…
–No lo podía creer, estaba cumpliendo un sueño que ni siquiera sabía que tenía. Sabía que me gustaba actuar, pero mientras trabajaba descubrí que era mi vocación. Igual, me lo tomé con calma. Cuando terminé la película surgió la posibilidad de trabajar en un programa de Cris Morena y la rechacé, porque me daba mucho miedo quedar encasillada en una figura juvenil. Eran mis miedos y prejuicios a los 20 años. Para mí era muy importante saber qué tipo de actriz iba a ser, dónde estaba mi identidad. Me di tiempo, me acuerdo de que me llamaron para castings que no quise hacer, hasta que salió Montecristo [2006], que fue un boom.
–Tuviste la madurez necesaria para frenar y elegir qué querías hacer.
–Creo que tiene que ver con que nunca quise ser famosa, incluso a la fama le tenía más miedo y pudor que deseo. En general, las personas que empiezan a trabajar en televisión siempre tienen un costado que desea esa exposición. Yo no digo que no lo tenga –por algo hago lo que hago, no me voy a hacer la boba–, pero mi ego y mis inseguridades, que siempre van de la mano, se jugaban más en ser reconocida y respetada como una buena actriz que en ser famosa.
–¿Qué te pasó cuando te empezaron a reconocer en la calle por Montecristo?
–Fue bastante fuerte. Me acuerdo que dejé de tomarme el colectivo 60 para ir a Teleinde porque me daba vergüenza la sensación de que todos me estuvieran mirando. Pero, a la vez, creo que fue más fuerte para mis amigos y mi familia. Yo tengo un costado bastante colgado, entonces, iba por la vida sin pensar en que me iban a reconocer. ¡Y tampoco era Lali Espósito! Hoy con El encargado vivo algo parecido, aunque son épocas distintas.
–Te incorporaste a una serie exitosa como El encargado y tu personaje tuvo mucha repercusión. ¿Fue un desafío trabajar con Guillermo Francella?
–Sabía que tenía que estar a la altura, al punto que fue la primera vez en mi vida que trabajé con una coach antes de empezar a filmar. Arranqué con muchos nervios y pensé que la iba a pasar mal. Y fue todo lo contrario: me divertí, lo disfruté y me sentí muy cómoda. Al ser la contrafigura de Guillermo, para mí era muy importante construir un personaje que tuviera peso, y eso creo que sucede. Uno de los mejores elogios que me dicen es que estoy al lado de dos actores increíbles como Francella y el Puma Goity y no hay disparidad.
–¿Cómo te afecta la ansiedad de la inestabilidad laboral que tienen los actores?
–Siempre me organicé para no tener tiempo libre, para no estar esperando un llamado telefónico [además de trabajar en televisión, María suele dar clases de actuación y hace obras en el circuito teatral independiente]. Más allá de lo económico, porque tengo ciertos privilegios, como mi propio departamento, soy muy inquieta y siempre me dio mucho miedo no tener nada para hacer. Antes de los 30 años no tener un trabajo como actriz me generaba muchísima más angustia y ansiedad. Hoy, eso no es lo único que me define en la vida, entonces ya no lo vivo de esa forma.
–Una vez contaste que a los 11 años empezaste a psicoanalizarte...
–Hago terapia psicoanalítica y, a veces, alguna más holística, y voy a la astróloga cada tanto. Si fuera por mí, haría terapia todos los días, pero no lo hago porque es muy caro y no me da el tiempo. Me parece fabulosa la posibilidad que tenemos de pensarnos a nosotros mismos.
–¿Qué lugar ocupa la astrología hoy en tu vida, además de haberse convertido en un trabajo?
–Con la astrología, si bien empecé a trabajar rápido, la incorporé a mi vida más despacio que a la actuación. No busqué que se diera tan rotundamente y me encanta. Soy ascendente en Acuario, así que cuando lo planeo, sale mal, y cuando no, como en este caso, me sale bien. Por ahora sigo haciendo cartas natales y tengo un proyecto para desarrollar algo en relación con la comunicación de la astrología.
–¿Cómo se complementan la astróloga y la actriz?
–Al principio, tenía la necesidad de separar la astrología y la actuación y bromeaba con que iba a usar mi segundo nombre, Alejandra, para diferenciar mis trabajos. El deseo de separarlos lo sigo teniendo, más allá de que uso la astrología para actuar, porque cuando pienso en un personaje, se me vienen los arquetipos astrológicos; o en mi manera de abordar una carta natal a veces doy ejemplos ligados a mi experiencia como actriz.
–Y para tu vida personal, ¿qué herramientas te dio?
–Le debo un montón a la astrología, me abrió la mente en relación a cómo miro el mundo. Al ser un lenguaje circular permite la contradicción como potencia y no como conflicto. Me dio la posibilidad de entender y decir: “Che, tengo un montón de contradicciones que no necesariamente deben ser resueltas eligiendo una de las dos”. Me permitió salir de esa dualidad.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola
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