Cuando accedió al trono era el monarca más joven de Europa. Y aunque encandiló a sus súbditos con sus ideas liberales, su juventud –más parecida a la de un Don Juan que a la de un soberano– fue objeto de debate y polémica
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Carlos XVI Gustavo de Suecia llegó al trono el 15 de septiembre de 1973 tras la muerte de su abuelo, Gustavo VI Adolfo. Tenía 27 años y se convertía en el rey más joven de Europa (hoy es el monarca sueco más longevo). Y, aunque en el momento de saludar a la multitud desde el balcón del Palacio Real era un hombre soltero con poco interés en llevar una vida familiar, ya había conocido a quien sería su reina, la alemana Silvia Sommerlath (el flechazo tuvo lugar en los Juegos Olímpicos de Múnich, en 1972, cuando ella trabajaba como traductora y azafata). Así, tres años después de su ascenso al trono, en marzo de 1976, Carlos Gustavo anunció su compromiso. La boda real tuvo lugar el 19 de junio de ese mismo año y los Reyes fueron padres de tres hijos: Victoria, la heredera, Carlos Felipe y Magdalena.
UN PRÍNCIPE HUÉRFANO
Carlos Gustavo Folke Huberto nació el 30 de abril de 1947 en el Palacio de Haga, en Estocolmo, es el menor de los hijos de Gustavo Adolfo, duque de Westerbotten, y de la princesa Sibila de Sajonia-Coburgo-Gotha (tiene cuatro hermanos mayores) y a los nueve meses perdió a su padre en un accidente aéreo. Eran tiempos en los que reinaba su bisabuelo, Gustavo V Adolfo. Cuando murió, ocupó el trono su abuelo, Gustavo VI Adolfo, y Carlos Gustavo se convirtió en heredero con sólo 4 años. En ese mismo momento comenzó su educación como rey. Era 1950.
En su país todos le tenían simpatía, especialmente desde que se supo que era disléxico, un dato que se sumaba a esa infancia marcada por la tragedia. Y desde su llegada al trono lo veían como el monarca perfecto del siglo XXI, el que cambió la ley para que su hija mayor, Victoria, pudiera sucederlo. Acaso por eso le perdonaban su pasado de playboy y algunos pecados de juventud, como las dificultades que tuvo durante sus primeros años como rey: se sentía encorsetado e infeliz y no le gustaba en absoluto aquello para lo que estaba destinado desde que nació.
ESCÁNDALO Y POLÉMICA
En 2010 se publicó una biografía llamada El monarca reticente, de Thomas Sjöberg, que sacudió a la monarquía sueca desde sus cimientos. Según se contaba en el libro, en los años 90 Carlos Gustavo había frecuentado clubes nocturnos, participaba de fiestas con strippers y vivió una larga aventura amorosa con una famosa cantante: Camilla Henemark. Sus compañeros de salidas nocturnas eran miembros de la aristocracia sueca (los apodaban “la pandilla real”) y muchas veces el anfitrión de esos eventos en un club de Estocolmo era Mille Markovic, un conocido jefe de la mafia (en la publicación también se describía cómo el servicio secreto sueco era el encargado de borrar las huellas de estas fiestas). De acuerdo con lo que cuenta Sjöberg –que el año pasado publicó una segunda parte, El jefe: la historia de un escándalo–, el Rey quería escapar de las obligaciones del trono con vacaciones en la Riviera Francesa, viajes, fiestas y mujeres, y la reina Silvia estaba al tanto de todo.
En medio del escándalo, Carlos Gustavo intentó un tibio descargo lleno de vaguedades, en el que afirmó que él y su familia habían decidido “pasar página… y seguir adelante porque estas son cosas que sucedieron hace mucho tiempo”. Pero no negó nada. En las dos décadas y media transcurridas desde entonces, el Rey ha ordenado su vida y logró mejorar su imagen. El pueblo sueco parece haberlo perdonado, manifiesta mucho cariño por sus hijos y nietos y, como consecuencia, la monarquía goza de un aumento de popularidad: muchos ciudadanos consideran el pasado de Carlos Gustavo como el triste itinerario de un hombre solo, empujado a sentarse en el trono contra su voluntad, después de una infancia difícil.
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