Actor, director y fotógrafo, estuvo de vacaciones en Buenos Aires y habló de todo en una entrevista con ¡HOLA! Argentina
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Nació en Madrid, vivió en París, Buenos Aires, y de nuevo en París. Y algo de ese espíritu nómade se adivina en cada una de sus palabras y en la forma en que mira (y admira) las calles de una Buenos Aires que para él no es tan misteriosa. Iván González (50) –el primogénito de Jairo y la española Teresa Sainz de Los Terreros– es actor, director, fotógrafo y, desde hace tres años, se desempeña como director artístico del cabaret Madame Arthur (el cabaret travesti más importante de Francia y un lugar clave de la causa LGTB), aunque también sigue trabajando en películas y series. Radicado en las afueras de París desde hace casi dos décadas, donde vive con su mujer, Cécile Stola (46), y sus dos hijos, Lorenzo (12) y Ulysses (9), una vez por año vuelve a Argentina a visitar a su familia y sus amigos, la mayoría de ellos actores, actrices y gente del medio que conoció a lo largo de los diez años que pasó en el país e hizo televisión en programas como Verdad/Consecuencia, Son o se hacen, Costumbres argentinas, Los Roldán… Cordial, inteligente, divertido y generoso, Iván tiene el don –igual que Jairo– de hacer de su compañía un momento para atesorar. Porque la manzana nunca cae lejos del árbol.
–¿Dónde tenés tus raíces, en España, Argentina o Francia?
–No, no tengo en ningún lugar mis raíces propiamente dichas. Lo que sí tengo son afectos, recuerdos y ciertas construcciones de parte de mi vida que pertenecen a ciertos lugares. Hay espacios en los cuales me reconozco más en Madrid, por ejemplo, situaciones en las cuales estoy mucho más cómodo en Argentina, y momentos en los que me siento más cercano a los parisinos. Pero no podría decir que tengo raíces en ningún lado. Las únicas raíces profundas que estoy construyendo son las de mi familia: los hijos lo que hacen es enraizarnos, arraigarnos.
–Final del Mundial: ArgentinaFrancia: ¿por quién hinchaste?
–¡Argentina! Yo siempre he sido hincha de Argentina. Soy hincha de Boca y de Argentina. No había ningún conflicto al respecto. De hecho, nos fuimos de París, no queríamos estar allí para la final, y nos fuimos a Madrid. Mi esposa me dijo algo muy lógico que me encantó: “Si ganamos, va a estar buenísimo festejarlo con otros argentinos, la Puerta del Sol llena de gente… y si perdemos, vamos a ir a cualquier lugar y va a estar lleno de argentinos, podremos consolarnos unos a otros”. –Y pudieron salir a festejar… –Salimos a festejar a las dos de la mañana con mis hijos, como locos los cuatro, y nos encontramos con un montón de argentinos. ¡Fue inolvidable! Y desde Madrid llamando a mi padre, porque en cuanto tomé conciencia lo primero que hice fue llamar a mi hermano Yaco, y por FaceTime los dos lloramos como niños de la alegría. Yo le enseñaba un dibujo que hizo mi hijo de Messi con la copa y más llorábamos. Fue fuertísimo.
–Recién hablaste de tus hijos, ¿reconocés cosas tuyas en alguno de los dos?
–Sí, Lorenzo tiene una cosa medio retraída y tímida que identifico bastante, pero a la vez me reconozco mucho en Ulysses, que es más histriónico, se divierte mucho y todo eso. Sobre todo, que tiene una gran imaginación y vive mucho en su mundo imaginario. Y se crea historias, y dibuja y se inventa mundos… En eso me reconozco mucho, porque yo era muy parecido, aunque un pelín más retraído, un pelín más parecido a Lorenzo en ese sentido.
–Tu padre, tu hermano y dos de tus sobrinos en Buenos Aires, tu hermana y tus otros tres sobrinos en Milán. ¿Los extrañás? ¿Cómo es tenerlos tan lejos?
–En realidad, estamos en contacto diario porque tenemos un grupo de WhastApp familiar en el que nos enviamos fotos todo el tiempo, algunos más, otros menos, pero siempre estamos comentando el día a día de la vida de cada uno. Y así la lejanía se siente menos. No está la ocasión de darse un abrazo, un beso, de decirse “vamos a comer”, o “ven, te preparo algo de comer”, esa posibilidad no está, pero el afecto y la presencia están permanentemente. Aparte, tenemos a mi hermana, que es la Sargento Mayor, que todos los días nos manda mensajes y nos da tareas. [Risas].
–Terminaste viviendo en Francia por amor y tu padre terminó viviendo en España también por amor. Con matices, pero la historia de tus padres y la tuya con Cécile tienen algunos puntos en común. ¿Los González se la juegan por amor?
–¡Estás buscando un titular! [Risas]. Creo que se fue dando que nos quedemos en Europa, pero cuando fui la primera vez, yo tenía la posibilidad de trabajar acá. Estaba construyendo una carrera en Buenos Aires, de a poco, con sus pros y sus contras, pero estaba construyendo algo. Lo que sí, no lo reflexioné dos veces, y me quedé. No sé si los González nos jugamos por amor, cada uno creo que lo vive de diferente manera, pero sí tenemos varios ejemplos en la familia que son muy fuertes. El ejemplo de mi padre y mi madre es terrible en ese sentido, porque es muy difícil no tenerlo en cuenta, no valorarlo. Y te pone la vara muy alta. Hasta que te das cuenta de que no hay vara, que cada uno vive la vida como puede. Me jugué porque sabía que quería vivir algo lindo con ella, y quería seguir viviéndolo por el mayor tiempo posible porque somos muy buenos compañeros.
–¿Se parecen mucho o se complementan bien?
–No nos parecemos absolutamente en nada, no tenemos los mismos gustos salvo en las películas de terror. El resto nada, ni en la música, ni en la profesión, ni los amigos. No compartimos nada salvo nuestras propias vidas, nos compartimos el uno al otro.
–¿Volverías a trabajar en Argentina?
–Obvio, siempre. Nunca cierro la puerta a la Argentina, jamás. Porque aparte tengo muchísimos amigos aquí… Además, me está pasando algo que no me había pasado jamás, porque yo he sido muy nómade. Cada vez que vuelvo a la Argentina y me encuentro con la gente con la que construí una etapa muy importante de mi vida profesional y personal, me doy cuenta de que extraño los afectos. Extraño el hecho de poder estar con amigos que hacen lo mismo. Es que, en Francia, si bien he podido reconstruir una carrera profesional, no he podido establecer un grupo, que es algo tan importante en esta profesión. Aquí, como no conocía a nadie al llegar, mis amigos son toda gente de este mundo, hablamos el mismo idioma. En Francia, me cuesta más, porque ya es como que llegué tarde al baile, llegué a una edad en la que era difícil meterse. Estoy echando de menos eso, estoy echando de menos los afectos dentro del trabajo.
–¿Estás cómodo dirigiendo el cabaret Madame Arthur?
–Estoy feliz, es muy divertido y me gusta el desafío de tener que renovarnos constantemente, porque eso me obliga a estar afilado a nivel creativo. Somos cinco puestistas y yo soy el director artístico general. Todas las semanas cambiamos de show, entonces hay que cambiar decorado, la puesta de luces, las canciones, cambian los artistas, que van turnándose, y también cambiamos de tema. Es un trabajo muy grupal, nos sostenemos mucho los unos a los otros.
–Sos actor, director, fotógrafo. ¿Te aburrís de lo rutinario o tu sensibilidad necesita todas esas vías de expresión?
–Seguramente tiene que ver con que no puedo estarme quieto mucho tiempo. Aunque me encanta quedarme quieto, quedarme en casa tirado en un sofá, o retocando mis fotos, me encanta estar tranquilo, caminar las ciudades. Cada vez que voy a una ciudad disfruto de ponerme los auriculares, comprarme un buen audiolibro y caminar y caminar. Soy inquieto, sin ser una persona estresada por el trabajo. Me estreso por cosas más absurdas, pero no por el trabajo.
–¿Como qué?
–Como “¿dónde están las llaves?”. O “¿Qué he hecho con tal cosa?”. Pero el trabajo no va a estresarme nunca. No podría hacer un trabajo que me estrese. No te digo que todo tiene que ser placentero –porque a veces te chocás contra paredes y hay que ir a buscarle, pelearse un poco con lo que estás haciendo–, pero no podría estar en un trabajo que me coma la cabeza y, sobre todo, no podría hacer un trabajo que no me permita estar con mis hijos.
–¿De chico supiste que querías ser actor?
–No, yo quería ser bailarín clásico, quería hacer ballet. Pero lo tuve que dejar y al poco tiempo hicieron una obra de teatro en mi escuela y pensé. “Voy a intentarlo con la actuación”. Bah, en realidad me metí porque había una chica que me gustaba. Y me copó. Hice los ensayos y me copé. Y llegó el día de la primera función y fue “¡Awww, nunca me sentí tan bien!”. Volví a recuperar esa misma adrenalina que tenía con el ballet.
–¿Y qué pasó en tu casa cuando dijiste que querías ser actor?
–Mi madre enseguida se puso a buscar escuelas de teatro y hasta que no consiguió una, no paró. Ni lo dudó.
–¿Tenés registro de en qué momento tomaste conciencia de qué clase de artista era tu padre?
–Sí, claro, el primer día que lo vi cantar en el Olympia de París, que fue en 1979, creo, antes de mudarnos a Francia. Hicimos un viaje a París con mi madre para ir a verlo, y ahí tomé conciencia: era la primera vez que lo veía cantar en un teatro grande y fue un verdadero shock para mí. Me acuerdo perfectísimamente de todo, me quedó grabado, fue muy impactante. Y me acuerdo de que en un momento me puse a llorar. No sé por qué, un poco por la emoción que genera su voz, tal vez, o porque tomé conciencia de que mi padre no me pertenecía.
Producción: Paola Reyes Andaur. Peinado y maquillaje: Joaquina Espínola. Agradecimientos: Hotel Pulitzer Buenos Aires y Lacoste.
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