Cuando creyó que había vuelto a encontrar el amor, la ex modelo y conductora de “ADN Moda” se dio cuenta de que estaba inmersa en un vínculo tóxico. “Ahora estoy en paz. Si pude salir, tengo la obligación de ayudar”, dice hoy, ya separada
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Sentada en el living de su departamento de Palermo, Fabiana Sdrigotti –más conocida como Fabiana Araujo– celebra un nuevo renacer. Es más, propone hacer un brindis tras terminar la producción de fotos para “agradecer y festejar la vida y los encuentros”. En 2011, le diagnosticaron un cáncer de mama que logró superar. En 2015, se casó con el economista Alejandro Pérez Escoda y, un año después, tuvo síndrome de Guillain-Barre, una enfermedad autoinmune que le produjo parálisis en las piernas y en la mitad de la cara. Entre tantos embates, la ex modelo y conductora sigue, desde hace 23 años, con su programa Donna Moda (que, actualmente, se llama ADN Moda) y decidió poner fin a su matrimonio.
–¿Cómo estás hoy?
–Estoy muy bien, renacida. Hago psicoanálisis y desde hace un tiempo complemento con una terapia más holística que me ayudó a cambiar mi visión sobre muchas cosas. Trabajé lo que significó el síndrome Guillain-Barre para mí. Lo biodecodifiqué e hice todo el recorrido de mis emociones en ese momento. Hubo un hecho muy puntual con mi ex pareja que no procesé emocionalmente y mi cuerpo se paralizó.
–¿Qué fue ese hecho puntual?
–Hacía un año que estábamos juntos y él se fue a correr una maratón a Nueva York. Pero después me enteré de que había viajado con una ex pareja. Me produjo un estupor tan grande que no pude procesarlo. Cuando lo confronté, él me lo negó. Después de un tiempo me dejó, sin demasiadas explicaciones. Cuando el otro no te reconoce una situación o la niega, no podés arrancar el duelo aunque tengas las pruebas, porque te hace dudar.
DEL AMOR AL DOLOR
Fabiana y Alejandro Pérez Escoda se conocieron en el cumpleaños de un amigo en común, el diseñador Cesar Jurisich. Si bien se habían cruzado quince años antes, esa fue la primera vez que conversaron. Él la invitó a una charla de Kabbalah, después a una gala y ahí comenzó el amor. “A mí me costó mucho empezar una nueva relación porque venía de un matrimonio muy largo con Marcelo Araujo [estuvo casada veintitrés años con el productor televisivo], y de una hermosa convivencia con una familia que adoro”.
–¿Por qué decidiste casarte tan rápido?
–Hacía un año y medio que estábamos de novios y me enamoré. Era muy inteligente, caballero, romántico. Cuando me propuso casamiento, le dije que sí. Yo estaba muy enamorada…
–¿Y cuándo sentiste que se rompió la magia?
–Después de casados me fui a vivir a su casa de Martínez. Cada vez que él se enojaba, me echaba y yo venía a este departamento. Después me mandaba flores, bombones, pero nunca me pedía perdón. Sólo me decía “Si te dije algo que te ofendió…”. Y yo volvía. A la cuarta vez que me dijo que me fuera, le dije “Si me volvés a echar, ya no vuelvo”, y eso fue lo que pasó el año pasado. Yo no tenía mucho espacio en su casa y por eso me pareció que lo mejor era mantener la mía que, aclaro, mantenía yo económicamente. Nunca le pedí un peso. Él cambiaba mucho de ideas: un día me decía que nos íbamos veinte días a Punta del Este, otro día que nos mudábamos a Estados Unidos, y todo esto sin consultarme. Yo le decía “pero, pará, yo tengo trabajo acá”. Todo el tiempo me decía cosas horribles, después se arrepentía y me decía que me amaba.
–¿Cuándo te diste cuenta de que vivías una relación tóxica?
–[Hace una pausa y se le llenan los ojos de lágrimas]. Cuesta creer mucho que estás metida en algo así. La última vez que peleamos, él me dijo que yo no podía hacerlo cargo de mi enfermedad y yo le decía que no lo responsabilizaba, sino que yo no había podido procesar lo de su viaje a Nueva York. “Vos tenés una genética de m... y una mente podrida”, esa fue su respuesta. Todo esto mientras yo me maquillaba para irme al canal. Me fui a trabajar y, como siempre pasaba lo mismo –cada vez que me echaba me pedía que volviera–, cuando terminé el programa, volví y ahí el demonio salió con todo. Me gritaba “¡Te dije que te fueras!”. Era un domingo de noche, hacía frío, tenía palpitaciones del miedo, me subí a mi auto y me fui. Llamé a mi amiga Susana Roccasalvo y le conté. Me contuvo en el teléfono, me sugirió que llamara a una abogada amiga de ella para que me asesorara, pero no quise hacer ninguna denuncia porque me surgían dudas. ¿Qué iba a denunciar...? ¿Que me había gritado? ¿Que me había echado de su casa? Ahí empezó un largo derrotero, la reconquista: comenzamos otra vez a salir, salíamos a comer, pasamos las fiestas de fin de año juntos. Nos fuimos a Punta del Este como en una suerte de viaje de reconciliación. Estuvo todo tranquilo. Cuando llegamos a Buenos Aires, yo volví a casa y después nos íbamos a encontrar para comer. Cuando entré a su casa, él estaba de gran charla con César [Jurisch]. Les pedí disculpas porque todavía no estaba de ánimo para estar en ese plan y dije que me volvía a mi departamento. Ahí regresó el demonio.
-Hace varios meses que venimos hablando por teléfono para arreglar esta nota, pero recién ahora aceptaste hablar. ¿Fue muy difícil el divorcio?
–Nosotros firmamos un contrato prenupcial con separación de bienes, así que no teníamos nada para dividir. Mi abogado me dijo que después de siete años de convivencia la ley prevé algún tipo de compensación económica, como cubrir algunos gastos, la prepaga, el seguro del auto… Como es muy caprichoso, montó en cólera, lo trató mal a mi abogado y me amenazó con que si “le tocaba el patrimonio lo iba a pagar con mi salud”. Ahí le firmé todo lo que él quería. Salió el divorcio y nunca más nos vimos hasta que en un programa de televisión hicieron un informe sobre nuestra separación. Yo no hablaba en ese informe, pero se sintió muy agredido y me pidió que hiciera una retractación pública donde debía decir que “nos habíamos divorciado en buenos términos, sin ninguna violencia y deseándonos lo mejor”. Quería que lo hiciera quedar como un ser de luz. Ante mi negativa, me cortó los teléfonos, me bloqueó los dispositivos móviles y me canceló mi número histórico de celular. Los aparatos eran míos, pero en pandemia –como yo estaba sin trabajo– los habíamos pasado como parte de la flota de equipos de su empresa y por eso pudo hacer lo que quiso. También me amenazó con publicar videos íntimos. Empecé a vivir con pánico: él sabe todos mis movimientos. Tuve que cambiar las claves de mis cuentas y de la alarma de casa. Un día me dije “¿por qué tengo que seguir con este sometimiento?” y puse una orden de restricción.
–¿Volviste a temer por cómo reaccionaría tu cuerpo?
–¡No! No le voy a dar el gusto, pero este envase [hace referencia a su cuerpo] es sospechoso siempre. Me cuido, tomo medicación, hago una vida sana, hago lo que puedo a nivel físico como yoga, algo de complementos… No puedo caminar mucho, pero estoy en paz. De todo se aprende. Siempre elijo el lado luminoso, a pesar de que tuve que hacer una denuncia por violencia doméstica, tengo una perimetral y un botón antipánico. Esta nota es la mejor forma de decirles a las mujeres que no se sometan a la violencia psicológica.
–Mantenés una excelente relación con tu primer marido y con sus hijas. ¿Él estuvo cerca en todo lo que viviste?
–Totalmente. De hecho, él me advirtió, pero a veces una no quiere ver las banderas rojas. Marcelo y sus hijos son la familia que elegí.
–¿Sentís que podrías volver a enamorarte después de todo lo que te pasó?
–Sí, a mí me gusta estar en pareja. Ahora aprendí un montón de cosas. Quiero hacer una fundación para mujeres que pasan por esta situación durante años. Si yo pude salir, tengo la obligación de ayudar.
Maquillaje y peinado: Caro Severini para Estudio Caparra
Agradecimientos: Mariu Martorell (estilismo), Paola Colombo, Soledad Bq y Garófalo
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