Desde chico sabía que lo suyo era la comunicación, vocación que compartía con su mamá. A los 26, evoca el momento en que terminó la carrera y dice: “cuando me recibí fue muy especial y difícil a la vez, porque era la culminación de seis años de estudio, pero me faltaba ella”
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En febrero de 2018, Agustín Funes era un curioso estudiante de Ciencias de la Comunicación en la UBA, tenía veinte años, una vida repleta de instantes felices y grandes sueños para el futuro. Pero su mundo estalló en pedazos la calurosa tarde del día 6 cuando su mamá, Débora Pérez Volpin, murió en un sanatorio de Palermo mientras le hacían una endoscopía. Agustín –igual que su hermana Luna, hijos del matrimonio de la periodista con el camarógrafo Marcelo Funes– sintió el impacto de la noticia como una trompada de esas que quitan el aliento, vio cómo se desmoronaba todo a su alrededor y supo con certeza que ese desgarro que le había atravesado el cuerpo era irreparable. Pasó el tiempo, pudo repasar en su cabeza conversaciones, gestos y abrazos que atesora en su memoria, mantenerse fuerte, empezar a transitar su duelo y recibirse. Hoy, a los 26 años, Agustín es un profesional lúcido, inteligente y sensible, que está listo para descubrir lo que le depara el porvenir. De todo eso conversó con ¡HOLA! Argentina en una charla conmovedora.
–¿A qué edad tuviste claro que querías dedicarte a la comunicación?
–Desde bastante chico: mi mamá volvía del canal con un montón de diarios y yo me los leía todos. Durante mi infancia, además, la veía a ella en la tele, mi papá también trabaja en los medios, así que para mí el trabajo natural de una persona era ese. Recuerdo que jugaba a que hacía un programa de radio o escribía notas en un diario. Y cuando llegó el momento de elegir una carrera, evalué otras alternativas, pero finalmente me decidí por Comunicación.
–¿Qué decían tus padres respecto de tu vocación?
–Siempre me apoyaron en toda decisión que tomé. Pero apoyar no significa no opinar, y los dos me dijeron: “Fijate, el periodismo es un oficio superlindo, pero muy sacrificado”. Quizás mi papá fue un poco más insistente con eso, mi mamá no tanto. Tal vez tenía miedo de que si era muy enfática, yo no siguiera mi verdadera vocación, no lo sé. Así que sí, me apoyaron, me dijeron pros y contras de mi elección, pero siempre sabiendo que la decisión era mía.
–Durante el tiempo en que cursaste la carrera o una vez recibido, ¿en algún momento te arrepentiste?
–Sí. Creo que todo estudiante universitario en algún momento tiene dudas y aparece una crisis. Sobre todo en las carreras sociales, que son abstractas y cuesta entender cómo se aplican en la realidad. Eso me pasó y, de hecho, estuve a poco de pausar la carrera para pensar. Pero después me volví a enganchar y ahí hubo un quiebre en la idea que tenía de la comunicación. Yo estudiaba porque quería estar en los medios, y con las materias de la mitad de la carrera en adelante descubrí vetas de la comunicación que no conocía, y me interesó mucho la comunicación política, orientada a políticas públicas, a derechos humanos, al derecho a la información. Y me resultó más interesante y motivador enfocarme en eso.
–Tus redes sociales son privadas. ¿Es para resguardarte?
–Sí, porque no me gusta mucho la exposición. Si bien desde siempre me acostumbré a eso de estar comiendo con mi mamá y que alguien viniera a pedirle una foto, después, con lo que pasó con su muerte, nos llegó una exposición mucho más grande, indeseada e invasiva. Y ahí me sentí demasiado observado. Pensá que tenía 20 años, y mi hermana, 17... Además, quiero que mis redes sean un espacio en el que pueda ser yo, y si me sigue gente que no sé quién es, dejo de serlo. ¿Entonces para qué las tengo?
–¿Cómo es tu relación con tu hermana? ¿Les resulta difícil vivir juntos?
–Nuestra relación es excelente, siempre nos llevamos bien. Vivimos juntos toda la vida y los dos solos desde que murió mi mamá, en 2018. Mis papás estaban divorciados desde antes de la muerte de ella, y siempre fui a la casa de mi papá y me sentí como en mi casa ahí también. Pero fue una decisión de ambos vivir solos y nos mudamos juntos porque así lo quisimos. Los dos trabajamos, nos mantenemos, tenemos una gata que cuidamos juntos y nos llevamos superbién. Fuimos ajustando detalles, pero aprendimos a entendernos el uno al otro. Incluso hoy, que ya con la edad que tenemos podríamos vivir cada uno por su lado, elegimos acompañarnos, y hasta que estemos los dos listos para dar ese paso, lo seguiremos haciendo.
–Como hermano mayor, ¿sos sobreprotector con ella?
–No, cero. Bueno, también es algo que fuimos aprendiendo. [Risas]. Mi hermana se lleva bien con mis amigos, yo me llevo bien con las amigas de ella, y la verdad es que, viviendo en un departamento, si invito a amigos ella casi que tiene que integrarse, porque de lo contrario la única opción es encerrarse en su habitación. Tratamos de que cada uno tenga sus espacios y sus momentos. Además, mi hermana está en pareja, entonces tiene su vida por otro lado también.
–A casi seis años de la muerte de tu mamá, ¿en qué situaciones pensás en ella o la extrañás más?
–En muchas… Cuando me recibí, por ejemplo, fue un momento muy especial, hermoso, porque era la culminación de seis años de facultad, pero al mismo tiempo fue redifícil, porque me faltaba ella. Fue una de esas situaciones en las que caí en que no estaba. Y si bien habían pasado ya cinco años en los que hubo un montón de momentos en los que la extrañé y pensé en ella, en qué me habría dicho o en lo feliz que se habría sentido, recibirme fue diferente, porque además estudié la misma carrera que ella. El día que defendí la tesis no, porque estaba más con la cabeza metida al cien por ciento ahí, pero cuando di el último final me costó muchísimo: salí de rendir y me largué a llorar. Y también pienso en el futuro. En el día en que me case o tenga un hijo… Podrán pasar veinte años, pero será lo mismo: son vivencias que no voy a poder compartir con ella. Igual, aunque no esté físicamente, sabe que me recibí, lo vio y me acompañó. No tendré su opinión directamente de su boca, pero estoy seguro de que tengo su apoyo y de que está orgullosa.
–¿Dónde encontrás refugio o consuelo?
–En mis amigos, que estuvieron a mi lado desde el día uno. En mi familia, en mi papá, obviamente, en Quique Sacco, como expareja de mi mamá. Todos los que estuvieron a nuestro alrededor fueron fundamentales en ese momento y lo siguen siendo hoy.
–Imagino que las idas y vueltas judiciales remueven el dolor…
–Sí, es como si el tema no cerrara nunca; no podés terminar de hacer el duelo y se hace pesado. Pero cuando más pesado se hace, más presentes están estas compañías para poder sobrellevarlo. Lo cierto es que el dolor no se va nunca, pero uno aprende a vivir con la ausencia y a rescatar los mejores momentos. Sé que me queda un camino larguísimo por recorrer aprendiendo de esto, pero también sé que siempre va a estar ella cerca, dándome fuerzas.
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