La soledad de Isabel II, las lágrimas del futuro Rey y el reencuentro de William y Harry en un funeral “diseñado” por el propio Felipe, marcado por la emoción
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El duque de Edimburgo planificó durante casi veinte años los detalles de su funeral (conocido dentro del Palacio como Operation Forth Bridge) y la Reina se ocupó de que la voluntad de su marido, un hombre con una vida excepcional que no quería ser despedido con honores de Estado, fuera cumplida. “Prefiero un entierro modesto, acorde con lo que soy, un viejo cascarrabias. Poneme en la parte trasera de una Land Rover y llevame a Windsor”, le había dicho a Isabel II, con quien estuvo casado 73 años.
En otras circunstancias, ochocientos invitados hubieran asistido, pero con las restricciones de la pandemia, Su Majestad tuvo que elegir los treinta familiares que la acompañarían, en una ceremonia dedicada a honrar la memoria, el legado y los logros militares de Felipe, quien contó quién era y lo que realmente le importaba con un sinfín de detalles
LISTOS PARA DECIRLE ADIÓS A SU JINETE
Entre esos detalles, la pompa militar que el mundo vio, a través de la BBC, en el parque del Castillo de Windsor. 730 miembros uniformados de las fuerzas armadas rindiéndole honores, con una espectacular coreografía militar… Y la presencia de Balmoral Nevis y Notlaw Storm, sus caballos preferidos, al tiro de su carruaje, listos para despedir a su jinete.
Fue el 17 de abril, las 14.45, hora británica, cuando los restos del duque de Edimburgo atravesaron la puerta de Estado del Castillo de Windsor, tras ser velado durante ocho días en la capilla privada. Sobre el féretro, su estandarte con sus cuarteles, su gorra de almirante de la Marina, el sable que su suegro, Jorge VI, le regaló para su boda (y con el que cortaron la torta) y el bouquet de flores blancas que Isabel II le eligió especialmente.
Sonaron las salvas de honor de la Artillería Real y las campanas del College of St. George, antes de que las bandas comenzaran a tocar, al unísono, “Dios salve a la reina”.
UNA CAMIONETA A MEDIDA
La Guardia de Granaderos, de la que Felipe fue coronel durante 42 años, fue la que se ocupó de llevar el ataúd hasta el vehículo fúnebre. Una Defender, de Land Rover, hecha a medida, que Felipe diseñó con los ingenieros reales hace 18 años y cuyos últimos cambios hizo en 2019. La banda de la Guardia de Granaderos abrió la procesión con tambores negros, seguida por una representación de todas las fuerzas armadas. Detrás, Carlos, príncipe de Gales, y Ana, princesa real; Andrés, duque de York, y Eduardo, conde de Wessex; el príncipe William, Peter Phillips, y el príncipe Harry; David Armstrong-Jones, conde de Snowdon, y sir Tim Laurence…
Fue la reina, vestida de riguroso negro, quien cerró el cortejo, a bordo de un Bentley. Por primera y única vez en siete décadas, Su Majestad fue detrás de su marido. La acompañó Lady Susan Hussey, su dama de honor durante más de 60 años.
La baronesa tiene 81 años, es madrina del príncipe William y una de las veinte personas que permaneció al lado de la Reina durante su confinamiento en Windsor. Fue, también, la mujer que ayudó a Diana Spencer a convertirse en princesa y la única en ver las lágrimas que la Reina no lloró ante las cámaras.
LAS LÁGRIMAS DEL FUTURO REY
La familia real vistió de civil y de negro riguroso. Los hijos y nietos de la reina fueron de jacquet y la princesa Ana, con abrigo y sombrero. Todos llevaban sus condecoraciones, incluida la Real Orden de la Jarretera, la más importante y antigua del Reino Unido.
En los primeros minutos de la procesión, quedó clara la distancia entre William y Harry y la tristeza infinita de Carlos. El futuro rey mostró un semblante que no habíamos visto hasta ahora. Más apesadumbrado que al día siguiente de la muerte de su padre, cuando dijo: “Mi querido papá era alguien especial”.
UN MINUTO DE SILENCIO
El ataúd llegó a la capilla de Saint George tras ocho minutos de procesión. Allí lo esperaban los otros miembros de la familia real que no participaron del cortejo. Todos vistieron de luto y, cabizbajos, le rindieron homenaje a su paso. Su Majestad se adelantó, acompañada por el decano de Windsor, el reverendo David Conner. Por primera vez, ocupó su asiento sin el duque a su lado.
Los disparos de cañón marcaron el inicio de un minuto de silencio en todo el Reino Unido. Mientras el mundo miraba (casi 14 millones de personas siguieron la transmisión de la BBC), la Reina, firme y frágil a la vez, in - clinó la cabeza en honor a su marido. Nunca la habíamos visto tan sola.
El sonido de cornetas, trompetas y gaitas anunció el avance del ataúd. Lo hizo después de que sonaran los silbatos marineros que se usan para mandar órdenes en los buques de la armada. Un homenaje de la Royal Navy a su ex Lord Gran Almirante del Reino Unido, que también sirvió en la Marina Real británica durante la Segunda Guerra Mundial.
NUEVE ALMOHADONES CON SUS CONDECORACIONES
Los marines reales llevaron el ataúd en - vuelto en terciopelo púrpura hasta el cata - falco del altar, donde se habían colocado las coronas de la familia y nueve almohadones con las condecoraciones del duque. Él lo quería así y las dejó elegidas entre las 61 otorgadas por el Reino Unido y los países de la Commonwealth y otras 53 distinciones. La Orden de la Jarretera que le concedió Jorge VI en 1947 y sus insignias personales, como la Orden del Redentor (de Grecia) y la Orden del Elefante (de Dinamarca) estaban incluidas, como así también sus alas de la Royal Air Force y su bastón de mariscal de campo.
SIN ELOGIOS, NI LECTURAS
Siguiendo sus deseos, no hubo elogios, lecturas, ni sermones durante la ceremonia, pero el decano de Windsor y el arzobispo de Canterbury recordaron su vida y “su servicio, su coraje, y fuerza de alma”. El reverendo Conner elogió su “amabilidad, humor y humanidad” y dijo que la nación estaba “inspirada por su inquebrantable lealtad a nuestra Reina”. Justin Welby agradeció su “alto sentido del deber e integridad”. La Reina no derramó ni una lágrima frente a las cámaras.
LA MÚSICA
La ceremonia tuvo dos protagonistas antagónicos: el silencio solemne y la música, seleccionada por el duque. Desde las piezas interpretadas por las bandas militares para recibir su féretro y acompañarlo en la procesión, hasta los guiños que hizo a las bodas de sus nietos, William y Harry, y a la princesa Diana con “Rhosymedre”, de Ralph Vaughan Williams.
En recuerdo a sus antepasados, el duque incluyó la Melodía de Kiev, de Parratt, y pensó un final verdaderamente conmovedor. El gaitero mayor del Regimiento Real de Escocia tocó el “Lamento”, antes de que las cornetas de los Royal Marines hicieran sonar “El último puesto” y los trompetistas estatales de la caballería interpretaran la “Última batalla”. Una última llamada a las armas del duque de Edimburgo, el consorte con más años de servicio en la historia británica… Y una última lectura, inabarcable, de sus títulos, distinciones y rangos militares
Con Isabel II al frente, la familia real abandonó la capilla por el pórtico Galileo, mientras el ataúd descendió a la Bóveda Real, situada debajo del altar de la capilla de Saint George, donde su madre, Alicia de Battenberg, fue enterrada en 1969.
Ese, sin embargo, no será su lugar de descanso definitivo. Sus restos serán trasladados a la capilla del rey Jorge VI cuando la Reina muera.
LA IMAGEN MÁS ESPERADA
No caminaron hombro a hombro en la procesión, tampoco hubo intercambios de mirada, pero William y Harry sí buscaron la manera de encontrarse tras el entierro de su abuelo. Estaba previsto que la familia regresara al castillo en coches estatales, pero el príncipe Carlos improvisó y pidió que los retiraran. La familia volvería a pie al castillo, una gran oportunidad para que sus hijos pudieran construir un puente de diálogo y concordancia.
Entonces, el mundo vio a Harry acercando posiciones con Kate y, a ella, haciéndose a un lado para que los hermanos pudieran hablar solos. Hacía trece meses que no se veían y lo hacían en una de las circunstancias más tristes.
EL FUTURO
La Reina le pidió al país que expresara sus condolencias a través de la página web de la Casa Real, de modo de seguir las normas restrictivas de la pandemia. De ahí que el último adiós, solemne, íntimo y conmovedor fuera compartido con el mundo a través de la BBC.
La muerte del duque de Edimburgo marca el fin de una era y el inicio de un futuro impredecible. Habrá cambios en la monarquía y, pronto, se celebrará una cumbre real para decidir cómo apoyarán a la Reina de aquí en más. Al frente de ese futuro estarán el príncipe Carlos y el príncipe William.
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