La cocinera repasa los primeros años en nuestro país, su batalla contra el Covid y su historia de amor con su marido Dominique
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En un departamento antiguo de techos altos y piso de madera, Karina Gao (38) y su marido, el ingeniero Dominique Croce (38), encontraron el lugar perfecto para cuidar a sus tres hijos, los mellizos Benjamín y Simón (7) y Teo (1). “Es una zona súper tranquila y además, no se escuchan los ruidos de afuera”, explica la cocinera china y enseguida recuerda sus primeras salidas de compras con su mamá. “Cuando tenía 11 años iba mucho al barrio Chino y a Once para ayudarla a mamá a buscar la mercadería para su local de regalos que tenía en Palermo. Cada una volvía con una mochila cargada y con bolsas en la mano”, recuerda mientras nos invita a sacarnos los zapatos y ponernos unas sandalias de goma para entrar a su espectacular piso de principios del siglo pasado.
En 2021, la chef –que brilló junto a Florencia Peña en el programa “Flor de equipo” y hoy se prepara para sumarse al ciclo de “Cocineros argentinos”– se ganó el corazón del público no sólo por compartir sus recetas y su increíble historia familiar, sino también por haber superado un severo cuadro de neumonía bilateral tras contagiarse de Covid mientras transitaba su séptimo mes de embarazo. La enfermedad, incluso, obligó a los médicos a inducirle un coma farmacológico durante doce días. Catorce meses después de superar ese trance, que fue uno de los más difíciles de su vida, Karina Gao se mira al espejo y pide a la maquilladora que no esconda una pequeña marca que tiene en la mejilla izquierda, y que es el resultado de una maniobra de los médicos durante aquellos días. “Como ya no podía respirar, los médicos me hicieron pronar, que es cuando te ponen boca abajo. Al tener peso muerto y estar muchos días en esa postura, se me hizo una úlcera en la piel y me salieron estas escaras. Hoy las miro y son el recuerdo de ese momento”, cuenta, y enseguida aclara: “Yo no soy mi cicatriz, eso no me define. Soy Kari y mi vida trasciende esta marca”.
–Si bien para muchos sos símbolo de una mujer guerrera y luchadora, no te considerás así.
–Entiendo que para muchos mi vida sea un ejemplo, pero no soy la única. Hay muchos que la han peleado y hoy lo siguen haciendo. Más que como luchadora, me reconozco como una gran afortunada… De verdad he tenido mucha suerte en esta vida. Además, por naturaleza soy una mujer muy optimista. Todos los días mientras estuve enferma me repetía: “Mañana va a ser mejor que hoy”. No me permitía pensar que todo se podía agravar y, mucho menos, que me podía morir.
–El día en que te informaron que iban a inducirte un coma farmacológico, compartiste en tus redes sociales que te habían dado sólo quince minutos para despedirte antes de que te durmieran. ¿Cómo viviste ese momento?
–Ahí tuve miedo en serio… Claramente en quince minutos no iba a poder hablar con todos los que quería. Hubo muchas emociones encontradas y, por un lado, sentía una tristeza profunda al estar tan aislada de mi familia y, por otro, una suerte de shock de adrenalina porque lo que se venía era inminente. Ahora, viéndolo a la distancia, descubrí algo que hasta el día de hoy me reconforta muchísimo: en esos minutos antes de cerrar los ojos y no saber si los iba a volver a abrir, me di cuenta de que en ningún momento tuve esa sensación amarga de pensar “no viví lo suficiente” o “todavía tengo cosas pendientes”. Yo sentí que mi vida había sido plena, que había sido feliz. Y saber eso me dio mucha paz. Fue una experiencia que me potenció muchísimo. Porque en el momento en que descubrís que tenés una vida tan rica, sólo te queda disfrutar. Por eso, esta segunda vuelta se convirtió en una oportunidad para conectarme más con mis hijos y mi familia.
–A tus hijos les grabaste un video…
–Sí, les hice un video en el que les pedía perdón por no poder acompañarlos más. Yo no tenía dudas de que ellos iban a estar bien y que iban a crecer sanos y fuertes porque tienen a un padre espectacular. Pero sí me mataba perderme esa vida que van a tener: el último día de colegio, su casamiento... Ese fue el dolor más grande. Y a Dominique le di el pase libre. [Risas]. Sé que siempre voy a tener un vínculo con él, pero eso no quiere decir que él no pueda seguir siendo feliz y no estar atado a mí toda la vida. Amándolo tanto, ¿qué mejor que desearle una vida feliz?
–¿La rehabilitación fue difícil?
–Fue muy dura. Estuve como dos meses en terapia y tuve que aprender a caminar de nuevo. Pensá que no tenía fuerza ni para atarme el pelo. Siempre pienso que salí adelante gracias a Teo, que fue mi bebé, quien me salvó… Hay un estudio que dice que cuando el feto ve que el cuerpo de la mamá está en riesgo, manda células madre para su propia supervivencia, para colaborar con la batalla. Y yo creo que así fue.
DE CHINA A LA ARGENTINA
Tenía sólo 9 años cuando sus padres, Juan y Sofía Gao, decidieron dejar su departamento de tres ambientes con jardincito en la ciudad de Fuzhou, China, para desembarcar en nuestro país en busca de oportunidades de crecimiento económico. Sin hablar ni una palabra de español, los Gao empezaron de cero. “Al principio vivíamos en el fondo de un local donde alquilábamos una habitación de 15 metros cuadrados. Mis padres tenían una sola cama y a mí me consiguieron una cómoda antigua que habían encontrado en la calle. Esa fue mi cama por un tiempo y así aprendí a dormirme, sin moverme para no caerme”, cuenta con una sonrisa. Emprendedor nato, su papá trabajó como albañil, verdulero y repositor hasta alcanzar el sueño del supermercado propio. “A los 11 años salía del colegio y me iba a ayudar a mi familia. Mamá estaba en la caja, yo en la fiambrería y papá buscaba la mercadería. Ojo, tampoco me siento especial por eso. Es lo que nos tocó. Hay algo de la filosofía china que me encanta haber heredado y tiene que ver con su positivismo. Nunca hay cien días de lluvia; siempre se puede ir para adelante. Y creer eso me ayudó”, dice.
–Sos licenciada en Economía Empresarial por la Universidad Torcuato Di Tella y tenés un Máster en Management especializado en Emprendedurismo por la prestigiosa escuela de París HEC. ¿Por qué te dedicaste a la cocina, después de todo eso?
–[Se ríe]. Creo que era inevitable. Si bien soy buena con los números, creo que heredé de papá esas ganas de buscar nuevos desafíos. El emprendedurismo fue siempre nuestro estilo de vida… y después de vivir veinte años con esa cultura es muy difícil querer otra cosa. Y creo que a mí me pasó eso. Después del máster quise volcarme de lleno a lo que siempre me había gustado, que es la cocina, algo que aprendí de mi familia. Y acá estoy.
–¿Cómo conociste a Dominique?
–Fue mientras cursaba el último año del máster en París. Al principio lo veía como una planta, un herbívoro [risas], después nos hicimos amigos y luego algo más. Me volví a Buenos Aires pensando que había sido sólo un amor de verano, pero me escribió para decirme que quería venir a verme y me pareció genial. Quería presentárselo a mis padres, aunque Dominique no fuese chino.
"Mis padres querían que me casara con un chino. Antes de que me fuera a Francia una familia ofreció costearme el viaje a cambio de presentarme a su hijo. Yo era una gran candidata"
–¿Pero ellos sólo querían que te casaras con un chino?
–Claro, siempre esperaron eso. De hecho, antes de que yo viajara a Francia varias familias se reunieron con papá para proponerle a sus hijos como mi futuro novio. “Nos encanta tu hija, estaría bueno que se conociera con el mío”, decían. Incluso le dijeron “estamos dispuestos a sponsorearle el viaje a Europa”. Era una buena candidata. Es más, el hecho de que tiempo después yo haya tenido mellizos me convirtió en una mujer “con panza de oro”.
–¿Cómo se lo tomaron tus padres?
–Uff. Fue tremendo [risas], aunque ya lo intuían. Un día papá me dijo: “Busqué en Internet y encontré un estudio que dice que el 80% de las relaciones internacionales no terminan bien”. [Risas]. Yo le contesté: “Si toda mi vida me dejaste decidir por mi cuenta, ¿ahora no vas a confiar en mí, justo en la decisión más importante?”. Ahí lo entendió un poco más.
–¿Y con tu mamá fue más difícil?
–A mamá la convencí con la desesperación. [Se ríe]. En China, no está muy bien visto que una mujer de 25 años aún no esté casada. Mamá siempre repite: “Antes de los 25, vos elegís; después de los 25 ya sos flor marchita, vas a decidir menos”.
–¿Cuál creés que es el mayor legado que recibiste de tu familia?
–[Piensa unos segundos]. Que el mañana siempre será mejor. Este año estoy por cumplir 38, justo la edad que tenían mis padres cuando se animaron a empezar una nueva vida en Buenos Aires. Si ellos a esta edad empezaron de cero, ¿qué miedo puedo tener yo?.
Producción: Consuelo Sánchez
Peinado y maquillaje: Joaquín Espínola
Agradecimientos: Furzai, Sofi Martiré, Mimo & co., Tienda Bahía y Szulanski Jewelry
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