Trabajó durante más de 50 años en cine, teatro y televisión, pero un día decidió dar vuelta la página. La gran actriz se anima a un repaso de su camino recorrido y asegura: “Estoy feliz”
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Está nerviosa porque tiene que hacer fotos y lo admite. Provoca una profunda ternura que ella, Dora Baret, la gran actriz argentina que hizo teatro, cine y televisión durante más de 50 años, hoy sienta nervios por tener que pararse delante de una cámara. Es que ella cambió y ese volantazo la llevó a alejarse de las luces del espectáculo. No se quedó atada al pasado, está feliz y lo pondrá en palabras cada vez que pueda. Así se la ve. Radiante a sus jovencísimos 83, ocurrente, de sonrisa fácil y con una memoria que sorprende cuando se mete en el túnel del tiempo y tiene que contar cómo y cuándo empezó a actuar o qué película filmó con quién allá lejos y hace tiempo. Su pasión por el teatro también le trajo al gran amor de su vida, el director y maestro de actores Carlos Gandolfo. En 1964 se casaron y tuvieron a Emanuel (55) y Matías (50), con quien da las clases y los seminarios de actuación que tanto la entusiasman.
–Dora, ¿siempre quisiste ser actriz?
–Yo vengo de una familia de inmigrantes españoles, mamá de Galicia y papá de Andalucía. Mi padre cantaba muy bien y lo hacíamos juntos. Me fascinaban las coplas de Miguel de Molina, de Lola Flores… Yo tenía voz de soprano e imitaba perfecto a Lolita Torres, a quien amaba. De grande quería ser cantaora y bailaora. Recuerdo que todos los años venía un espectáculo español de danza llamado Romería al Teatro Avenida y yo, siendo muy chiquita, soñaba con irme de gira con ellos. Hasta mis 14 años, que apareció el teatro.
–¿Cómo fue ese descubrimiento?
–Acompañaba a una vecina que se llamaba Hebe a sus clases de teatro y me quedaba sentada bien atrás viendo todo, pero sin ninguna fantasía de actuar. Y fue ella quien le empezó a decir a su maestro, Luis Alberto Negro, que yo tenía condiciones porque la ayudaba con la letra. Entonces, él me insistió para que tomara clases. A fin de año, hicimos dos funciones de dos obras diferentes. En una hacía de un negrito que cruzaba al escenario de un lado a otro –sólo eso– y en la otra, hacía de un ama de llaves de 30 años. De ahí, Negro me llevó al viejo Canal 7, era 1955. ¡Nunca más paré!
–¿El enamoramiento con la actuación se iba dando mientras hacías?
–Sí, así fue. A los 17, también empecé a tomar clases con Hedy Crilla, maestra de Agustín Alezzo, Augusto Fernandes… Ella me estimuló mucho porque yo era extremadamente tímida, medio reprimida.
–¿Hubo un momento en el que sentiste que ya tenías un nombre en el mundo artístico?
–Nunca se me cruzó eso por la cabeza. Yo hacía, yo trabajaba… Siempre me sentí una trabajadora que se dedicaba a la actuación. Quizás cuando se inauguró la televisión a color e hicimos con Rodolfo Bebán Nada menos que todo un hombre y la gente empezó a pararme en la calle… Ahí sentí que me estaba haciendo conocida, pero se dio todo de manera natural.
–¿Cómo viviste el exitazo que fueron las novelas Celeste y Celeste, siempre Celeste, donde hacías a la más mala de todas las malas?
–¡Ay, haciendo a Teresa Visconti me divertía como loca! Qué placer, fue una explosión. Me acuerdo que pasaba por algún colegio y los chicos, que seguramente veían la novela con sus madres o sus abuelas, me gritaban “¡Genia!”. Yo la había pensado como una caricatura entre Maléfica y Gatúbela y estaba en todo: el maquillaje, el vestuario… Nicolás del Boca, el director, me daba total libertad.
–¿Cómo compaginabas tu carrera con tus hijos, la familia?
–Me ocupaba de todo, hacía las compras, planchaba, organizaba la ropa de Carlos… Buscaba estar con mis hijos lo máximo posible. Si podía, los llevaba a la escuela y lo que no quería perderme por nada del mundo era la hora del baño. Llenábamos la bañera, con juguetes y todo, y ellos se podían pasar dos horas ahí metidos. Fui una mamá bastante culposa porque sentía que me perdía bastante del día a día de mis hijos. Cuando Emanuel tenía 2, mi marido se enfermó de cáncer y todo se volvió más difícil porque durante siete años me hice cargo absolutamente sola de toda la casa. Yo necesitaba trabajar y Alejandro Romay y Alejandro Doria me apoyaron muchísimo porque siempre, siempre me tenían en cuenta.
LA HISTORIA DE UN GRAN AMOR
–¿Cómo conociste a Carlos?
–Fue una historia hermosa. Yo estaba estudiando con Hedy y las veces que ella no podía dar la clase, la daba Carlos y ahí lo conocí. Yo tenía 17 años y él diez más que yo. Hizo un trabajo muy fino, de hormiga. Me recomendaba libros, empe - zamos a hablar cuando salíamos de clase en el hall de teatro, íbamos a tomar el té a una confitería… Y así fue durante dos o tres años –un poco a escondidas– hasta que nos pusimos de novios. En un estreno en el teatro IFT, en el barrio de Once, ahí nos mostramos juntos por primera vez.
–¿Cuándo se casaron?
–En 1964, después de cinco años de novios. Igualmente, no fue todo tan color de rosa porque antes de casarnos nos separamos un tiempo, él me dejó y hasta estuvo a punto de casarse con otra. Yo caí en una profundísima depresión. Gracias a mi psicóloga, que venía a buscarme con su Citroën a casa de mis padres y me sacaba a pasear, pude ir saliendo de a poco. En ese momento, ya más recuperada, filmé mi primera película como protagonista, La intimidad de los parques, en Perú. A esa altura yo pensaba que Carlos ya se había casado y cuando llegamos a Ezeiza, fueron mis padres a buscarme y ahí también estaba él. ¡Fue tan fuerte! Pasamos toda la noche conversando y paseando por el barrio de Floresta, donde yo vivía. Ahí me confesó que él se había separado porque no se animaba al casamiento, pero cuando había estado a punto de dar el sí con otra mujer, se dio cuenta de que ese gran paso tenía que ser sí o sí conmigo.
–¿Fue tu gran amor?
–Sí. Después tuve algunas parejas, pero con las que no conviví. Eran hasta ahí. Con Carlos nos separamos, estuvimos un tiempo enojados, pero después volvimos a relacionarnos. Él me iba a ver a alguna obra y en sus últimos días (murió en enero de 2005 a los 73), yo iba todo el tiempo a visitarlo a su casa. Me quedaba mucho con él.
TIEMPOS DE AYER Y HOY
–¿Alguna vez viviste alguna situación difícil o de acoso con un actor o un director?
–[Piensa ]. Sí, con dos actores, pero no voy a de - cir sus nombres. En una de mis primeras películas viví una situación muy delicada, muy grave con el protagonista. Tuve la suerte de tener un director que me creyó y me ayudó a llevar adelante esa situación. Si ahora pasa que no se le cree o se pone en duda a una mujer cuando denuncia algo así, imaginate en aquella época.
–¿Eso marcó fuerte tu profesión?
–Sabés que no, por suerte. Después tuve compañeros maravillosos y muy contenedores: Beto Brandoni, Víctor Laplace, Lito Cruz… Con Lito éramos grandes amigos.
–¿Tenés ahora amigos actores?
–No. ¿Sabés qué pasa? Soy muy ermitaña.
–¿Siempre lo fuiste o vino con los años?
–Te diría que siempre fui medio así. [Se ríe]. De joven era muy tímida y eso que hice como cinco desnudos en cine. [Lanza una carcajada]. Después llegaron los años y bueno…
–¿Te sentís querida, respetada, admirada?
–Sí, me siento muy querida y respetada, aunque nunca lo busqué. Y en los seminarios que doy, ni te cuento. Entro y los alumnos me aplauden y me cuentan lo que me admiran, lo que vieron de mí… Los que son muy jóvenes vienen a la escuela porque quizás sus madres o sus abuelas les hablaron de mí como actriz. Me recomiendan.
–¿En qué momento decidiste alejarte de la televisión y el teatro?
–Fue hace como quince años, cuando empecé con –seminarios primero y la carrera después– la ontología del lenguaje. Eso fue clave para mí, apareció otra Dora, otra actriz. Sentí que ya me costaba, que no disfrutaba lo que venía haciendo desde mis 14 años, que era una obligación. Tenía algunos alumnos y era ahí donde yo sentía que proyectaba algo más de mí: ser como un puente para que otros descubrieran que hay otra forma de vivir o de pararse en otro lugar. Eso también era válido para mí.
–¿Pero vos decidiste alejarte o el medio te dio la espalda?
–No, no, ¡yo decidí correrme! Lo último que hice fue Son de Fierro en televisión. Después empecé a decir que no y bueno… no me costó nada alejarme. De hecho, una vez que se repuso Brujas, me llamó Carlos Rottemberg y le respondí: “Carlos, yo dejé de actuar”. “¡Estás loca, cómo se te ocurre!”, me dijo. [Se ríe].
–¿Te dio miedo que el público se olvidara de vos?
–Para nada. De hecho, me sorprende muchísimo que todavía me reconozcan. ¡Los taxistas! Se dan vuelta y me dicen: “¿Es usted?”. Y muchos me dicen que me reconocen por mi voz. ¡Y eso que ahora la tengo cascada! [Se ríe]. Yo no lo puedo creer.
–¿Hoy qué te da disfrute?
–Las clases de teatro, ver la maravillosa transformación de los alumnos.
–¿Cómo es tu día a día?
–Yo vivo sola. Vivo en el piso 20, esa es mi cueva. Veo el río a lo lejos y por la noche, mi velador es la ciudad. A mi casa, prácticamente no entra nadie. Yo me levanto entre las 10 y las 2 de la tarde y puedo almorzar a las 4 si tengo ganas. No hay reglas y me encanta disfrutar de mi soledad. ¡Estoy feliz! Mi gran salida es venir a dar las clases, que es como cuando iba a hacer teatro. Doy clases lunes, martes, jueves y viernes hasta las 11 de la noche, por eso no extraño el pasado.
–¿Cuál es tu mayor deseo hoy?
–Como estoy haciendo lo que me gusta, tengo dos hijos que amo y que me encanta que hagan lo que les gusta, tres nietos maravillosos, ¿qué más puedo desear? Sí, hay algo. Quisiera partir antes que cualquiera de ellos porque no podría soportarlo y me gustaría que sea mientras esté durmiendo.
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