Los miembros más importantes de las casas reales de Europa asistieron al funeral y al entierro de Constantino II, que murió a los 82 años
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Con flores, banderas, fotografías, carteles y lágrimas, y cantando las estrofas de su himno nacional, miles de griegos salieron a las calles de Atenas el 16 de enero para despedir a Constantino II de Grecia, a quien la Historia considera como “el último rey” de ese país, y que murió el 10 de enero, a los 82 años. Una reciente internación en el hospital Hygeia de la capital griega, semanas atrás, había puesto en estado alerta a su mujer, la reina Ana María, y a sus cinco hijos, Alexia, Pablo, Nicolás, Theodora y Philippos. Pero también a los miembros de muchas de las casas reales europeas a las que Constantino –que pasó sus últimos años en Porto Jeli, en el Peloponeso-, estaba vinculado por su linaje y por su matrimonio con Ana María de Dinamarca. Con los Hannover, a través de su madre, la princesa Federica de Hannover y duquesa de Brunswick y Luneburgo. Con la familia real británica, el vínculo venía por el duque de Edimburgo: el marido de Isabel II, nacido en Grecia, era su primo y el príncipe William, hijo de Carlos III, su ahijado. Con la casa de Dinamarca, a través de su mujer (que también era su prima) la princesa Ana María, hermana de la reina Margarita II. Con la casa real española, a través de su hermana mayor y gran compañera, la reina Sofía que, como se sabe, se casó con Juan Carlos de Borbón (Constantino era, por lo tanto, tío de Felipe VI y de sus hermanas, las infantas Elena y María Cristina). Tras el anuncio de su muerte, representantes de todas estas casas y también de las de Suecia –los monarcas Carlos Gustavo y Silvia— y los de Noruega –el príncipe heredero Haakon y su mujer Mette- Marit—, así como jefes de Estado y otras personalidades del mundo de la política desembarcaron, en medio de un dispositivo de seguridad impresionante, para asistir a una despedida en tres etapas: primero, en la capilla ardiente en San Eleftherios; luego, en una ceremonia en la Catedral Metropolitana y, finalmente, el entierro privado en el cementerio de Tatoi. Por decisión del Gobierno griego, Constantino no tuvo funeral ni honores de Estado. El argumento: Grecia es, desde 1975, una república tras un referéndum mediante el cual el pueblo de ese país rechazó ser una monarquía.
DOLOR EN LA CATEDRAL
El féretro de Constantino, cubierto con la bandera griega, fue una de las imágenes más dramáticas de la larga jornada del lunes 16. Luego de haber sido velado en la Capilla de San Eleftherios (la capilla ardiente, que estuvo abierta a todo el público, fue visitada por cientos de griegos), el cuerpo del monarca llegó a la Catedral Metropolitana. Ubicado en el centro de Atenas, el templo de origen bizantino fue uno de escenarios más importantes de la despedida de Constantino. Mitropoli -tal como se conoce a esta iglesia dedicada a Santa María de la Asunción-, está situada en Plaka, un barrio del centro histórico de Atenas y, para la familia real, cargada de simbología: allí, el 14 de mayo de 1962, se casó Sofía con Juan Carlos, hoy rey emérito de España; dos años más tarde, el 18 de septiembre de 1964, fueron Constantino y la princesa Ana María de Dinamarca quienes dieron el “sí, quiero”; y el 23 de octubre de 2021, Philippos, el hijo menor de Constantino, pasó por este mismo templo ortodoxo para casarse con Nina Flohr. Esta semana, para despedir al último rey de los helenos, la fachada de la catedral estaba repleta de flores. Muy cerca de la corona floral enviada por Juan Carlos –que llegó a Atenas desde Abu Dabi, donde vive desde 2020-, la de Sofía y las de los reyes Felipe y Letizia, se veía la de Ana María: un arreglo que fue realizado con lirios del valle blancos, las mismas flores que había llevado, 58 años atrás, en su ramo de novia y en el que se leía “Tu amada Ana María”. Supervisada íntegramente por Pablo y Nicolás, los hijos mayores del difunto rey, la ceremonia se realizó bajo el rito ortodoxo. A los costados del catafalco, que se ubicó en el centro de la nave de la catedral, se colocaron los sumos sacerdotes sinodales, pertenecientes al Santo Sínodo Permanente. Los miembros de las casas reales se acercaron uno a uno ante el féretro, inclinando su cabeza en señal de duelo. Tras el ritual funerario ortodoxo (compuesto por himnos y salmos, la liturgia ortodoxa subraya que la muerte no es el final, sino el principio de la vida eterna), que estuvo a cargo del arzobispo Hieronymos, Pablo –que tras la muerte de su padre ya es el nuevo jefe de la Casa Real griega-, protagonizó uno de los momentos más conmovedores al dirigir un discurso en homenaje a su padre. “Rey, padre, olímpico, ha llegado el día de la separación de nuestra madre y de tus hijos”, dijo Pablo –primero en griego y después en inglés-, en un texto que recorrió toda la historia de su padre, desde sus logros deportivos (fue medalla olímpica en 1960) hasta el gesto político de dar un paso al costado para que no hubiera derramamiento de sangre en su país por los sucesos ocurridos entre 1967 y 1975 por los que perdió el trono- y que conmovió a todos. En especial, a la viuda del monarca, Ana María, que estaba ubicada a la derecha del féretro, en la primera fila de la catedral. Tanto ella, como sus cuñadas, la reina Sofía y la princesa Irene, no pudieron contener el llanto. “La familia era todo para vos y para nuestra madre. Juntos crearon una gran familia, que estaba unida por el amor y al concepto de deber a la patria”, dijo Pablo frente su familia, a todos los miembros de la realeza y los jefes de Estado que asistieron a la solemne despedida. Antes de tomar asiento al lado de su madre, Pablo agregó: “Vivirás para siempre en nuestros corazones, papá. Buen viaje”.
EL ÚLTIMO ADIÓS
Había pasado el mediodía cuando el féretro de Constantino arribó al cementerio de Tatoi, ubicado a unos 20 kilómetros de Atenas. Salvo por algunos aplausos en su honor, el silencio fue el gran protagonista de este último tramo de las exequias. Tras otro breve oficio religioso en el que estuvieron presentes solo algunos miembros de la familia, unos pocos royals e invitados (como se llevó a cabo en una diminuta capilla, el espacio era muy reducido), el ataúd -cubierto con el escudo de armas de la casa de Glyksburg y condecoraciones— fue sepultado en el panteón de la familia real, en un camposanto lleno de árboles que rodea al Palacio de Tatoi. Antes de morir, Constantino ya había manifestado su deseo de ser enterrado en ese sitio que, si bien estuvo casi abandonado desde 1967, fue uno de sus lugares más queridos. Allí pasó todos los veranos de su infancia, junto con sus hermanas, la reina Sofía e Irene de Grecia. Es, además, el lugar en donde están sus antepasados: desde el rey Jorge I, quien inauguró la dinastía, pasando por la reina Olga y Andrés de Grecia y Dinamarca entre otros veintitrés ancestros. En Tatoi también tienen sus sepulturas Pablo y Federica, los padres del rey que hoy descansa, para siempre, en la tierra que amó.
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