Juan Pablo Molyneux nació en Chile pero su trabajo lo convirtió en ciudadano del mundo, Acompañado por su mujer, Pilar, nos invita a conocer su hôtel particulier en Le Marais
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Su creatividad sin límites, su audacia, el respeto profundo por la historia y el trabajo artesanal son parte del ADN que le imprime el reconocido diseñador de interiores Juan Pablo Molyneux a cada uno de sus trabajos. Y no importa si se trata de una casa de familia, un palacio o un trabajo más institucional, como el Pabellón de los Tratados, en San Petersburgo, las salas rusas del Palacio de las Naciones, en Ginebra, o la Embajada del Perú, en Santiago de Chile, por nombrar algunos de su autoría: a todos les pone el corazón con igual intensidad.
En París, una de sus ciudades favoritas desde siempre, está su obra más personal: el espectacular hôtel particulier donde vive con su mujer, Pilar Valdivieso, y donde también instaló su estudio. Conocido como Hôtel Claude Passart en honor al secretario de Luis XIII, que fue quien lo mandó construir, está ubicado en Le Marais y hoy es un reflejo perfecto del talento de Molyneux que, aunque nació en Santiago de Chile, es ciudadano del mundo hace años. “¿Qué me gusta de París? ¡Todo! La primera vez que vine de paseo fue a los 13 años, y después estudié en Ecole des Beaux-Arts y la Ecole du Louvre. Además, antes de esta casa teníamos un departamento en París”, dice del otro lado de la línea.
–Tu agenda es maratónica. ¿Cómo hacés con tanto viaje?
–Estoy tan acostumbrado que para mí es muy fácil. En un rato salgo para Mónaco, vuelvo en dos días y enseguida sigo para Londres, después Canadá y Palm Beach.
–¿Cuál es la historia de tu casa?
–Fue construida en 1619 por el arquitecto de la familia Deguise para el secretario del rey Luis XIII. Evidentemente era de una familia noble y la casa fue vivida hasta la época de la Revolución, cuando la saquearon y vaciaron. La tomó el pueblo, la dividieron en piezas donde se metían las familias. La vandalizaron casi entera, quedó poco. Algunos techos se bajaron para preservar el calor, así que los originales no los tocaron. Hay un salón que tiene unas vigas pintadas de lo que se llama un techo a la francesa que es una maravilla y eso se descubrió recién en los 50 porque se cayó un pedazo de estuco. A raíz de ello, el ministro de Cultura André Malraux la clasificó como monumento nacional y por eso nunca demolieron la casa. Yo encontré la casa ya dividida y la compré a once propietarios diferentes. En un año conseguí todo lo que quería.
–¿Cómo fue la remodelación?
–La remodelé entera. Lo único que no toqué fue ese techo maravilloso. De la distribución tampoco toqué demasiado porque era linda, agradable, sí tuve que hacer una escalera para subir al primer piso. En cuanto a los espacios, son grandes. En la planta baja tenemos un gran salón e hice de toda un ala de la casa mis oficinas. El salón lo uso en parte para oficina, recepción de oficina, clientes y recepciones privadas porque cerrando dos puertas estoy totalmente independiente. Son entre 1600 y 1700 metros totales.
–¿Con Pilar se ponen de acuerdo en la decoración?
–Yo trabajo bastante rápido, así que muchas veces Pilar no se da ni cuenta. Pero yo me doy cuenta de que no le gusta cuando vamos a comer y me da sopa. Ahí veo que hay un problema con la decoración. [Dice, a modo de chiste]. Yo veo las cosas instantáneas, no hay plan B.
–¿Traen cosas de los viajes para la casa?
–Todo el tiempo. Si voy a Marrakesh encontramos cualquier cantidad de cosas para una terraza, o en Rusia, siempre hay cosas que suman.
–¿Cómo se conocieron con Pilar?
–Ella tenía 13 y yo 17. La sociedad chilena es bien chica, así que nos conocíamos por amigos, colegio y esas cosas donde siempre estás con las mismas personas. Salimos un tiempo, nos separamos cinco años y después, cuando nos reencontramos, nos casamos. Llevamos cincuenta años de casados. Pilar me ayuda mucho. Estudió Historia del Arte, Diseño, es una mujer supercapaz.
–¿Vuelven seguido a Chile?
–Poco. Mi suegra murió hace tres años y a partir de eso ya no hemos vuelto más. Con todo lo que viajo me queda un poco a trasmano. En este momento estoy trabajando en Pekín, en Moscú, tengo proyectos en Londres, en Qatar estamos haciendo dos palacios, en la Costa Azul, en Palm Beach… Por eso no me es fácil ir, no es que no me guste o no quiera, todo lo contrario. Ya vamos a poder organizarlo, lo mismo que visitar Buenos Aires, donde tenemos miles de amigos.
–¿Siempre tuviste clara tu vocación?
–Estudié Arquitectura y ya de chico mis juguetes eran mecanos, cosas para construir, crear espacios. Tampoco tuve plan B. Y me siento comodísimo tanto construyendo un closet como un palacio. Siempre trabajé de modo independiente, nunca fui parte de un grupo de arquitectos.
–¿Qué hacés para desconectarte? ¿Qué te gusta?
–Estoy metido en varias organizaciones que son de restauración de monumentos, que es algo que me apasiona. Soy vicepresidente de The World Momuments Fund en Francia, y trustee de The World Monuments Fund en Estados Unidos, que tiene su sede en Nueva York. También soy vicepresidente de The American Friends of Versailles y trustee de The French Heritage Society. Todo eso me ocupa bastante tiempo y es fascinante. Y tanto a Pilar como a mí nos encantan los animales. En un momento teníamos diecisiete elefantes babies en Kenia, que estaban en una especie de kindergarten de elefantes huérfanos, una maravilla, íbamos todos los años. Y en el campo, que está a una hora y media de París, tenemos perros, pájaros, patos, cisnes, gallinas. Lo que vuela llega ahí. Y a nosotros nos fascina, apenas podemos, vamos para allá.
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