Sus canciones son la banda de sonido de una generación y su voz sigue conmoviendo como hace cuatro décadas. Inteligente, curiosa y solitaria, la Dama del Rock repasa su vida hecha de música
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Hace cuarenta años que su voz irrumpió en la escena de la música nacional para enamorar a toda una generación. Dueña de un talento único también para componer, Silvina Garré (60), esa chica de andar suave, grandes ojos celestes y pelo ondulado que venía de Rosario como la única mujer de la Trova Rosarina –el resto de los integrantes eran Juan Carlos Baglietto, Jorge Fandermole, Rubén Goldín, Adrián Abonizio y Fabián Gallardo– conquistó la gran ciudad a poco de llegar y se convirtió en la Dama del Rock. Tímida, solitaria, lectora voraz, canta desde los 4 o 5 años (conmovió a todo el país con “Era en abril”) y grabó catorce discos como solista. Inquieta, de grande estudió Psicología y varias veces necesitó correrse del centro de la escena para sacudirse la modorra (vivió en Estados Unidos y ahora eligió Mar del Plata como “su lugar”). De paso por Buenos Aires –los cuarenta años de la Trova Rosarina se festejan con una serie de shows y gira por todo el país junto a sus ex compañeros–, conversó con ¡HOLA! sobre su vida, su pasión por la música, sus amores, el pasado y el futuro.
–¿Fue difícil triunfar en el mundo del rock siendo mujer?
–No, porque yo arranqué siendo la única mujer de la banda en un grupo privilegiado, que fue la Trova Rosarina, y aprendí mucho con ellos. En esa época, cuando vinimos a Buenos Aires, teníamos muchísimo trabajo, hacíamos hasta tres shows por día. Entonces gané experiencia, no sólo arriba del escenario. Básicamente al lado de Baglietto [Juan Carlos], un tipo con un carisma fuera de serie y un gran maestro para mí.
–Pero al poco tiempo te lanzaste a cantar sola…
–Sí, la misma compañía discográfica que le ofreció un contrato a Juan después me lo ofreció a mí, y me entusiasmó esa posibilidad, porque podía elegir la banda, el repertorio, todo. Enseguida tuve trabajo.
–¿Ese fue tu momento de mayor éxito?
–Cuando más trabajo tuve fue cuando me animé a mostrar mis canciones, que fue en mi tercer disco: Reinas de pueblo grande. Tenía 24 años.
–¿Era machista el mundo del rock en los 80?
–No. Éramos muchas las mujeres que cantábamos. En el momento que yo empecé como solista estaban Sandra [Mihanovich], Celeste [Carballo], Fabi [Cantilo], Claudia Puyó, Las Viudas… una gran cantidad de mujeres haciendo música y metidas en el mundo del rock, así que se veía como algo bastante natural, creo.
–¿Tuviste que hacer concesiones para convertirte en una artista exitosa?
–Siempre grabé lo que quise, nunca canté una canción que no me gustara. ¡Y eso ya es oro en polvo en la música! Creo que el éxito también tiene mucho que ver con el posicionamiento de cada artista, con saber decir que no. En esta carrera, a veces es más importante decir que no que decir que sí.
–Hace unos minutos dijiste: “Cuando me animé a mostrar mis canciones”. ¿Por qué no te animabas?
–Por timidez. De hecho, animarme fue un acto de coraje para mí. Yo era bastante tímida y me costó mucho sentirme cómoda en vivo en un escenario. De chica, mi sueño era hacer canciones, estudiar música, pero no cantar en público, y nunca había pensado que podría hacerlo. Pero bueno, después del amor por la música viene la vocación, y después viene el oficio y la profesión. Y eso se va a construyendo. Afortunadamente pude hacer esa construcción.
–¿Fuiste solitaria desde chica?
–Sí, muy solitaria. A mí me gustaba leer, escribir, caminar por ahí, y la música era mi gran compañía.
–En un momento te alejaste de la música y te pusiste a estudiar Psicología. ¿Por qué? ¿Estabas en crisis con tu profesión?
–El psicoanálisis era algo muy importante para mí, y lo sigue siendo, porque he hecho treinta y pico de años de terapia. Entonces sentía cierta curiosidad por todo lo que tenía que ver con el psicoanálisis y, aunque había leído algunas cosas, quise hacerlo de manera más sistemática y también quise vivir la experiencia de la universidad.
–¿Llegaste a ejercer como psicóloga?
–Sí, y fue maravilloso. Trabajé alrededor de un año nada más, porque después aparecieron otras canciones, otro disco y volví de lleno a la música.
–¿Cómo resultó la experiencia de ir a la facultad siendo que ya eras una persona bastante conocida?
–Me gustó conocer otro tipo de gente, hablar de otras cosas, pero por momentos fue una experiencia extraña. Algunos compañeros se enojaban y me decían: “Con el trabajo lindo que tenés, ¿qué estás haciendo acá”. Pasaba algo muy gracioso: cuando tomaban lista y me nombraban, muchos me decían: “Ah, te llamás como la cantante”. Igual, todo eso fue al principio, después mi fama y mi carrera en la música pasaron a segundo plano y yo ya era una compañera más. A lo sumo, si tocaba, los más amigos de la facultad venían a escucharme.
–¿Eras buena alumna?
–Sí, estudiaba muchísimo, mucho más que en el colegio. Me apasioné. Empecé pensando que iba a hacer dos o tres materias y nada más, y en un momento me enganché tanto que cursaba a la mañana, a la tarde y a la noche, y terminé la carrera.
–Varias veces en tu vida te mudaste de la ciudad y empezaste de cero en otro lugar.
–Soy inquieta, me aburro y necesito desafíos. A mí me genera adrenalina el cambio, me da como un impulso, me saca de cierto sopor. Cuando fui a Miami pasó eso: me mudé y en pocos meses compuse un disco entero. La mudanza me provocaba como un estado adolescente, un sentimiento parecido al que me embargaba cuando me vine a Buenos Aires, una época en la que tuve mi primer piano, mi primera casa y viví sola por primera vez. Siempre estoy pensando adónde irme. A veces lo concreto, a veces no. Pero la idea de que puedo irme a cualquier otro lugar me alivia.
–¿Sos desapegada?
–Yo no extraño. Mi madre me dijo hace muchos años: “Mirá, Silvina, si vos pudiste irte de Rosario, podés irte a cualquier parte”. Y nunca me olvido de esa frase. El gran dolor para mí fue dejar mi ciudad, donde tenía mis afectos, mi familia, todo…, me costó dos años dejar de extrañar Rosario. Después, nunca más me pasó. Me puedo mudar de una casa a otra, o de una ciudad a otra, sin problema, y puedo estar sola mucho tiempo, puedo pasar largo tiempo sin ver a nadie. Todo esto lo tengo emparentado con lo que para mí es la libertad, saber que puedo irme adonde quiera cuando quiera me genera una sensación de gran libertad. Eso no quiere decir que no tenga vínculos, que no tenga gente a la que quiero y extraño, lugares a los que me gusta volver o con los que me puedo encariñar.
–¿Tuviste muchos amores?
–Sí. Fui una mujer amada y amé mucho, básicamente en mi juventud. La intensidad del amor la viví en esa época. Después, tuve enamoramientos, relaciones, pero hay algo en mi naturaleza que tiende a la soledad. Soy una mujer solitaria, por eso no he tenido hijos. Si pudiera sacar cuentas, seguro que he estado más tiempo sola que en pareja.
–¿No te hacía feliz estar en pareja?
–En una época hacía como el intento de armar una pareja porque pensaba que había algo en mí que fallaba, que había algo que yo no hacía bien. Pero la realidad es que estando en pareja me sentía fuera de eje, como si tuviese que ser otra persona. No al comienzo de la relación, que siempre hay una cierta efervescencia, pero cuando pasás ese comienzo, que es muy corto, sentía que había algo ahí que no estaba bien, que no estaba siendo yo. Y apenas me separaba volvía a ser yo, volvía a recuperar mi persona. Es una sensación extraña.
–¿Y los hijos? ¿Tuviste el deseo de ser mamá?
–Con los hijos me ha pasado una cosa muy curiosa. Cuando era chiquita le escribía poemas y cosas a quien iba a ser mi hijo o mi hija, iba a tener dos pensaba yo. Y fantaseaba con eso, pero nunca tuve el deseo concreto de que fuera algo real, cotidiano. Era hermoso como idea, como novela, como película. Pero el bebé siempre asociado al gran amor, al que sería el hombre de mi vida, no el bebé solo. Ese era como un cuento mágico que después nunca tuve el deseo de concretar.
–Pero en un momento te casaste…
–Me casé dos veces y estuve seis meses casada cada vez. Las dos veces me divorcié, por esto de que no tenía nada que ver conmigo, que había tomado una mala decisión. Hasta que me di cuenta de que estaba yendo en contra de mi naturaleza, que mi naturaleza es solitaria, y dejé de luchar contra eso. Fue un gran alivio.
–¿Qué te pasa con la vejez? ¿Te asusta una vejez en soledad?
–La vejez me espanta, no me gusta nada, me parece un horror. Pero no a nivel estético, sino por el cansancio, la energía que va bajando, la pérdida de autonomía. Siempre recuerdo una frase de Geraldine Chaplin, a quien amo. Le preguntaron qué le dio el paso del tiempo, y ella contestó: “No me ha dado nada, me quitó todo. Lo único que hizo fue quitarme cosas”. Yo pienso lo mismo.
–¿Cómo te imaginás dentro de diez o quince años?
–Me imagino viajando, si todavía me da el cuero. Y cantando también. Hasta ahora mi voz, mis cuerdas vocales, son amigas y han envejecido menos que yo, entonces agradezco que puedo seguir cantando los temas que cantaba hace cuarenta años en la misma tonalidad y mi voz está sana. Si no, no seguiría haciendo shows, los hago porque siento que la voz está bien y que se puede mantener la calidad del espectáculo y la calidad como artista. Cuando eso ya no esté inventaré otra cosa, siempre se puede inventar algo, volver a estudiar. Pero ojalá pueda seguir cantando por lo menos diez años más.
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