Tiene 21 años, está haciendo su propio y prometedor camino dentro de la actuación y asegura: “Es un privilegio”, en relación a sus padres
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Creció entre bambalinas, codeándose de manera natural con el detrás de escena, los ensayos, las reuniones que organizaban en su casa sus padres y por donde pasaban esos mismos rostros que ella después veía en la tele o sobre algún escenario. Con semejante capital heredado y también con estudio, esfuerzo y talento, a los 21 años Miranda de la Serna –hija de Rodrigo de la Serna y Érica Rivas– despliega sus propias alas: brilla sobre el escenario del Teatro San Martín, donde le pone el cuerpo a la Novia, uno de los personajes protagónicos de Bodas de sangre, el clásico de Federico García Lorca. “Casi que crecí en el San Martín. Es muy fuerte trabajar acá porque recuerdo que venía a este teatro a verlo a papá. También iba a otros teatros a ver a mamá; eso de estar en camarines, detrás de escena, se los debo a ambos. Cuando estrenamos vinieron a las primeras funciones. Y cuando se prendieron las luces los vi llorando de emoción. Esas imágenes no se me van a borrar jamás”, dice la actriz, mientras se prepara para la función de la noche. Y sigue: “Jamás dudé que iba a ser actriz. Sé que quiero estar arriba de un escenario, adelante y atrás de una cámara toda la vida”.
–¿Cómo fue tu infancia?
–Nací en Villa Ortúzar y a los 4 años nos mudamos a Ingeniero Maschwitz. A los 16 me aburrí un poco de la vida tan tranquila y me mudé con mamá a Capital. Mi casa siempre estuvo repleta de actores, cineastas, directores, productores y siento que eso me nutrió muchísimo. Las conversaciones eran muy interesantes y no me quería perder nada. De chica lo recuerdo, por ejemplo, a Urdapilleta, a mi padrino, Topa, que es lo más, que me montaba shows, me daba micrófonos y me dejaba cantar.
–¿También te animaba los cumpleaños?
–[Se ríe]. No, los animaba yo, pero él me ayudaba en la organización. Más grande empezaron a venir Albertina Carri, Willy Lemos, Lucrecia Martel, María Onetto, Marilú Marini, gente fabulosa, parte de esta gran familia del espectáculo.
–¿Cuándo te diste cuenta de que querías actuar?
–A los 9 años hice una película, Antes del estreno, dirigida por un amigo de mamá, Santiago Giralt. Fue en Maschwitz, una producción supercasera que me voló la cabeza. Pensaba: “¿Encima me pagan?”. Ahí empecé a estudiar. Fui años a lo de Nora Moseinco, a lo de Gaby Ferrero, hice seminarios con Pompeyo Audivert, entre otros.
–¿Y el colegio?
–Bien, porque recién a los 15 volví a trabajar. Hice La burbuja, en teatro. Ahí trabajé con mi “gemelo perdido”, Ángelo Mutti Spinetta. Nuestras mamás quedaron embarazadas haciendo el mismo programa, nacimos con un mes de diferencia, íbamos al mismo jardín, somos muy amigos. Después vino Amor urgente, un film de Diego Lublinsk, en 2017, y ahí arranqué con todo. Terminé el secundario, y aunque el último año empecé haciendo homeschool, volví porque me aburría estudiar sola en casa. Mis amigos me bancaban y me pasaban las tareas.
–Los hijos de famosos suelen pasarla mal con la fama de sus padres...
–De chica era más difícil, yo lo fui entendiendo con los años. Ahora me está empezando a pasar que me reconozcan a mí. Eso me da un poco de nervios porque tengo flashbacks en los que tuvimos experiencias lindas pero también otras no tanto. Confío que voy a saber reaccionar por lo que aprendí de ellos.
–¿Les pedís consejos en cuanto a la carrera?
–Sí, a los dos. Es un privilegio ser hija de estas dos personas increíbles, que además son dos actorazos. Y es un privilegio hacer lo mismo que ellos. Pero reconozco que si no hubiese sido por ellos no sería lo mismo.
–Te preparaste y trabajás mucho...
–Sí, pero tengo un monstruito en mi cerebro que me dice que tengo que ser mejor que ellos. A medida que fui creciendo lo fui calmando, pero siempre está esa vocecita. La gente a veces me dice cosas hirientes, como “gracias a tus viejos estás donde estás”. Quizás tengan un grado de razón, pero no hay necesidad de ser tan idiota.
–Este año ganaste el Premio Sur como Revelación. ¿Cómo lo viviste?
–Fue divino. Además, fue por una película que adoro, Errante corazón, con Leo Sbaraglia, que fue un antes y un después en mi carrera. Gracias a esa peli Vivi Tellas me llamó para el San Martín. Este año es como un sueño para mí. ¿Qué más puedo pedir?
–Hablemos del corazón.
–Ahora estoy sola. Estoy contenta.
–Leí que sos bastante flexible en tu idea del amor.
–Es algo que viene con mi generación. Vengan a ver esta obra, que se escribió en 1930, y van a ver que la monogamia no sirve. No creo mucho en eso, pero sí en el amor.
–¿Qué imaginás para vos?
–Me gusta vivir el presente y ver cómo se dan las cosas. Si en algún momento me dan ganas de tener hijos o formar una familia, lo haré.
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