La artista plástica nos recibe en su casa y habla del gran cambio que hizo respecto de su vida y su carrera
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De alguna manera, con cada elección que hice, fui encaminándome hacia la vida que había pensado, deseado o proyectado. Desde chica, por ejemplo, soñé con ser artista y con tener dos hijos: un varón y una mujer”, dice la prolífica artista Karina El Azem (53), en la casa de Palermo donde vive desde 2016, rodeada por sus obras y acompañada por Lorenzo (15) y Esmeralda (13), los dos hijos que tuvo con el músico y conductor Roberto Pettinato. “Hace diez años que no estamos juntos”, marca ella cuando, en la conversación, aparece el nombre de su ex marido (quien en sus dos anteriores matrimonios tuvo a Tamara y Homero, y a Felipe). “Roberto siempre será mi familia. Entiendo que todavía me sigan preguntando por él y que aún genere curiosidad: él es una persona pública y despierta mucho interés”, aclara.
–Este año, te nombraron Personalidad Destacada en la Cultura. Y, en el acto en la Legislatura, te dedicaste ese premio a vos misma.
–Sí, me agradecí a mí. Durante mucho tiempo, sentí gran incomodidad de agradecer cada cosa linda que me decían, de recibirlo y de integrarlo. Me daba culpa. Pero desde hace algunos años, empecé a revisar ideas que tenía instaladas. Paso muchas horas frente a la computadora; antes, ponía de fondo las noticias, pero terminaba con mucha tensión, un estado que –al igual que el miedo– va en contra de la creación. Entonces, empecé a interiorizarme en las ideas del Ho’oponopono; a escuchar a Joe Dispenza, Gabriela Arias Uriburu, Eckhart Tolle y Virginia Gawel. Me sumé a vivos; hice cursos a distancia. Además de lograr un estado de paz y de agradecimiento, empecé a amigarme con el “merecimiento”, una idea que me cuesta mucho; trato de reforzarla todos los días.
–También dedicaste ese logro a tus hijos: les agradeciste por haberte acompañado en tu carrera y por haber aceptado “que la mesa del living no se vea como en otras casas”. ¿Te han hecho reclamos?
–Ese comentario fue a raíz de un rollo mío… porque soy un poco desordenada; es más fuerte que yo. [Se ríe]. Muchas veces, cuando Loren y Esme llegan a casa, estoy siempre en medio de una montaña de mostacillas, municiones y otros objetos con los cuales trabajo. Siento que van avanzando como si estuvieran en medio de una zona de guerra. Sin embargo, nunca me han reclamado nada. Ellos ven mi compromiso con lo que hago, mi voluntad y mi perseverancia, valores que, para mí, son muy importantes y que, creo, les transmito con el ejemplo. Incluso cuando eran chicos, nunca dejé de producir ni de exponer, pero me costó tener el ritmo que tengo ahora. Cuando me separé, el ritmo de trabajo era diferente; y ahora, que ellos están más grandes, también es distinto.
–¿Pero pensabas que, al tener un padre músico y conductor de televisión y una madre artista, ellos se sentían bichos de otro pozo, que su casa era diferente?
–En el imaginario de la gente quizás esté la idea de que somos una familia un poco loca, poco frecuente. Nada que ver. Acá hay mucho amor, respeto, tiempo compartido y diálogo. Ahora estamos comenzando otro camino: la adolescencia. Vamos bien. Estoy orgullosa de ellos. A Loren le falta poco para terminar el secundario, pero ya está pensando qué hacer después: le encanta la música [toca el saxo como su papá] y hace columnas de fútbol en Mañana de sol, el programa de radio que conduce Roberto [va de 6 a 9, por FM Pop]. A Roberto no le gusta el fútbol, pero Loren es un experto. Antes de la cuarentena, Esme también hacía columnas en el mismo programa. Es muy creativa y, para mí, tiene mucho potencial artístico.
–¿Y ellos te preguntan si tenés ganas de estar en pareja otra vez?
–Esa situación ha sucedido. [Se ríe]. Esme me lo ha preguntado un poco más. Es que me separé hace diez años… y es un montón. Mis amigas me dicen que tengo que salir un poco más, pero me cuesta arrancar. Estoy enfocada en mis hijos, en mi trabajo; voy a muestras y vuelvo a casa. No es que crea que no haya hombres ni nada por el estilo; es que, hoy por hoy, los encuentros son más difíciles que antes y las aplicaciones no van conmigo.
–¿Te casaste con el arte, como dice Marta Minujín?
–[Se ríe]. De a dos, la vida parece mejor. Pero, hasta hace algún tiempo, la sola idea de traer un novio a casa me resultaba inimaginable: para armar una familia ensamblada, tenés que estar segura porque esa persona se va a integrar a tu vida, con tus hijos. Lo cierto es que, cinco años atrás, no estaba disponible para enamorarme, pero ahora siento que tengo otra actitud. Eso sí: la propuesta tiene que ser superadora porque no priorizo estar acompañada. No creo en eso de la media naranja ni asocio la felicidad a estar pareja. Para mí, podés ser feliz estando acompañada o no. No sé si estoy en mi zona de confort o si, realmente, estoy bien así: contenta, tranquila y enfocada. En mi vida, con mis hijos y con mi carrera, alcancé más sueños de los que imaginaba.
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