Este año, el músico iba a celebrar 57 años de matrimonio con el gran amor de su vida. Murió antes, a causa de un cáncer de garganta. Juntos fueron padres de una hija y abuelos de una única nieta.
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Pelo entrecano, trajes de perfecto corte, siempre afeitado y de aspecto pulcrísimo. Charlie Watts no parecía ser un Rolling Stone, sino un refinado jazzero, amante de las cosas buenas que llegan a la vida con la madurez y fiel a su inseparable mujer, Shirley Ann Shepherd (83), con quien este año iba a cumplir 57 años de casado.
El martes último, el mundo amaneció con la triste noticia. A los 80 años, el más longevo de la legendaria banda había muerto. “Falleció pacíficamente en un hospital de Londres hoy, rodeado de su familia. Charlie fue un querido esposo, padre y abuelo y uno de los mejores bateristas de su generación”, decía el comunicado de prensa que sus compañeros Mick Jagger (78), Keith Richards (77) y Ron Wood (74) compartieron en su cuenta de Instagram.
El motivo: un cáncer de garganta que le detectaron en 2004 y que, tras una larga remisión, había vuelto con virulencia. El baterista, de hecho, había anunciado a principios de agosto que no iba a participar de No Filter, el tour de los Stones por Estados Unidos (la fecha de inicio sigue programada para el 26 de septiembre). “Por primera vez, estoy fuera de tempo”, se excusó, con ese típico e irónico humor inglés.
EL BATERISTA FIEL
La historia es tan tierna como simple y anti-rockera. El músico, que aprendió a tocar la batería escuchando discos de Charlie Parker y su banda, conoció a su mujer a principios de los 60. Estaba ensayando con Blues Incorporated, el primer grupo (de jazz) en el que tocó, cuando Shirley, que estudiaba escultura con dos de los músicos en el Hornsey College of Arts, fue a verlos.
El flechazo fue instantáneo y el 14 de octubre de 1964 se casaron, en secreto. Hacía un año que los Stones eran una realidad y sus compañeros no querían que el flamante matrimonio de su baterista causara rechazo entre las fans. Contrario a la política férrea del grupo, que no aceptaba mujeres en las giras, Shirley sí salía on tour, pero no llevaba anillo de casada y mantenía la distancia de su marido. Había que cuidar el halo de misterio y disponibilidad de los músicos que, como los Beatles, despertaban pasiones desenfrenadas entre sus seguidoras.
“Charlie se negaba a levantarse o a bañarse si ella no iba”, dijo una de las novias de Jagger en su biografía. Hay quienes recuerdan, varias décadas después, haber visto al matrimonio tomando el té, todos los días a las cinco de la tarde en punto, en el Park Hyatt Buenos Aires (hoy, Four Seasons). Fue durante el Voodoo Lounge Tour, la gira que trajo al grupo a nuestro país en 1995. Claro que, para entonces Charlie no ocultaba que tenía esposa, y tampoco lo hacían sus compañeros en la banda, que ya se habían casado y divorciado más de una vez…
Padres de una hija, Seraphina (53), y abuelos de una única nieta, Charlotte (24), los Watts fundaron su hogar en la campiña inglesa. Más precisamente, en Haldson Manor, un campo de 240 hectáreas al norte de Devon, donde le dieron forma a una importante cría de caballos árabes y cuidaban de veintisiete perros rescatados. Durante el confinamiento habían adoptado a Suzie, una galgo de Forever Hounds Trust, una ONG dedicada al rescate de esta raza, a la que acompañaban con donaciones desde hacía años.
“[Shirley] es una mujer increíble. Lo único que lamento de esta vida es que nunca estuve lo suficiente en casa”, dijo Charlie alguna vez y contó cuál era la clave de su longevo matrimonio: “Nunca fui un rockstar. Tengo cuatro autos clásicos y ni sé cómo manejarlos…”.
UN (BREVE) PASEO POR LAS SUSTANCIAS
A diferencia de Jagger, que tuvo ocho hijos con seis mujeres distintas; de Richards, que admitió haberse aspirado las cenizas de su padre con cocaína; o de Wood, que luchó contra la adicción al alcohol durante décadas, Watts mantuvo la línea durante gran parte de su vida. En casi seis décadas de trayectoria, sólo caminó “por el lado salvaje” una vez. El viaje duró dos años y tuvo lugar a principios de los 80, cuando cayó en el consumo de drogas duras.
“Creo que fue una crisis de mediana edad. Lo único que sé es que me convertí en una persona completamente diferente”, reveló años más tarde. Hasta el momento de la confesión, nadie sabía que, como sus compañeros, cuyas adicciones eran vox populi, él también había bailado con el rock and roll, aunque por un corto tiempo.
Lo salvó Shirley, el único y gran amor de su vida. “Lo dije antes, pero nadie me cree. Casi me mato. Al final de dos años de [consumir] anfetaminas y heroína estaba muy enfermo. Mi hija me decía que me parecía a Drácula. Frené de un día para el otro, por mí y por mi mujer. Ese no era yo, realmente”, explicó años más tarde.
¿Quién era Charlie, entonces? Una anécdota de 1972 en la mansión Playboy lo retrata de cuerpo entero. Mientras sus compañeros correteaban “conejitas”, Charlie, el baterista fiel, se divertía en la sala de juegos de Hugh Hefner… ¡Con los fichines!
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