Creativo y transgresor, el reconocido artista que no le da importancia a la moda asegura: “hago lo que mi corazón me dicta, y me fue bien gracias a eso”
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La casa de Celedonio Lohidoy (55) –igual que su mundo, su reino– es pura intervención, magia y fantasía. Desde mariposas que parecen descansar sobre las alfombras, una biblioteca que hace las veces de vitrina, arañas que brillan como piedras preciosas hasta una salamandra luminosa, un mosquito gigante, anillos como bouquets de flores y una bicicleta –que lleva y trae al diseñador por toda la ciudad–, nada está puesto ahí sin una razón: la armonía es total e hipnótica. Cuarto hijo de Amelia y Hernán –antes nacieron Margarita, Juan y Patricio, después de él, Carlota–, creció en la casa familiar de Tapalqué, donde el contacto con la naturaleza marcaría su obra, pero nació en Azul (en italiano, Celedonio es ‘dueño del cielo’). Transgresor, visionario y talentoso, a principios del año 2000 y tras un viaje revelador a Nueva York, el joven que había terminado la carrera de Arquitectura se puso a hacer collares inspirados en su tierra natal (con materiales que ningún joyero usaba, como hojas, botones, metales, trapos, plumas, piedras…) y, redefiniendo el concepto de joya, en poco tiempo se convirtió en uno de los diseñadores más renombrados y en el favorito de mujeres como la reina Máxima de los Países Bajos y la ex primera dama Juliana Awada. Inventó un mundo de objetos en el que todo es creatividad, inspiración y comunión con el entorno. Sus piezas llegaron a Hollywood (las usó Sarah Jessica Parker, por ejemplo), y Celedonio –cálido, amiguero, de bajísimo perfil, con piernas como juncos y ojos curiosos– se consagró como el arquitecto de la joyería, siempre haciéndole caso a lo que le decía su corazón. De eso y mucho más conversó con ¡HOLA! Argentina tras posar en su casa, un departamento de 1914 que tiene su sello en cada rincón.
–Una de las temáticas que más trabajás en tus diseños son los insectos. ¿Por qué?
–Porque todo lo que tiene que ver con la naturaleza me gusta y los insectos me parecen como joyas aladas. Me gustan mucho los colores de las mariposas, por ejemplo, esos metalizados increíbles. Y también me gusta su evolución: una mariposa necesita hacer fuerza para salir del capullo, de lo contrario, después no tiene la fuerza suficiente para desplegar sus alas y llenarlas de sangre. Me gustan esos procesos lógicos y la naturaleza en general, que me hace percibir el paso del tiempo. La naturaleza resetea mi alma.
–¿Cuáles son tus otras fuentes de inspiración?
–Últimamente estoy tratando de conectar con la ausencia y el deseo, con lo que no tengo.
–¿Como qué?
–Cualquier cosa que no tengo y que deseo. Porque uno siempre desea lo que no tiene y, en cuanto lo consigue, deja de desearlo. En el momento en que conecto con ese algo que no tengo, me encamino hacia ahí, empiezo a pensar en cómo puedo hacer para lograrlo. Básicamente, ese es el estímulo de mi diseño: diseño cosas que quiero y no tengo.
–¿Qué te diferencia de un joyero clásico o tradicional?
–Hay dos diferencias. Una es la libertad: como diseñador soy libre. Y eso es lo que más me gusta de mi trabajo, la posibilidad de tener una vida no encasillada. Como arquitecto no puedo tener una vida libre, porque hay normas que cumplir. Pero como joyero sí. Y la otra diferencia está dada por los materiales que uso. Cuando uno compra un cuadro, por ejemplo, no compra la obra de arte por el material intrínseco. Está comprando la energía del artista, la energía que le puso a esa pieza. Y yo apunto a eso, a que la persona compre energía, más allá del material. A mí no me hace falta demostrar nada a través de los materiales de mis diseños, yo demuestro a través de la esencia: hago visible lo invisible. Entonces, de esa manera, mis piezas valen por la energía que les deposité.
–¿Qué es el lujo para vos?
–Para mí el nuevo lujo es la ausencia de vulgaridad y el hecho de que alguien trabaje sobre vos, te saque de la masa y te convierta en un individuo en el mundo. Y a un precio lógico y accesible, es fácil de lograr: muchos pueden tener un objeto que sea único en el planeta. Eso es el lujo para mí, independientemente del material con que esté hecho ese objeto. Puede ser con un trapo, una pluma encontrada en la calle, o una piedra. Lo bueno es que un trapo se convierta en algo vendible, que quien lo usa vaya a cualquier parte del mundo y la gente lo observe por sofisticado, por distinto. Eso es lo nuevo, el lujo. Y no hace falta mostrar la marca ni el precio.
–¿Qué importancia le das a la moda?
–Ninguna, no le doy importancia. Yo hago lo que mi corazón me dicta y tuve la suerte de que me fuera muy bien gracias a eso. La moda te condiciona, perdés tu libertad.
–¿Hay algo más que te condicione en el momento de crear?
–El miedo. Si yo tengo diez pesos para hacer una colección, voy a ir a lo que se usa, a lo seguro, pero eso me va a hacer perder mi identidad. Sudamérica tiene una riqueza increíble, somos mágicos y el mundo nos mira. Pero ningún europeo va a venir aquí a comprar la copia de lo que se vende en Europa. Para eso, compran el original allá. Vienen a Sudamérica en busca de cosas nuevas y esa es nuestra riqueza. Tenemos que creer en nosotros mismos y en nuestro entorno, rodearnos de lo que la naturaleza y la sociedad nos dan, y crear con eso en mente.
–¿Todas tus piezas son únicas?
–Hay dos ramas, aunque la que hago en mayor número la haga varias veces, cada pieza es única porque están cortadas a mano y cinco artesanos trabajaron sobre ella. Pero vamos a ponerla como parte de una producción. En la otra rama, cada piedra es única e irrepetible, por eso resulta imposible que una pieza sea igual a la otra. Puedo hacer piezas similares, las puedo replicar muchas veces, pero nunca una va a ser igual a otra, porque una perla no es igual a otra perla.
–¿Cómo te imaginás a la mujer que usa tus diseños?
–Segura de sí misma, relajada, fresca, nada pretenciosa, amable con ella misma y con el entorno, una mujer que se anima y que está preparada para llamar la atención desde el diseño.
–¿Trabajás a pedido?
–Sí, hago trabajo personalizado.
–¿Vendés en otros países?
–Sí, tengo la suerte de tener clientes internacionales que me hicieron mucha publicidad afuera, así que vendo en varios países.
–¿Cómo influyó en tu carrera que mujeres como la reina Máxima o Juliana Awada usaran tus diseños?
–Me ayudaron muchísimo porque son dos referentes y mucha gente que es medianamente insegura dice: “Si Máxima lo usa, o si Juliana lo usa, yo también”. También me ayudó estar en Sex and the City. Había marcas que pagaban fortunas para que Carrie apareciera en algún episodio con su cartera o sus zapatos, y ella se puso collares míos sin que yo pague nada jamás.
–¿Cómo te descubrió el vestuarista de la serie?
–Estuve en Sacks, donde me dieron un córner a prueba por una semana. Y vendí un montón. Entonces me dijeron: “Bueno, te damos una semana más”. Y volví a vender todo. Y ahí me dijeron: “Te vamos a dar la vidriera de Navidad”. E hice una de las vidrieras de Navidad, algo que estuvo buenísimo y me ayudó a ser conocido en Nueva York.
–¿Cómo es Máxima?
–Verdaderamente una reina. No sólo está siempre impecable, elegante, y sofisticada, sino que es educadísima, agradable, buena onda, sonriente, cool. Podría ser una amiga mía perfectamente.
–¿Cómo definirías tu estilo?
–Creo que soy netamente ecléctico: me encanta mezclar cosas porque el eclecticismo es lo que nos individualiza. Yo mezclo siempre: una piedra traída de un lago del sur, perlas, pasamanerías de metal de Roma, lo que sea… y hago como un collage, por lo que es realmente imposible que el mismo diseño lo tengas vos, tu amiga y tu vecina…
–¿Cuáles son las ventajas y desventajas de que la marca tenga tu nombre?
–Fue medio sin querer. Yo empecé como Celedonio Lohidoy, que después se abrevió a Celedonio. Y así quedó. De todos modos, siempre hago énfasis en que yo, Celedonio Lohidoy, soy el diseñador de Celedonio, trabajo para la marca y cobro un sueldo, pero la marca tiene su propia identidad. Cosa que está buena, porque mi idea es en algún momento venderla, o tener un socio capitalista.
–¿Seguís trabajando como arquitecto?
–Sí, con mi socia, Natalia Grobocopatel, montamos una galería de arte, y ahí tenemos un área de diseño de interiores y arquitectura. Y en el área de alfombras trabajo con Eduardo Kalpakian. Para mí, la clave está en la fusión de marcas, en la fusión de almas. Ahora, por ejemplo, me fusioné con la bodega Luigi Bosca, y estoy haciendo un trabajo de poner una etiqueta al lado de la otra como si se tratara de un patchwork, o como si fueran azulejitos, e imprimir sobre ellas una foto del viñedo. Entonces, del viñedo vienen esas etiquetas, esas etiquetas se convierten en el vino, y con ese vino voy a teñir unos hilos para coser todo. El vino cose toda esta historia.
–¿Estás en pareja?
–No, no estoy, pero me encantaría estar de novio, aunque me resulta muy difícil conocer gente a ese nivel. Es fácil relacionarse por un rato, está lleno de aplicaciones y esas cosas, pero nunca termino de engancharme porque es tanta la oferta que siempre termino pensando que el jardín del vecino es más verde. Me encantaría estar de novio con alguien inteligente, sensible y bondadoso. Por ejemplo: me gustaría tener un novio que venga caminando por la calle, vea un cascarudo boca arriba y lo dé vuelta. Ahí yo diría: “Este pibe entiende todo, es un sensible”.
–¿Alguna vez pensaste en tener un hijo?
–Si en algún momento decido ser padre, sería adoptando, no tengo dudas. Me parece que como ser humano tengo una obligación moral con los niños que necesitan ser cuidados. Pero para eso necesitaría tener una estabilidad emocional, que sea un proyecto en pareja, para así poder darle todo lo mejor que pueda. Calculo que sería un buen papá, porque soy bueno. [Risas].
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