A punto de cumplir 50, la heredera de Tini de Bucourt comparte su radical cambio de vida. De novia desde hace dos años con una mujer, revela: “Cuento mi historia porque es mi verdad. Estoy orgullosa de ser quien soy”
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Esta es la historia de una mujer que triunfó muy joven en las pasarelas del mundo, después se radicó en los Estados Unidos, se casó, tuvo dos hijos –Sofía y Noah– y tras un divorcio doloroso y una crisis personal, a los 47 años decidió cambiar radicalmente su vida y compartirla con una mujer. Podría ser una entrevista de alguien que decide salir del clóset, pero es su propia protagonista, Cecilia de Bucourt (49), quien propone contar su vivencia y evitar los lugares comunes y el velo de tabú.
UNA ADULTA NIÑA
En 1985, Cecilia ya había comenzado su carrera como modelo en el exterior. Heredera de una famosa mannequin, Tini de Bucourt, a los 14 ganó un contrato para trabajar durante seis meses en la agencia Ford de Japón. “Hoy recuerdo mis comienzos y me parece una locura. Pienso en mi hija de 15, que su vida es el colegio, su mamá y su papá y me acuerdo que yo a esa edad ya tenía las responsabilidades de una adulta. Además, no había celulares, internet, Whatsapp. Estaba sola y a miles y miles de kilómetros de mi familia”, rememora Cecilia.
–Después de Japón, viviste un año en España, otros cinco en París y para tus veintipico ya eras una modelo consagrada…
–Sí, y aunque haberlo sido tiene sus partes positivas, no puedo dejar de pensar en cómo habría sido mi vida si las cosas hubieran sido distintas. Haber ido al colegio, pasar más tiempo con mis amigas, las fiestas, el viaje de egresados, los primeros noviecitos… Yo no tuve nada de eso. Era muy chica y ya me comportaba como una adulta.
–¿Te arrepentís?
–No, no me arrepiento. Amo cómo vivo y cómo pienso y creo que es el resultado de eso. Yo no sería quien soy hoy sin esa parte de mi vida. Aprendí a ser responsable desde muy chica, la disciplina que tengo arrancó entonces. Me iba a dormir a las nueve de la noche, comía sano, tomaba agua… Hacía todo lo que tenía que hacer para estar bien al día siguiente y cumplir con mi trabajo. Aunque parezca increíble, no salía de noche ni iba a fiestas. Tomé mi primera copa de vino a los 29.
–Llevabas una vida de adulta. ¿Cómo era posar de manera sensual entonces?
–Me acuerdo de no entender lo que me pedían, de no comprender qué quería decir “ser más sexy”, ni cómo interpretar un papel que desconocía. Había una disociación entre lo que los otros veían de mí y la imagen que yo tenía internalizada de mí misma. Recién empecé a tener una conexión con mi cuerpo cuando empecé a bailar. Por eso yo siempre digo que a mí el baile me cambió la vida.
LA DANZA O UN CAMINO HACIA EL DESEO
La charla tiene lugar temprano en la mañana. Cecilia atiende la videollamada de ¡Hola! Argentina en un café cerca de su casa. Acaba de prepararles el desayuno a sus hijos, de 15 y 13 años, que están de vacaciones, y tiene una hora antes de correr hacia su clase de pole-dance, o baile de caño. Instalada desde hace más de veinte años en Manhattan, donde se formó como fotógrafa y diseñadora de moda, vive a una cuadra del padre de sus chicos, de quien se separó en 2011. Hace calor, pero las altas temperaturas que azotan a la ciudad más cosmopolita del mundo no la desaniman. Tenemos poco tiempo para repasar su vida y Cecilia está muy entusiasmada con la conversación. Quiere contar su proceso personal, “porque es mi historia y es mi verdad”, dirá. “Y también para sacarle el peso del tabú a la homosexualidad”.
–Decías que bailar te cambió la vida, ¿por qué?
–Divorciarme del padre de mis hijos fue muy doloroso. Estaba sola, lejos de mi familia y mis hijos eran chicos. Hacía tiempo que quería hacer algo para mí y alguien me había dicho que el pole-dancing no sólo era divertido, sino que además era un gran entrenamiento físico y la comunidad de bailarinas era abierta y empática. Ya en la primera clase, dije: “Esto es lo mío”.
–¿Por qué te pareció que era lo tuyo?
–Fue una reacción instintiva. A lo largo de las sucesivas clases, sentí una conexión, un amor y una admiración por mi cuerpo que no había tenido antes. Entendí que a través del baile uno puede expresar lo que no puede decir con palabras. Ahora, de hecho, estoy haciendo un proyecto de fotografías titulado The healing power of dance (en castellano, El poder sanador de la danza). Son historias de mujeres que sanaron sus traumas a través del baile.
–¿Tu divorcio fue traumático?
–Fue muy duro. Si bien hoy tengo una gran relación con el padre de mis hijos, fue difícil para mí romper con un proyecto de vida en común. El baile me rescató de ese dolor y me permitió resetearme. Fue un antes y un después: a medida que bailaba, me sentía cada vez más viva, más consciente de mi cuerpo y de mis sentimientos. Sin buscarlo, fui ordenando todos los aspectos de mi realidad. Volví a definir quién era, qué quería, dejé de trabajar como una loca, me acerqué a mi madre, a mi hermano y a mi padre, profundicé aún más el vínculo con mis amigas y empecé a disfrutar de estar sola y libre.
–Bienvenida la crisis, entonces.
–Es que no entendés la felicidad que empecé a sentir gracias al baile. Fue un período de grandes cambios. Un big-bang, visto desde ahora. Me decían: “Tengo un amigo que está soltero y quiere conocerte” y yo, cero interés. Estaba en un trip conmigo misma.
–¿Cuánto duró ese viaje?
–Fueron siete años que me dediqué a mí misma. Durante ese tiempo, completé el profesorado de tango y empecé a dar clases a principiantes, hice un curso de joyería y me bajé del vértigo de la moda. Yo hacía y vendía cuatro colecciones de ropa al año a Bloomingdale’s, Saks y Barney’s. Me cansé de las entregas y de correr para los clientes. Abrí mi página web y cambié mi plan de negocio. Ahora diseño la ropa que me gusta a mí cuando yo quiero y sumé una colección de joyas. Tengo mi grupo de clientas y me manejo de boca en boca.
–¿En qué contexto conociste a Maryam, tu pareja?
–Cuando me empezaron a dar ganas de volver a tener una relación amorosa, me di cuenta de que ya no me atraía la idea de tener una relación con un hombre. Salía con un chico y no me pasaba nada. Había algo del encuentro hombre-mujer que ya no iba. Y elegí escuchar esa voz interna, que me decía que quizá debía salir con una mujer.
–Entre que escuchaste tu voz interior hasta que actuaste, ¿cuánto tiempo pasó?
–Me llevó tiempo admitirlo. No fue que dije: “Bueno, dale”. Tuve que hacer un proceso, fueron dos años de dudas, de “Ay, me da cosa”, de “sí, pero…”. Hasta que un día me animé y le escribí a Maryam [Se ríe].
–¿Se conocían?
–Sí, nos conocíamos desde hacía once años. En su momento no me atrajo, pero me acuerdo de pensar que era canchera, linda. Habíamos quedado en contacto a través de las redes sociales y le mandé un mensaje por Instagram. Al principio, éramos amigas y salíamos a comer.
–¿Eran amigas que flirteaban?
–Había un flirteo, pero seguía siendo una amistad. Eso es lo que me gusta de estar con ella: es una dinámica distinta a la de estar con un hombre. Hay mayor compañerismo, o al menos así lo siento yo.
–¿Y cómo es salir con una mujer?
–No puedo hablar en líneas generales porque cada una de mis relaciones fue distinta, también las que tuve con hombres. Con Maryam nos divertimos, nos cuidamos mucho y hay un entendimiento a nivel espiritual. Es como si realmente habláramos el mismo idioma.
–¿Ella te ayudó a adueñarte de tu nuevo deseo?
–Cuando empezamos a salir, yo ya estaba convencida. Ya les había contado a mis amigas que quería salir con una mujer. Es más, en la primera cena me dije a mí misma: “Quiero ser la novia de Maryam”. Y desde que estamos juntas nunca estuve en conflicto con estar con una mujer.
–¿A quién le contaste primero de tu familia?
–A mis hijos. Les dije que nos teníamos que sentar a charlar, pero porque estaba saliendo con alguien, no porque ese alguien fuera una mujer.
–¿Cómo se lo tomaron?
–Re bien. Son de otra generación, nacieron en los Estados Unidos, les da igual que mi pareja sea hombre o mujer. Mi hija la adora a Maryam y mi hijo también, aunque él está en una edad en la que habla poco.
–¿Y Tini, tu madre, cómo se tomó la noticia?
–Al principio se sorprendió. No se lo imaginaba ni loca, pero después tuvo una actitud muy natural. Tampoco esperaba, ni quería, que me dijera: “¡Qué espectacular!”. Se lo tomó como yo hubiera querido. Después de contárselo a ella, hablé con mi hermano y con mi medio hermana y tanto a ellos como a mamá les pedí que se lo contaran a sus amigos.
–¿Por qué?
–Porque no quería que fuera un secreto, un tabú. Por eso, cuando me ofreciste hacer este reportaje, acepté. Quizás, haya personas que se sientan identificadas con una historia como la mía, que tal vez fueron criadas en una sociedad muy tradicional, como yo. Puede inspirar a que se animen a romper con los mandatos y a ser felices como sea.
–¿Te asumís gay?
–Si tuviera que definirlo, te diría que me considero gay, en el sentido de que no tengo interés en volver a estar con un hombre, pero en el futuro no sé.
–¿Cómo te sentís desde que estás con Maryam?
–Nunca me sentí más amada, más deseada y más plena desde que estoy con ella. Siempre fui muy femenina en mi manera de ser y hasta ahora, nadie había apreciado esa parte mía como Maryam.
LLEGA LA MADUREZ
El próximo 20 de septiembre, Cecilia cumplirá 50 y planea festejar su cumpleaños en París, con su amor. Dice que ya desde hace unos meses asume su nueva edad. “La juventud está buenísima, pero la edad y el paso del tiempo también tienen su encanto”, sentencia, sin prejucios.
–¿Qué te permitió la edad?
–En mi caso, los años me dieron seguridad y me permitieron dejarme de preocupar por cosas que no valían la pena. No es tanto el hecho de cumplir los 50, sino la madurez, que puede llegar en cualquier momento de la vida. Con el tiempo, aprendí a priorizar lo que es realmente importante y eso me dio muchísima paz. Me encanta cómo una se pone cada vez más selectiva y empieza a darle espacio sólo a lo que le hace bien.
–¿Qué querrías para tus próximos años de vida?
–Me gustaría seguir siendo tan feliz y tan libre como me siento hoy. Estoy en una muy linda etapa de mi vida. Mi gran deseo es tener la bendición de seguir tan plena como ahora.
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