En la intimidad de su mundo privado, recuerda sus inicios en la moda, revela cómo se abrió paso en ese universo competitivo y habla de sus proyectos más personales
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La elección cromática, la sofisticación de lo simple y la prolijidad “de revista” que impera en cada rincón de este departamento de Belgrano hablan por sí solas de su dueña, Camila Romano (35). “Tanto mi marido, Jaime, como yo somos muy exigentes y muy detallistas, así que fue un gran desafío como pareja este proyecto. Recién estamos terminando de decorar, todo en una paleta que nos encanta. Para mí es fundamental que tanto mi casa como mi atelier me identifiquen”, le cuenta a ¡HOLA! Argentina la diseñadora, mientras convida café y una serie de exquisiteces. “Cuando nos casamos, en febrero de 2017, decidimos hacer un viaje de tres meses, cerramos el departamento en el que estábamos y nos fuimos por un mes a Corea y Japón, otro mes recorrimos desde Los Ángeles a Vancouver en auto, y el último mes nos instalamos en Nueva York porque, aunque es una ciudad carísima para vivir, quería sentir un poco de esa experiencia. Cuando volvimos a Buenos Aires, nos instalamos en un departamento temporario porque habíamos visto este, que nos encantó, pero teníamos que hacerle mucha obra para que quedara como realmente lo soñábamos. Una de las cosas que más nos gustaron es que está en una zona donde me crie y, sabiendo que yo querría ser mamá, deseaba que la mía estuviera cerca cuando eso pasara”, cuenta Camila.
–Tu sentido de la estética viene de familia…
–Claro. Mis abuelos, Alberto y Cuca Romano, fueron los primeros en meterse en el mundo de la moda cuando abrieron, hace más de cincuenta años, la boutique Cravall, en Recoleta. Después papá y mi tío siguieron con la boutique. Y yo crecí entre sus percheros y depósitos.
–¿Qué recuerdos tenés de esa infancia entre percheros?
–Muchos y muy lindos. Me acuerdo que me probaba la ropa y miraba fascinada las prendas, tal como hoy hace mi hija Franca (3) cuando viene al local. Ya más grande, hacía ferias con lo más vintage en el departamento de mi tía. Fue muy lindo, además, haber tenido con los años la oportunidad de trabajar en cada una de las áreas de la empresa.
–¿También cosías?
–Sí, aprendí a los 12 años y lo primero que hice fue ropa para mis muñecas. Después, cuando estudié Diseño de Indumentaria en la Universidad de Palermo, sumé muchas herramientas de moldería y mucha técnica, más allá de lo que ya traía con toda esta familia dedicada a la indumentaria.
–¿Tener esa historia familiar fue una presión?
–[Piensa]. Lo que me dio fue más ganas de encontrar mi propio camino.
–¿Les pedías consejo a tus padres?
–Mamá, que hoy cuida a mi hija y asesora en la parte administrativa a papá, era chef. Trabajó en el Hotel Alvear haciendo catering y tuvo su propio restaurante, Peck, en Quintana y Ayacucho, durante años. Más bien era mi abuela la que me abría las puertas de los depósitos y de ese mundo. También pude viajar mucho al exterior, experimentar el rubro desde ese lado, yendo a las ferias y conociendo a los diseñadores. Cravall trae marcas italianas, francesas, y yo iba, por ejemplo, al parque industrial en Boloña a ver cómo estaba la producción. Después, en la etapa de la facultad, trabajé un tiempo con un profesor de la UP, Gustavo Lento Navarro, con él hice la carrera y me sumó la parte de diseño de autor, porque yo venía de estar enfocada más en lo comercial. Entonces, fui entendiendo los cuerpos, cómo embellecerlos, qué pretenden las mujeres de quien les está vendiendo los vestidos.
–Calculo que no debe haber sido fácil abrirte sola…
–Me costaba decirle a mi papá “me quiero ir de la empresa”. Entonces organicé un viaje larguísimo, de seis meses, y me fui a India y al Sudeste Asiático de mochilera. Siempre fui muy independiente, tengo una hermana melliza, Agustina, y otra menor que vive en Tel Aviv y es chef. Le dije a papá que le buscaba una gran gerenta y me fui. Arranqué por Kuala Lumpur y seguí por Bali, Tailandia, Vietnam, Camboya, Laos, Hong Kong, y terminé tres meses en India.
–¿Fue un viaje espiritual?
–Fue un viaje para encontrar mi camino, cero yoga, pero sí de mucha espiritualidad. Cuando volví trabajé haciendo prendas para otras marcas. Hasta que me di cuenta de que quería más. Hice un par de vestidos, ya había conocido a mi marido y él me dio el empujoncito para animarme. Le pedí un préstamo a mamá que fui devolviendo y alquilé un local en la Promenade [una de las más elegantes galerías de Buenos Aires]. Al principio, no me animaba a poner mi nombre, así que le puse Fiesta. Desarrollé una línea de vestidos de novia ready to wear que acá no existía. Me ayudó estar en la galería porque ahí podría descubrirme alguien que fuera en busca de una joya u otra cosa y pasara por delante de mi local. Cuando llegó la pandemia fue un momento muy emocional porque trabajo con un equipo grande de mujeres. Destaco que un mes antes fui mamá, así que pude estar ese año con mi hija.
–¿Le diseñaste algo?
–Todavía no, pero a Franca le encanta lo que hago y cada vez que hago un desfile viene a saludar y me trae flores. Toda mi familia me acompaña mucho. Cada paso que di lo hice con el apoyo de mi equipo, pero sola. Y ahora, en abril pasado, inauguré mi nueva tienda, con más visibilidad, sobre la avenida Alvear. Mi sueño es que mi marca en algún momento tenga presencia internacional.
–El año pasado hiciste, por ejemplo, los dos vestidos de novia de Florencia Peña. ¿Cómo fue la experiencia?
–Lindísima. Con Florencia nos pusimos de acuerdo entre lo que ella quería y lo que yo hago como diseñadora. Fue un trabajo en equipo y un gran desafío porque es una figura muy conocida, con millones de seguidores. Quedé muy contenta, de hecho muchas veces vienen y me piden el vestido de Flor. Habíamos trabajado juntas en los Martín Fierro, la ceremonia para la que este año vestiré a Laurita Fernández, Dominique Metzger y Flor Suárez [la mujer de Andy Kustnezoff].
–¿Es más difícil trabajar para una famosa?
–No hago diferencias, doy lo mejor de mí en todos los casos, aunque cada uno es un aprendizaje diferente. También trabajé con Elena Roger, Liz Solari, Dafne Cejas, la DJ SRZ, Stefi Roitman, Paula Lamarque y ahora le hice un vestido a Valeria Mazza, que estoy esperando ver en qué ocasión lo usa. Todas ellas me suman experiencia en diferentes cosas y me sirven para crecer.
–Más allá del trabajo, ¿qué te desconecta?
–Pasar todo el tiempo que puedo con mi hija. Y soy fanática de los caballos. Pensaba que los deportes ecuestres eran elitistas y no me animaba, pero lo hice. Antes iba cuatro veces por semana y ahora estoy empezando a saltar. Quizás un día tenga mi propio caballo y una chacra. También voy al gimnasio, me encanta cuidarme la piel: soy del team natural y no tomo sol desde los 12 años, uso cremas, tomo agua, como saludable –aunque no me gusta tanto cocinar– y soy organizada: me gusta saber qué viene después.
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