El artista y la aristócrata dieron el sí en Venecia hace 50 años, en una romántica ceremonia que marcó una época
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El popular artista y la periodista acaban de cumplir 50 años de casados: Raphael (79) y Natalia Figueroa (81) dieron el “sí, quiero” el 14 de julio de 1972 en Venecia, en una boda que marcó época. Y celebraron estas cinco décadas de felicidad rodeados del cariño de sus tres hijos, Jacobo, Alejandra y Manuel, y de sus ocho nietos, Nicolás, Julia, Manuela, Carlos, Jorge, Manuel, Gonzalo y Jaime. Pero su fascinante y duradera historia de amor empezó cuatro años antes.
YO SOY AQUEL
Se conocieron en 1968, en una entrega de premios de Radio España en el Teatro de la Zarzuela. Él recibía el galardón y ella se lo entregaba. Por ese entonces, Raphael ya era un cantante consagrado en España y América Latina y Natalia, una periodista de trayectoria en gráfica y en televisión con varios libros publicados, nieta del conde de Romanones e hija del marqués de Santo Floro. Pero no hubo flechazo inmediato como en el cine. O al menos no fue mutuo: él quedó fascinado con Natalia, que era bella, elegante y simpática, pero a ella el artista le resultó desagradable y algo pedante. Y como en ese evento nadie los presentó, Raphael se le acercó y le pidió el teléfono. Y ahí mismo comenzó un cortejo romántico que terminó enamorando a la aristócrata: en pocas semanas estaban de novios. Los primeros tiempos de la relación la pareja debió vencer varios obstáculos y diferencias, porque Raphael venía de una familia muy humilde –su padre era albañil y su madre trabajaba en lo que encontraba– y Natalia era una dama de la alta sociedad vasca. Pero los años dejaron en claro que lo suyo iba en serio y que se iba a imponer con la fuerza de los amores que todo lo pueden: cuatro años después de su primera cita –y con la aprobación de la familia Figueroa–, sellaron su love story con un casamiento histórico. Y se convirtieron en un matrimonio que desafió prejuicios y expectativas.
En 1973, nació su primer hijo, Jacobo. Un año más tarde llegó Alejandra y, en 1978, Manuel, el benjamín de la familia. El intérprete de “Escándalo”, que lleva seis décadas sobre los escenarios –un auténtico recordman cuya longevidad en escena sólo es superada por Tony Bennett y los Rolling Stones– es consciente de que todo lo que consiguió en su larguísima carrera se lo debe, en gran medida, a la incondicionalidad de Natalia: “Esta aventura sin mi mujer hubiera sido imposible”, dijo hace poco, y también que la mujer que tiene al lado resultó clave en la dinámica familiar: “Es una madre maravillosa”, la definió.
LA BODA DEL AÑO
Ese mes de julio de 1972, la expectativa por el enlace del Divo de Linares era total, pero los novios no querían convertir su gran momento “en un espectáculo de masas”. Las fans de Raphael montaban guardia día y noche en la puerta de su casa de Madrid, y hasta le llegaban cartas con amenazas. Así que los pormenores y detalles del evento se convirtieron en información que manejaba sólo el círculo íntimo de la pareja y, con un mes de anticipación, se armó un operativo de película policial: la lista de los participantes, la fecha y el lugar de la ceremonia eran un secreto guardado bajo siete llaves (algunos medios llegaron a contratar detectives para conseguir información). Cuando llegó el tan esperado día, los invitados se subieron a un avión sin conocer su destino. Algunos volaron a París, otros a Roma, hasta que finalmente todos se encontraron en Venecia, adonde también habían aterrizado periodistas y fotógrafos de todo el mundo porque los detalles de la boda “secreta” se habían filtrado. “Quiero casarme con todos los tópicos: enamorada, en Venecia y después de dar un romántico paseo en góndola”, le pidió Natalia a Raphael, y él accedió: agarrados de la mano y a bordo de una góndola, surcaron las aguas del Gran Canal hasta el Puente de los Suspiros. Finalmente, a las 19 horas del 14 julio –superados los temores de que una lluvia torrencial les arruinara los planes– comenzó la ceremonia en la iglesia de San Zacarías (inundada de flores blancas), cercana a la Plaza de San Marcos.
El novio dejó el hotel donde se alojaba diez minutos antes y llegó a la iglesia en una pequeña embarcación. La novia, en cambio, prefirió ir a pie: enfundada en un espléndido vestido de piqué blanco inspirado en los trajes de faralaes andaluces que le habían confeccionado las modistas Herrera y Ollero, Natalia se mezcló entre los turistas camino al altar. Junto a ellos, los padrinos, el marqués de Santo Floro, padre de Natalia, y Rafaela de Martos, madre de Raphael; a ambos lados, los testigos, y en los bancos, los invitados. Los casó el padre José Zenobio, colector general de la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, de México, que voló especialmente a la ciudad de los canales para la ceremonia. Tras la firma del acta matrimonial, Raphael y Natalia abandonaron la iglesia a pura sonrisa y en la puerta no faltó la lluvia de arroz. Después ofrecieron cóctel y cena en el hotel para sus invitados. Según confesó la novia a ¡HOLA! más tarde, estaba “muy feliz”, pero hubo un instante en el que creyó que Raphael iba a dar la sorpresa. “Fue cuando el padre dijo: ‘Voy a entonar el Aleluya. Por favor, síganme’. En ese momento, miré de reojo a Raphael, creyendo que iba a arrancar a cantar…”.
EL SECRETO DE UN MATRIMONIO EXITOSO
En muchas ocasiones le preguntaron al cantante cuál era la fórmula para que un matrimonio durara toda la vida. Y él dio varias pistas. “Natalia ha sido siempre y es una maravillosa mujer, de una inteligencia muy alta, divertida, muy cariñosa, y como madre realmente espectacular. Y lo demás lo he llevado yo. Yo aporto en casa alguna diferencia, el sentido del humor… Además, mi mujer es muy independiente, ella siempre va en su coche, quedemos en donde quedemos. Nunca dejó que yo la lleve”.
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