Claudia Villafañe, la mujer con la que se casó y tuvo a “las nenas”, Verónica Ojeda y el nacimiento de Dieguito Fernando y Rocío Oliva, su relación más escandalosa
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Diego tenía 16 años cuando conoció a Claudia. Lo contó, con lujo de detalles, en su biografía, Yo soy El Diego: “Ya estaba instalado definitivamente en la casita de la calle Argerich, con toda mi familia. Era una típica casa de barrio, propiedad horizontal. Nosotros vivíamos al fondo y adelante estaba la familia Villafañe: don Coco, taxista y fanático de Argentinos, doña Pochi, ama de casa, y... la Claudia. Creo que nos empezamos a mirar desde el primer día, cuando me instalé ahí, en octubre del 76. Ella me miraba por la ventana cada vez que yo salía y yo me hacía el boludo, pero siempre la relojeaba. Eso sí: recién me le animé casi ocho meses después. Exactamente el 28 de junio de 1977. Fui a bailar a un clásico del barrio: el Social y Deportivo Parque. Ahí, sobre las baldosas de la cancha de papi, las mismas en las que jugaban todos los monstruitos que después terminarían en Argentinos, se armaban unos bailongos bárbaros. Después de las dos de la mañana empezaban los lentos y ese era el gran momento. Yo estacioné mi Fiat 125 rojo en la puerta y me mandé... Ella estaba adentro, con sus compañeras del colegio, iba al quinto año comercial. Los dos sabíamos que nos espiábamos, así que apenas la cabeceé, aceptó. Justo, justo en el momento en que empezamos a bailar, ni nos habíamos saludado todavía, meten el tema “Yo te propongo”, de Roberto Carlos... ¡Espectacular! Me ahorró todas las palabras, que justamente no me sobraban. A partir de ahí, a partir de ese momento exacto, somos El Diego y La Claudia”.
Tras doce años de amor y dos hijas –Dalma Nerea (1987) y Gianinna Dinorah (1989)– el 7 de noviembre de 1989 sellaron su love story con una boda fastuosa, excéntrica y millonaria, marcada por la misma desmesura que tenía la vida de Diego: mil doscientos invitados en el Luna Park –la lista incluía a todo el plantel del Napoli, que llegó a Buenos Aires en un vuelo chárter pagado por Maradona–, en cuyo centro se armó un escenario de ocho metros de altura para los recién casados, con una monumental araña central de doce mil bombitas y cortinas que simulaban cascadas. El casamiento pasó a la historia como “la boda del siglo” –costó dos millones de dólares–, recorrió el mundo y es recordado por la opulencia y el lujo.
CEREMONIA RELIGIOSA
El “sí, quiero” lo dieron en la iglesia del Santísimo Sacramento de Buenos Aires. El vestido de la novia, responsabilidad de Elsa Serrano, resultó digno de una princesa: demandó ochocientos cristales de roca, mil quinientas piedras preciosas y cinco kilos de canutillos de cristal. Además, Claudia lució una tiara de diamantes y perlas engarzadas de oro blanco. A las doce, los flamantes marido y mujer hicieron su ingreso triunfal al Luna Park al ritmo del Himno a la Alegría, de Beethoven.
Ciento cincuenta mozos hicieron el servicio. Lo que la mayoría de los invitados recuerda –entre otros estuvieron Susana Giménez, Fito Páez, Mauricio Macri y el entonces presidente Carlos Menem– es la torta de bodas de ocho pisos (Diego y Claudia la cortaron subidos a una escalera), con cien cintas blancas que sujetaban noventa y nueve anillos de oro amarillo y un anillo con diamantes. A las siete de la mañana los novios dejaron el estadio y, unas horas después, abordaron un jet privado rumbo a Capri con sus hijas.
LOS MALOS TIEMPOS
A lo largo de los años, Diego siempre estuvo acompañado de una mujer. Pero Claudia Villafañe fue la única con la que se casó, la que más lo amó, lo cuidó y lo perdonó, y de la que él mismo hablaba como el amor de su vida. Instalados en Napoli y mientras estaba embarazada de Dalma, Claudia se enteró por televisión que Diego se había convertido en padre de Diego Junior, fruto de su relación con Cristiana Sinagra, y le costó mucho recuperarse de ese golpe. Para 1998, la distancia en la pareja era cada vez mayor, y él dejó la casa matrimonial. En 2003 se separaron y, desde entonces –y pese a que Diego intentó reconquistarla por todos los medios, incluso por televisión–, Claudia eligió seguir su vida lejos del argentino más amado. “Ella es una madre ejemplar, yo soy el único culpable de todo esto. Sigo enamorado de Claudia, pero no pude manejar una situación que ella no merecía”, llegó a decir el 10. En los últimos años, se enfrentaron en durísimas batallas judiciales por el manejo del dinero del astro pero, a la hora de la despedida final al mejor futbolista de todos los tiempos, al ídolo de multitudes, al hombre, al padre de sus hijas y, seguramente, el amor de su vida, ella se repuso al dolor, a las mezquindades y las diferencias, y volvió a estar a su lado: se encargó de los arreglos fúnebres, tomó decisiones para protegerlo y lo acompañó –con su bajo perfil de siempre– hasta el lugar de su descanso definitivo.
VERÓNICA OJEDA: UNA PASIÓN INTERMITENTE A LO LARGO DE DIEZ AÑOS
Fue la primera relación estable de Diego Maradona después de separarse de Claudia Villafañe. Tuvieron un hijo –Dieguito Fernando–, y pese a los desencuentros y reproches cruzados, ella se mostró incondicional cada vez que él la necesitó a su lado.
La relación de Diego Maradona y Verónica Ojeda estuvo llena de contrastes: amor, odio, embarazos perdidos, reproches, abandonos, reencuentros, el nacimiento de Dieguito Fernando y vuelta a empezar. En los diez años que estuvieron juntos –se conocieron en 2005, en el casamiento de unos amigos en común de Villa Fiorito–, Verónica fue una suerte de nueva versión de Claudia: de origen humilde y perfil bajo, dejó todo para estar con él: “Mi vida era él y todo el mundo sabe cómo estaba Diego. Cambió un montón, era casero y no salía para nada. Cuando lo conocí salía todas las noches”, contó ella más tarde. Y también fue la vuelta al barrio en el que nació, la vuelta a Fiorito, a aquel Diego del comienzo, cuando todo era futuro. Pero, además, después de muchos romances que se terminaron rápido, Verónica fue la primera relación larga y estable, la que pasó a ocupar el lugar dejado por Claudia Villafañe. Pese a que Ojeda lo acompañó en varios momentos complicados para la salud del futbolista –cinco internaciones, algunas de meses, además de sus problemas por exceso de peso–, casi no se mostraban en pareja y un inquebrantable silencio rodeaba la relación. Recién en el Mundial de Sudáfrica 2010, cuando él era el DT de la Selección Nacional, se los vio juntos.
EL NACIMIENTO DE DIEGUITO FERNANDO
En 2010, Verónica Ojeda perdió un primer embarazo que le hacía mucha ilusión, y Diego, que se encontraba en San Juan, corrió para estar a su lado. En 2012, durante una crisis de la pareja, ella contó que estaba otra vez embarazada, pero el Diez ni se inmutó y se fue a Dubái. “A Diego no le gustó cuando le dije que estaba embarazada. No estaba alegre. Me abandonó y se fue a Dubái enojado”, dijo Verónica al año siguiente. El 14 de febrero de 2013 nació Dieguito Fernando en ausencia de su papá, que ya se desempeñaba como embajador deportivo en Dubái.
Cuando conoció a su hijo, varios meses después, su corazón tenía nueva dueña: Rocío Oliva (el que sí lo reconocía y lo visitaba era don Diego, el padre del astro). En 2014 tuvieron un reencuentro en Buenos Aires que derivó en otro embarazo (ella perdió el bebé a las catorce semanas), en 2016 el pequeño Dieguito Fernando tuvo que ser operado y pasó varias complicaciones de salud, siempre con Maradona ausente (las que se acercaron a Verónica Ojeda fueron Claudia Villafañe y Gianinna Maradona, preocupadas por Dieguito). Como también estuvo lejos el día del bautismo y en sus primeros cumpleaños. En las fiestas de fin de año de 2017, Diego Maradona viajó de México a Buenos Aires –donde era el DT de Dorados de Sinaloa, un equipo de la segunda división– y se reencontró con su hijo menor que, tras haber sido diagnosticado con TEL (Trastorno Específico del Lenguaje), por primera vez lo llamó “papá”. El contacto y el amor de su padre resultó fundamental para el tratamiento, razón por la que Diego decidió regresar a México acompañado por Verónica Ojeda y su hijo, aunque él mismo se encargó de aclarar que “Verónica está acá como madre de Dieguito. Nuestra relación se terminó”. Lo cierto es que, hasta el fatídico 25 de noviembre, la rubia de Fiorito y el pequeño se mantuvieron siempre cerca de él. Pocos días antes de morir, como si supiese qué sucedería, Diego mandó un mensaje de audio a Mario Baudry, actual pareja de Ojeda. “Hola, Mario, habla Diego, sé que te parecerá increíble esto pero la veo bien a Vero, me dijo que está con vos, cuidala mucho, y de paso me cuidás a mi ángel que no tiene parangón con nada. Mirá que yo tengo un montón de hijos pero este me va a sacar la última cana. Un abrazo”.
ROCÍO OLIVA: UNA RELACIÓN SIGNADA POR LAS IDAS, LAS VUELTAS Y LOS ESCÁNDALOS
Fue su última pareja formal. Entre idas y vueltas, estuvieron juntos poco más de seis años. El encuentro entre Diego Maradona y Rocío Oliva fue cosa del destino: corría 2012, ella había viajado a Mar del Plata para ver un Superclásico (es fanática de River, incluso llegó a jugar en el equipo femenino de la primera división de ese club) y, mientras estaba en la puerta del Hermitage, llegó Diego.
A pesar del revuelo que se armó alrededor, el Diez quedó cautivado por esa rubia que vio a lo lejos y, tras un rápido guiño de ojos, una vez adentro del hotel pidió a su entorno que la ubicara. Y dio con ella (¡por supuesto!) que entonces tenía 20 años. Un mes después, él le mandó flores. Tuvieron una buena primera cita. Para volver a verla, Diego le propuso: “¿Querés ir a la Torre Eiffel o a ver el partido de la Champions entre el Barcelona y el Real Madrid?”. Terminaron viendo el partido de fútbol, claro. La relación se afianzó recién dos años después, cuando se mudaron jun - tos a Emiratos Árabes, donde Diego desarrolló su carrera como director técnico. Se mostraban enamorados, jugaban juntos al fútbol y al tenis, y hasta se comprometieron en Roma, con fiesta y todo, en febrero de 2014. Sin embargo, pocas semanas después tuvieron una pelea feroz. En medio de rumores de separación, Rocío voló a Brasil, donde ella aseguró que se reencontrarían porque estaban reconciliados. Sin embargo, regresó sola a Argentina. Apenas puso un pie en Ezeiza fue apresada por Interpol: Maradona la había denunciado en los Emiratos Árabes por la desaparición de joyas y otras pertenencias de su casa en Dubái. Hasta llegó a vincularla con el incendio que sufrió la casa de su padre, don Diego, en Villa Devoto, en julio de ese mismo año.
Al poco tiempo, la atención mediática recayó sobre el crack con un confuso episodio de violencia de género, que ambos, cuando las aguas se calmaron entre ellos, aseguraron que se trató de un malentendido. Si bien hubo infinidad de idas y vueltas entre ellos (entre otros puntos álgidos, ella no tenía buena relación ni con Dalma ni con Gianinna, las hijas mayores de Maradona), la separación definitiva llegó en diciembre de 2018, cuando Rocío echó a Diego de la casa que él le compró en Bella Vista. “Fue muy duro separarnos, pero al mismo tiempo necesitaba hacer mi propio camino”, le dijo a ¡HOLA! en julio de este año la periodista y panelista. De todas las ex parejas de Diego, fue a la única a la que no se le permitió despedirlo en la intimidad.
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