Luego de conquistar la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Tokio, comparte una tarde de diversión con su hijo Bautista (8) y habla de su camino hasta alcanzar el éxito
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Su destino estaba escrito. Belén Succi (35) nació en una familia en la que el deporte era costumbre. Sus padres siempre la incentivaron a realizar actividad física y así fue como conoció la natación, el handball y, finalmente, el hockey. Al igual que lo había hecho su mamá, Belén eligió el puesto de arquera, y desde los 16 años defiende el arco de la Selección Nacional, con las Leonas. Gracias a su destacada actuación, el equipo alcanzó la medalla de plata en los últimos Juegos Olímpicos en Tokio, pero Belén no sólo es una deportista de élite, también es una mamá amorosa y docente por vocación. “Tuve la suerte de ir a un colegio que entendía mi pasión, y eso me ayudó a continuar con mis estudios en paralelo a la carrera. Por eso, hoy también soy feliz siendo profesora allí”, nos dice durante una tarde de juegos y paseos con su hijo Bautista (8), su gran compañero.
–Tu familia habrá ocupado un rol muy importante en tu camino.
–Tuve mucho sostén por todos lados, desde lo social hasta lo económico, porque ser arquero tiene un costo muy alto, y por suerte el Club Atlético de San Isidro (CASI), mis compañeras de seleccionado y mis papás, que se desvivían trabajando, me ayudaron a comprarme todos los materiales y a pagarme los viajes, lo que me permitió soñar en grande. Cuando uno no tiene ese sostén económico, muchas veces empieza a dudar si los sueños se pueden hacer realidad, y a mí me ayudaron mucho para que así sea. Se los debo todo a ellos.
–¿En algún momento pensaste en un plan alternativo?
–Papá es remisero, nunca pudo estudiar ninguna carrera porque tenía que salir a trabajar, entonces en casa el estudio siempre fue prioridad, más allá de la pasión por el deporte. Me incentivaron a tener un título, y ni bien terminé el colegio, empecé a trabajar como profesora de Educación Física, estudiaba y también entrenaba. Siempre me interesó mucho la docencia, estudié en el Profesorado de San Fernando y, a pesar de que me llevó mucho tiempo, pude obtener el título.
–¿Es muy difícil tener una vida familiar y, a la vez, dedicarte al deporte de alto rendimiento?
–Tenés que tener todo organizado. A mí me cuesta, pero sé que me tengo que levantar siempre a la misma hora, llevar a mi hijo al colegio, después entrenar, ir a trabajar, darle de comer... Trato de tener un orden para poder cumplir con todo. Estoy separada del padre de Bauti, pero tenemos una muy buena relación, y al ser los dos docentes tratamos de manejar todo con diálogo y enseñanza.
–¿Cómo sos como mamá?
–Con Bauti tenemos un vínculo en el que nunca falta la comunicación. No lo reto de mala manera ni soy de pegar gritos. Él tiene los límites muy marcados con el ejemplo más que con la imposición y es consciente de que mamá se esforzó mucho para ir a un juego olímpico.
–Contaste que la cuarentena te costó mucho.
–Los tres primeros meses vivimos solos en casa y no era fácil entrenar entre cuatro paredes, trabajar como docente virtual, ordenar la casa y también educar a mi hijo. Tuve mis crisis y él me vio llorar. Le dije: “Mamá no puede más”, y creo que eso fue buenísimo para su enseñanza, porque sabe que no soy una superheroína. Al igual que él, tengo mis sueños y nos tenemos que apoyar como familia.
–Si te dice que quiere ser deportista de alto rendimiento, ¿qué le dirías?
–Tiene que ser libre y feliz. Tomará sus propias decisiones en la vida y nosotros, como padres, estaremos atrás para acompañarlo en lo que quiera. En el camino se va a equivocar, como me sigue pasando a mí, pero ahí vamos a estar. Sólo le exijo que tenga una carrera, un título en el futuro.
–La última medalla de plata que ganaron en Tokio se la dedicaste a él, con lágrimas en los ojos.
–Exploté de cansancio. Fue un año y medio de pandemia en que lo psicológico me llevó a puntos límites. Muchas concentraciones y viajes sin mi hijo, y a su vez, siendo yo su sostén… Por eso, cuando recordaba todo lo que atravesé para llegar ahí, no pude contener el llanto. Valió la pena, lo logramos como familia. Esa medalla fue un aprendizaje de vida, para la que atravesamos muchas situaciones difíciles, ausencias de mamá y un estrés familiar muy grande, pero dio sus frutos y valió la pena. Espero que a él le quede ese ejemplo. La medalla queda guardada, pero el camino que recorrimos y lo que vivimos juntos vale más que cualquier medalla que tengo guardada. Hoy no pienso en el retiro. Me lo voy a plantear más adelante y veré qué tengo para darle al Seleccionado. Si no tengo la misma pasión, tendré que dar un paso al costado.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola @joaquinamakeup_
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