En una charla emotiva, abre su corazón y evoca al querido actor, su compañero en la vida y en el escenario
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Antes de entrar, un vecino se acerca al equipo de ¡HOLA! y pregunta: “¿Vienen a lo de Bonin? Él era un grande. Una pareja muy linda, buena gente los dos”. Una vez adentro nos recibe Susana Cart, compañera de Arturo Bonín en la vida y el escenario durante cuarenta y cuatro años. Pasó menos de un mes desde que el actor “se fue de gira” (murió el 15 de marzo, a los 78 años, de cáncer de pulmón) y ella acepta hablar –varias veces lo hará en tiempo presente– para honrar el amor que los unió. “Hay parejas que sobreviven. En cambio, nosotros estábamos más enamorados que el primer día. Siempre nos decíamos que nos hacíamos mejores al estar juntos. Eso era un gran sostén de la pareja”, arranca la actriz.
–¿Cómo se conocieron?
–Fue en el 71. Yo formaba parte de un grupo de teatro cuya cabeza era Raúl Serrano y Arturo era parte de otro grupo que hacía teatro en escuelas. Los dos éramos muy activos de la Lista Blanca de la Asociación Argentina de Actores, pero no nos conocíamos. Un día le pidieron que me trajera unos volantes al Payró y él cuenta que me vio dando órdenes y me odió. Después la vida hizo que nos asociáramos en el Teatro del Centro, donde estábamos los dos grupos. Él era encargado de la parte técnica y yo, de lo administrativo. Nos peleábamos muchísimo porque él me pedía plata y yo no le daba porque no alcanzaba. Así pasaron catorce años. En el medio, cada uno hizo su vida. Yo estaba casada y tuve a mi hija, Julieta. Al año siguiente se casó Arturo, y tuvo a Mariano. Después, los dos nos separamos y seguimos siendo compañeros. Él era muy lindo, el galán, y todos compraban esa imagen. Pero yo, a través de nuestras charlas, descubrí a la persona apasionante detrás del galán. Siempre fue muy culto y autodidacta, aunque no terminó la secundaria. Él estudiaba Química para la alimentación, le fue mal y un día abandonó el colegio. El padre le preguntó qué quería hacer, y cuando le respondió que quería ser actor, lo llevó al médico para que lo curaran… Ya separados, empezamos a vernos de otra manera y comenzamos a salir. Nos daban dos meses.
–¿Por qué?
–Chocábamos mucho. Pero al año nos fuimos a vivir juntos, estábamos muy enamorados. Éramos una pareja dependiente y a la vez independiente. Yo tuve siempre mis actividades. Soy parte de Teatro por la Identidad desde hace veintiún años, trabajamos con Abuelas de Plaza de Mayo, soy tesorera además de una de las fundadoras. También tuve algunos emprendimientos comerciales, aunque me fue mal en todos. Arturo, por su parte, hacía vidrieras y con unos ahorros que yo tenía compramos un kiosco en la calle Lavalle. Lo tuvimos un año, mientras él hacía bolos. Pero a fin de ese año le propusieron su primer contrato en televisión y decidimos arriesgar y lo vendimos. Él no estaba feliz ahí, él siempre contaba que yo lo volvía loco, le pedía balances todos los meses, le hacía contar los caramelos... [Se ríe].
–¿De dónde viene tu fanatismo por los números?
–Estudié Administración de Empresas y, aunque no terminé la carrera, era gerenta de una empresa. La actuación llegó de casualidad, acompañando a un amigo a estudiar con Raúl Serrano. Por años mantuve los dos trabajos: es difícil la vida del actor. En paralelo, empezó la construcción de nuestra familia. Cuando nos juntamos mi hija tenía 4 y Mariano, 1. Le dedicamos mucho tiempo a hablar, pensar, enfrentar las dificultades y a la par fue creciendo nuestra relación, cada vez estábamos más enganchados. Y empezamos a tener proyectos juntos. Por ejemplo, hicimos durante seis años una gira por todo el país con Hasta que la muerte nos separe. Descubrimos que nos encantaba trabajar juntos. Él repetía en las notas: “Me doy vuelta en la cocina y la veo, me doy vuelta en la cama, y la veo. Me doy vuelta en el escenario y la veo”. Y era verdad.
–Él también te dirigió en teatro.
–Yo le discutía todo en la vida, pero no en esa circunstancia, confiaba plenamente en su criterio. Más allá de que hacíamos permanente un taller de entrenamiento con Luis Rossini, y ahí me dirigió muchas veces, y también en un espectáculo que hicimos con Alejo García Pintos en Caras y Caretas (Sueños que al llegar. De inmigrantes y fantasmas), en Guiness, un monólogo que hice para Teatro por la Identidad, y en Heridas, con Juan Ricci. [Piensa]. Ahora teníamos un proyecto sobre la vida de Cecilia Grierson, estábamos muy entusiasmados.
UN GRAN PROTECTOR DE SU FAMILIA
–¿Cuándo se casaron?
–Llevábamos dieciocho años de convivencia. Un día estábamos cenando con los chicos y mi hija propuso que nos casáramos. Arturo le respondió que lo lindo sería que ellos fueran los testigos, pero Mariano todavía no tenía la edad necesaria, le faltaban dos años. Julieta nos hizo firmar un papel asegurando que íbamos a cumplir cuando llegara el momento. Nos casamos en febrero del 96, la jueza fue muy piola y los involucró a los chicos. No nos modificó nada, lo hicimos con un criterio práctico, pero fue muy lindo.
–¿Qué tal era como papá y como abuelo?
–Excelente. Mariano vivió quince años en España y hace unos años volvió, cosa que me alegra porque pudieron disfrutarse. Era muy protector, muy respetuoso y familiero. Acá hacíamos asados todos los sábados, con la familia o con amigos, y estaba pendiente de cada uno. Era sociable, aunque un poco solitario. Tenía una suerte de melancolía porteña que me atraía enormemente. Nuestro primer nieto, Alejo (hijo de Julieta), hoy tiene 19 años. La parte más dura de la pandemia vivió seis meses en casa. Es un sol, nos ayudó muchísimo, especialmente cuando me caí y me rompí el hombro. Y era muy cómplice de Arturo. Mariano y su mujer, Mercedes, tienen a Azul, de cuatro meses, divina. Me alegra que la haya podido conocer porque estaba como loco con ella, pero me apena que no pudo disfrutarla más. [Piensa]. Arturo fue el amor de mi vida y lo va a seguir siendo. No creo poder amar a otra persona como lo amé a él. [Llora]. Perdón, me permito llorisquear. También sé que vivió 78 años muy plenos, se sentía privilegiado de poder vivir de lo que amaba. Incluso lo nombraron Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.
–En este momento estás con una obra en cartel. ¿Cómo encontrás la fuerza para hacerlo?
–Siento que es una forma de homenajearlo. Maternika (Teatro El Anfitrión, sábados, a las 22) es una obra que se gestó en pandemia, ensayábamos por Zoom. Habla de las distintas formas de maternidad, mezclado con el deseo y el no deseo, a través de una metáfora. Andrea Villamayor tuvo la idea. Estrenamos el año pasado y Arturo, que era tan compañero, estuvo muy pendiente. Después, reestrenamos el 12 de marzo y él murió el 15. Iba a los ensayos destruida pero conectarme con el teatro, tan mágico y sanador, me ayudaba. Le dedicamos una función y la reacción de la gente fue increíble. Estoy abrumada con las muestras de cariño. Él era popular, prestigioso y contaba con el afecto de la gente.
LA PEOR NOTICIA
–Poca gente sabía que Arturo estaba enfermo.
–Decidimos ser reservados. Y todo fue muy vertiginoso. En septiembre, por un pequeño problema, consultó al médico y le descubrieron un cáncer de pulmón. Los dos estábamos convencidos de que iba a salir. Para la primera quimioterapia, fuimos con Mariano y salió tan bien que llegó a casa y se puso a cocinar, cosa que le encantaba. Pero ya en la tercera se empezó a complicar. [Piensa]. Creo que no quise ver, ni sufrir por adelantado. Él estaba en la cama del sanatorio San Camilo, por cuyo personal sólo tengo palabras de agradecimiento, diseñando una mesa de carpintero que iba a servir también para comer. Después de un mes ahí, los médicos empezaron a evaluar una internación domiciliaria. Pero no llegó.
–Más allá de la familia y los amigos, ¿qué te ayuda a sostenerte?
–Recomencé terapia. Mi terapeuta me dijo que voy a crear otra relación con Arturo, una relación interna que tengo que descubrirla, pero que él va a estar siempre en mi vida. No me imagino vivir sin él... Arranca otra etapa de mi vida, tengo que aprender a descubrirla y transitarla. En eso estoy.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola MakeUp Artist
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