Amante de la moda, la reconocida abogada posa en su piso de Palermo y muestra las joyas de su vestidor
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Es la abogada más famosa y exitosa del país. Defendió a mujeres como Wanda Nara, Pampita Ardohain y Luciana Salazar, entre otras. Y tiene casi tantas horas de televisión como de tribunales, porque el perfil bajo no va con Ana Rosenfeld (69): de fuerte personalidad y dueña de un estilo que no pasa inadvertido, cuando entra a un lugar resulta imposible no mirarla. Mamá de Pamela (36) y Stephanie (33) –y abuela de cinco nietos, Ámbar (8) y Tomás (6), hijos de Pamela, y Phillipe (7), Ralph (5) y Antony (1), hijos de Stephanie, que vive con su familia en Miami–, perdió a su gran amor, Marcelo Frydlewski, hace casi tres años (murió de Covid). Fue una relación de treinta y siete años que dejó una marca indeleble en su vida: Marcelo fue su love story, el padre de sus hijas, su compañero de trips y aventuras, su mejor amigo y consejero, y quien en cada viaje por el mundo le regalaba las carteras y zapatos que Ana atesora con devoción, porque es coqueta y le gusta vestirse bien, y porque Marcelo la ayudó a elegir cada uno de esos accesorios que ya son su marca registrada. De todo eso conversó con ¡HOLA! Argentina en su piso de la Torre Le Parc y posó con su impresionante colección de carteras y zapatos.
–¿Siempre fuiste fashionista?
–Siempre. Al extremo de que, cuando me hice más conocida y la gente empezó a reconocerme por la calle, traté de bajar un poco el perfil porque pensé: “¿A ver si todavía piensan que me visto así porque salgo en la tele?”. Desde muy chica tuve eso de ponerme ropa llamativa, de buscar colores radiantes… Siempre me gustó brillar. Pero desde que Marcelo no está, empecé a usar colores más neutros… ¡A él le encantaban los colores! Incluso estoy usando mucho negro, pero no por luto.
–¿Tiene que ver con tu estado de ánimo?
–Quizás sí, y con que ya no me visto para gustarle a él. Para mí la ropa y los perfumes siempre representan un estado de ánimo.
–¿Comprás muchos perfumes?
–Sí, y uso muchos a la vez. No es que tengo uno de cabecera. Siento que el perfume tiene que ver con cómo me siento, desde que me levanto hasta que me acuesto. Por eso durante el día estoy constantemente poniéndome perfume y lo elijo dependiendo de la energía que tenga en ese momento.
–¿Cuáles te gustan más? Cítricos, florales, dulces, amaderados…
–Los elijo para verano y para invierno: en verano uso los blancos, y en invierno los amarillos. Siento que en verano necesito fragancias florales, ligeras… gardenias, por ejemplo. Y que en invierno me puedo poner perfumes más intensos.
–¿Te gusta regalarlos?
–¡Sí! Regalo mucho Hermès, porque sé que son fragancias que siempre gustan.
–¿Tenés marcas favoritas?
–Sí, un montón: Narciso Rodríguez, Gucci, Chanel, Tom Ford, Dolce & Gabbana… ¡Me gustan todos! Los perfumes son otra de las cosas a las que soy adicta desde chica. No es que me empezaron a gustar ahora de grande, que hay una nueva Ana que tiene otra mirada sobre los perfumes, la ropa, la estética… No, siempre fui igual.
–Hablando de estética: ¿te hiciste alguna cirugía?
–Sólo me acomodé las lolas, porque obviamente después de tener dos bebés, hubo que acomodarlas. Pero nunca me hice nada en la cara: no tengo botox, ni rellenos, ni nada… Y voy a cumplir 70 años dentro de unos pocos meses.
–¿Las carteras y los zapatos son tus objetos fetiche?
–¡Siempre me gustaron mucho! Además, uno no cambia de talle de zapatos y las carteras no tienen talle, por eso me gusta comprar buenas carteras y buenos zapatos, que son los accesorios que hacen la diferencia. Para mí eso es una inversión, no un gasto. Te podés poner un traje net, un vestido que a lo mejor es muy simple, pero con una buena cartera y unos buenos zapatos, cambia todo.
–¿Siempre te comprás la ropa afuera o comprás acá también?
–No tengo tiempo de comprarme ropa acá. Es que ir de compras implica tiempo y no lo tengo.
–Qué pasa si una amiga o una de tus hijas te dice que algo no te queda bien, ¿te lo ponés igual?
–El que me hacía cambiar de ropa era Marcelo, él era el que me decía “eso no me gusta” o “eso no te queda bien”. O “tapate que no se te vea nada”, porque tenía esa cosa de “no me gusta que te miren”.
–¿La gente te pregunta si todo lo que te ponés es tuyo?
–Sí, muchas veces. Y obvio que lo que me pongo es mío. No soy como Cenicienta, que a las doce de la noche tiene que devolver todo lo que tiene puesto.
–¿Tenés asesor de vestuario o alguien que te ayude con la imagen?
–No, nunca tuve. Jamás. Ni tuve, ni pedí, ni necesito. La gente que se banque la parada: yo me visto como me gusta a mí y si me juzgan o no porque me ven por la calle, o por la tele, o en mis fotos de Instagram, no es mi problema. No estoy esperando la aprobación del mundo exterior. Sí la de mis hijas, que obviamente me conocen y quieren verme bien. Mirá: ni en la tele tengo gente de vestuario, yo me pongo lo que quiero y siempre es ropa mía. Nunca necesité que alguien me diga qué es lo que me tengo que poner.
–¿Es cierto que la mayoría de tus carteras son regalos de Marcelo?
–Sí, siempre íbamos juntos a comprar y yo elegía las carteras. Y de repente, si dudaba entre dos o tres, él era el que me daba el voto final.
–¿Se las prestás a tus hijas?
–A la que vive en Estados Unidos no sólo no le presto porque está allá, sino porque ella tiene una colección de carteras tan o más importante que la mía. Y con la de acá por ahí cada tanto veo que alguna que otra carterita no está en su lugar, entonces le pregunto y me dice: “Ay, mamá, me la llevé yo. Si vos no la usás, ¡con todas las que tenés!”. Pero aprendieron a cuidarlas porque saben que para mí son valiosas, no sólo porque me gustan, sino porque son recuerdos: cada cartera es un viaje, cada cartera es un lugar, cada cartera fue un momento. Para mí ir de compras era siempre una aventura con Marcelo, por eso cada una tiene una historia.
–¿Vos le comprabas cosas a él? ¿Corbatas, camisas?
–Las corbatas siempre fueron especiales para él: llegó a tener una colección bastante importante. Y aunque doné casi toda su ropa, algunas de sus corbatas las tengo guardadas.
–¿Fue difícil donar su ropa?
–Muy. Pero llegó un momento en que entendí que no podía seguir teniendo todo eso. Para mí fue como dejarlo ir.
–¿Por qué nunca se casaron?
–No se dio. Siempre dijimos: “Bueno, estamos muy bien como estamos, no es necesario”. En el momento en que nos conocimos entendimos que los papeles no eran lo importante. Y eso que yo le aconsejo a todo el mundo que se case... Pero nosotros dos ya habíamos transitado un matrimonio cada uno, y fueron pasando los años y nunca lo hicimos.
–Ahora que pasó más tiempo, ¿te acostumbraste a la soledad?
–No, es horrible. Estoy todo el día en actividad para no estar sola. Y los momentos más tristes y delicados son cuando vuelvo a casa a la noche. En mi escritorio tengo una foto gigante de él en Capri, que es el lugar que yo más amo en el mundo, y siento que Marcelo murió en el lugar que él más amaba en el mundo, Miami.
–¿En qué encontrás consuelo?
–En nada, no encuentro consuelo en nada ni en nadie. Me entretengo, me aturdo, y no encuentro consuelo. Mis hijas están, pero trato de no invadirlas, porque ellas tienen su propio duelo. Pero cuando me acuesto a dormir estoy sola. La cama es enorme, la tengo llena de almohadas y algunas noches le hablo a la almohada de al lado, le hablo y la abrazo como si todavía pudiera quedar algo del perfume de él en la almohada. A veces, incluso, le pongo un poquito de algún perfume de él, que los tengo todos guardados.
–¿Cuáles son los momentos compartidos con Marcelo que más atesorás?
–Todos mis viajes eran especiales, porque yo sabía el día que salía y el día que volvía, y todo lo demás era sorpresa. En ese sentido los que más me marcaron fueron India, especialmente cuando vi el Taj Mahal, también Machu Picchu en Perú y el Muro de los Lamentos cuando voy a Israel. Son los lugares que más me conectaron con él, porque en los tres lugares los dos sentimos una conexión que tuvo que ver con las creencias, con las tradiciones y con el amor… Ah, y una vez en Marruecos, cuando me quisieron cambiar por camellos porque me confundieron con Marta Sánchez.
–¿Sos una mujer espiritual?
–La palabra espiritual no sé si es para mí. Sí siempre fui creyente. Siempre creí en Dios, que para mí hay un solo Dios, y cuando se enfermó Marcelo por supuesto que acepté todos los rezos, no importaba el idioma, la religión ni el país del que vinieran.
–¿Recuperaste tu vida social?
–Salgo siempre, nunca dejé de salir. Y ese es un buen consejo para las mujeres que enviudan: no hay que dejar de salir. Y si no tenés las oportunidades, las tenés que inventar, porque si te quedás encerrada en tu casa no salís más.
–¿Le cerraste la puerta al amor?
–Hoy cierro las puertas por completo: no se me ocurre ni mirar a un hombre. No lo necesito, tampoco. Y no necesito una caricia, un abrazo, un beso ni vestirme para un hombre. No necesito nada de todo eso. Soy feliz, feliz, feliz con mis amigas. Me encanta viajar con ellas, salir con ellas, amo todo lo que hago con mis amigas.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola.
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