El empresario y deportista español, además, dio una serie de charlas en Buenos Aires para concientizar sobre la contaminación
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Álvaro de Marichalar (62), tercer hijo de Amalio de Marichalar y Bruguera, octavo conde de Ripalda; nieto de Luis de Marichalar y Monrea, vizconde de Eza y ministro del rey Alfonso XIII de España; y hermano de Jaime de Marichalar, ex marido de la infanta Elena, hermana de Felipe VI, actual rey de España, se acerca, presto y sonriente, a las dos chicas que están en la costanera de Tigre y se ofrece a sacarles las fotos que buscan: ellas, abrazadas, en un día agobiante de verano, con la estación fluvial y el río Tigre detrás. “El agua es una maravilla: allí no hay muros ni pasaportes; hay solidaridad, comunicación y mestizaje. ¡Hay verdad!”, dirá con entusiasmo el español, quien estuvo por tres días en la Argentina para dar charlas sobre su experiencia como navegante. A lo largo de cuarenta años, ha realizado 39 expediciones marítimas, la mayoría de ellas solo (sin barco de apoyo) y en embarcaciones de pequeña eslora. Con sus hazañas, logró varios hitos, como obtener el récord de distancia a mar abierto, en 1992, o el récord Guinness, al cruzar el Atlántico en 17 días, en 2002. Desde 2019, con Numancia, su moto acuática, está dando la vuelta al mundo, una gesta en etapas que se discontinuó por la pandemia y que reiniciará, en marzo, desde Panamá.
Álvaro es empresario del sector inmobiliario y del mundo de las telecomunicaciones –fue pionero en España en la venta de antenas parabólicas y en telefonía celular–, pero, sin dudar, él se define explorador, tal fueron casi todos sus nobles ancestros, empezando por el rey Jaime I el Conquistador, conde de Barcelona. “Todas las demás actividades nacen de la exploración y del afán de conocimiento: de conocerse a uno mismo para poder respetarse y, así, respetar a los demás y al medioambiente”, insistirá él, que es un comprometido activista medioambiental.
–Vos, al igual que toda tu familia, provienen de Soria, La Rioja, Navarra, territorios que no dan al mar…
-Es cierto. Pamplona, el lugar donde yo nací, no está cerca del agua, pero sí lo está San Sebastián. Desde muy chico, ante el mar Cantábrico, me preguntaba qué habría detrás de ese horizonte de olas. Era, para mí, un misterio que había que descubrir. Empecé nadando, después haciendo remo y, después, con embarcaciones a vela. A veces, el mar estaba calmo, pero muchísimas otras, complicado… ¡como la vida! No importa cómo esté el mar: tenés que ponerte de pie, asumir los riesgos y avanzar sin quejas hacia tus objetivos. El que no se arriesga no cruza el mar.
–¿Es verdad que, de los seis hermanos Marichalar –Amalio, Ana, Ignacio, Luis y Jaime– sos el más bohemio?
–Soy así desde los siete años. Tuve la suerte de tener unos padres cariñosos, pero muy exigentes, que me hablaban de historia, de las civilizaciones, del futuro; que me incentivaron a conocer e investigar. Muchas veces, siento que pertenezco a la Edad Media y, por eso, llevo bordada en mi ropa la cruz de los templarios. Me siento como turista en esta época. Creo que a todos los que vivimos un poco fuera de los cánones normales nos consideran bohemios; sin embargo, eso es relativo. Una tía mía, carmelita descalza, me decía: “Atención: fíjate si las rejas no están del otro lado. Quizás sea yo la que esté en libertad”. No es el espacio el que da la libertad: es la conciencia.
–Vivís entre Madrid, Moscú y Mónaco y, de los doce meses que tiene el año, dos los pasás en el mar. ¿Sos un solitario?
–Al contrario. Mientras más tiempo paso solo, mejor y más contento estoy en sociedad. Pero, además, elijo bien con quién estar. Busco rodearme de gente buena, que no sea envidiosa, mentirosa o tramposa. Es cierto que, haciendo trampa, se pueden conseguir cosas a corto plazo, pero, a largo plazo, perdés la libertad. Mirarte en el espejo en las mañanas y decir “¡Qué bien lo estoy haciendo!” es lo mejor que te puede pasar.
–Entre tus amigos está James Middleton [el hermano de Kate, princesa de Gales], con quien compartís la pasión por la navegación.
–James es uno de los tantos amigos que tengo y con quien comparto la misión de concientizar sobre el problema del plástico en la mar; la pesca ilegal; la deforestación y tantos otros dramas derivados de la codicia humana. Al planeta -que se llama Tierra aunque debería llamarse planeta Agua porque el 70 % de la superficie es agua-, lo estamos usando de basurero, y eso sucede cada vez más debido hay que hay cada vez más consumo y más habitantes. ¡Se tiran al mar más de un millón de toneladas.
–Hasta hace un tiempo atrás, cuando uno decía el apellido Marichalar pensaba automáticamente en tu hermano, Jaime, ex cuñado del rey Felipe VI. ¿Sentís que esa referencia eclipsa tus logros y tu misión?
–Creo que es algo irrelevante para el lector. Es que, al presentarme como el “hermano del ex marido de la infanta Elena”, se centra el foco exactamente en donde no se debería y, además, siento que crea un prejuicio hacia mi persona que distorsiona la realidad. Más allá de ese tema en particular, considero fundamental evitar tener prejuicios y, a la vez, sugiero esquivar a las personas prejuiciosas. En mis charlas, invito a la gente a ser cuidadosa por cómo llamamos a las cosas y a no dejarse llevar por la corriente: aliento a las personas a ser valientes, como salmones.
–¿Cómo anda tu corazón? [En 2014, se separó de la rusa Ekaterina Anikieva, treinta años menor que él, tras cuatro años de matrimonio].
–Por ahora, mi corazón anda solitario. No tengo novia, aunque me gustaría tenerla. Estoy a la espera de otro corazón que lo complemente en armonía.
–No debe ser fácil seguirte el ritmo: cuando estás en tierra, tenés una agenda apretada; y, cuando estás en tus expediciones, ¡pasás más de catorce horas en el mar y hasta dormís en tu embarcación, que mide tres metros!
–[Se ríe]. Todos podemos adaptarnos a todo, siempre que el sentimiento sea lo suficientemente poderoso para conseguirlo. Para mí, lo único determinante que tiene que tener una pareja es que sea buena persona. La bondad es lo que más me enamora.
–Pero, en más de una ocasión, dijiste que lo que más querías era tu embarcación…
–¡Vamos! Mi embarcación es muy importante, pero no tanto. Numancia –ese es el nombre de la moto de agua– se llama así en alusión al aguerrido pueblo indígena que habitó hace veintitrés siglos el territorio de lo que hoy es Portugal y España. En ese lugar, está el origen de España, y simboliza –para mí– supervivencia, coraje, compromiso, resiliencia, alcanzar un sueño.
–Luego de tus charlas inspiradoras, no hay quien no se te acerque y te diga que sos un “campeón”.
–Algunos resultados positivos no deben hacernos creer que somos campeones, así como los resultados negativos no deben hacernos sentir fracasados. Lo importante es el intento honesto, sin trampa y con honor. Más que un campeón, me siento un náufrago. Para mí, es más realista sentirse así. Cuando estás en el mar, tomás conciencia de que estás vivo de milagro y de que tenés que descubrir qué talentos tenés para poder sobrevivir. ¡Se diluye toda arrogancia! Al final, ante las tormentas de la vida, todos somos náufragos.
–¿Cuál es la conquista que más te enorgullece?
–Con los años, me di cuenta de que, al final, la expedición no era exterior, sino interior: si no te conocés, ¿cómo vas a respetar y a amar a los demás y a la naturaleza? Conocerse, respetarse sin traicionarse y ser el piloto de nuestra vida es el aprendizaje que trato de transmitir. ¿Mi gran conquista? La libertad, que es la única que merece la pena.
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