Guiada por el budismo, el mindfulness y la meditación, la ex periodista y ex mujer de Leonardo Simons reescribió su existencia: vendió su casa de Miami y su auto, se dedicó a viajar y hoy pasa tres o cuatro meses entre monjes en Nepal y asegura: “Tengo un alma aventurera”
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“Siempre fui la oveja tricolor”, dice Alicia Gorbato (65) para contar que siempre fue la distinta. “Me acuerdo que cuando trabajaba en Canal 7, me mandaron a Perú a entrevistar a Fujimori y estando allá me enteré de que había una convención de mujeres a orillas del lago Titicaca. No me la iba a perder. Me quedé mucho más tiempo, aunque en el canal no paraban de decirme que volviera”, cuenta la ex periodista y ex mujer del famosísimo Leonardo Simons, con quien tuvo a sus hijas Vanesa (45) y Barbie (41). Así, siguiendo su instinto y sus ganas, buscando, abriendo diferentes puertas llegó a la meditación, al mindfulness y a otras tantas disciplinas espirituales que –según sus propias palabras– ayudaron a despertarla. Por estos días, Alicia está de visita en Buenos Aires, donde se reencontró con sus hijas y su nieto Oliver (9), pero ya está lista para volar otra vez y seguir su camino de autoconocimiento.
–¿Cuándo y por qué te fuiste de la Argentina?
–Nunca había pensado irme, pero en el 96 sucedió lo de Leonardo (se suicidó tirándose de un piso 11) y fue muy, muy fuerte para mis hijas. Vanesa estaba estudiando en Estados Unidos y entonces le dije a Barbie: “¿No te parece que tendríamos que estar las tres juntas?”. Vanesa no quiso volver y por eso nosotras nos mudamos para Miami. Leonardo y yo estábamos separados hacía diez años.
–Fue rearmar los vínculos después de una bomba que había caído en la familia, ¿no?
–Así es. Una decisión de un padre fantástico que no pudo con su vida, tremendo. Algo que nunca se me habría pasado por la cabeza.
–¿Cómo fue instalarse en Miami en ese contexto familiar?
–Muy difícil. Yo me fui con la idea de esta 3D en la que vivimos, donde había hecho una cierta carrera en televisión y radio, pero no tenía ni un solo contacto allá. Y mis hijas no estaban bien. Fue empezar de cero una vez más a los casi 40 años. Probé con Telemundo y Univisión, pero no tuve suerte. Trabajé un tiempo haciendo la voz en off de comerciales, después empecé a comprar departamentitos, los reciclaba y se vendían rápido. Hasta que un día Pérez Celis –que había sido compañero de mamá y que vivía en el mismo edificio que nosotras– me sugirió que estudiara Curaduría de Arte. Yo no tenía idea de lo que me hablaba, pero con su mujer me fueron contando y me entusiasmaron. Primero estudié Latin American Art en Sotheby’s durante dos años y después hice Contemporary Art de todo el mundo en Christie’s.
–¿Y cómo resultó?
–Fantástico. Emilio Stefan –a quien yo conocía por haberle hecho entrevistas– me ayudó muchísimo. Uno me fue presentando a otro y durante dieciocho años trabajé como curadora, viajando por el mundo gracias al arte. Me di cuenta de que el arte era el vehículo para llevarme a otras partes. Yo ya meditaba en esa época y en una de mis meditaciones me bajó una idea maravillosa: empecé a contactar a las casas presidenciales de Amé - rica, hablaba con las primeras damas y les ofrecía hacer una exposición de arte en sus países a cambio de que me dejaran trabajar y ayudar en hospitales o asociaciones de chicos. Yo daba clases de pintura en los hospitales, por ejemplo. También es algo que hice en Austria, en Italia…
–¿Qué impulsó tu búsqueda espiritual?
–Cada vez tenía más en el mundo del afuera, todo lo que me pro - ponía lo lograba, pero no era feliz. Yo tenía una misión, pero no estaba siguiendo el plan que tenían para mi alma, estaba dormida. En un momento, cuando cumplí 50, me dije es ahora o nunca, pero ahora o nunca, ¿de qué? Me di cuenta de que tenía un alma aventurera, que me gustaba investigar, estudiar, quería conocer otras culturas, pero no como turista…
–Sufriste violencia de género, ¿eso también tuvo que ver con tu búsqueda?
–Eso fue antes del quiebre de los 50, pero también me llevó a cambiar. En un viaje que hice a la Argentina, me quedé un año en Buenos Aires y me enamoré. Elegí un hombre narcisista, psicótico, golpeador y desde esa experiencia horrible –terminé en un hospital, ¿eh?–, trabajé conmigo misma y aprendí que nunca más ¡nadie! iba a maltratarme, ni golpearme. Tuve que recalibrar y salir de esos roles –víctima y victimario, que se dan en diferentes ámbitos– que han dividido a la humanidad durante años. Me llevó muchos años no entregarle mi poder a alguien para que me coloque en alguno de esos roles.
“NO TENGO CASI PROPIA, NI AUTO”
–¿Cómo es tu vida hoy?
–Hace rato que no llevo agenda, la vida me va llevando. Creo que vinimos a ser felices y a ser libres. Yo, como ser humano, me estoy experimentando a cada instante, y trato de que otros también despierten. Soy nómade, elegí llevar una vida de desprendimientos –no tengo casa propia, ni auto, di todo–, una vida monástica. Vivo de la colección de arte que logré en mis años de curadora y que voy vendiendo cuando tengo gastos, de la venta de mi libro y de las clases de meditación que doy. Ando por el mundo con veinte obras de arte enrolladas en una bolsa portaesquíes que tengo para vender.
–En este “ir sin agenda”, ¿adónde te llevó la vida?
–A Nepal. En 2007, viajé tres meses y me quedé cuatro. Ahí conocí el monasterio Pema Ts’Al de Pokhara, al pie del Everest, donde trabajé como voluntaria y desde entonces vuelvo todos los años. Después de ese viaje, hice otros tantos para formarme en el budismo, hasta iniciarme en el budismo Sathyan. Estudié de todo y le encontré sentido a la vida a través de la meditación. También estuve en otros monasterios, en Da Lat, al norte de Vietman, junto a monjas zen, y en Wat Prayong, cerca de Bangkok.
–¿Cómo es el día a día en un monasterio?
–Son todos distintos. En Pokhara, donde doy clases de arte y creatividad, el día empieza a las cuatro de la mañana con una meditación de una hora y media, desayunamos en el templo, la comida es muy básica, muy frugal, garbanzos, porotos… Es muy caro todo. Hay clases hasta la tarde y después actividades libres, vamos a río…
–¿Cuánto tiempo pasás ahí?
–En Pokhara, de tres a cuatro meses por año. Y también en Da Lat, donde no doy clases, pero integro el grupo que se ocupa de la biblioteca. Ahí estoy tres o cuatro horas por día limpiando y ordenando libros y, aunque lo haya hecho ayer, hoy lo vuelvo a hacer porque mientras lo estás haciendo, como dice el maestro, estás meditando, estás con vos.
–¿Por qué frente a la búsqueda que a vos te llevó tantos años muchos prometen resultados en dos o tres encuentros o sesiones?
–Porque se comercializó la espiritualidad. “Vení que te ilumino en tres sesiones”, “Hagamos dos couchings y te aseguro que vas a encontrar el sentido de la vida”. Es una estupidez, eso es un aprovechamiento de las carencias de la gente. Hay grandes maestros y grandes guías, a quienes apoyo, pero la verdadera maestría está dentro de uno.
–La comunidad que armaste en Instagram, que tantas alegrías te trae, también te trae críticas.
–Yo no busco porristas, ni aduladores, yo soy un canal para que otros den sus mensajes que para mí son útiles para despertar. Hice cerca de 800 lives en Instagram en dos años y hace un mes, estando en Buenos Aires, hice un reel que se hizo viral y tiene más de dos mil comentarios sobre mi cara. ¡Lo mal que hay que estar para descargar tanto enojo, tanta saña! Durante muchos años me dejé hacer cosas estéticas hasta que el año pasado, me miré al espejo y me dije: “Che, esta cara no tiene nada que ver conmigo”. Desde entonces, no me hago más nada, ni bótox, y estoy esperando que todo se reabsorba.
–En esta vida tan espiritual, ¿hay lugar para el amor de un hombre?
–Yo soy el amor de mi vida. Durante muchos años estuve sola. El año pasado, conocí a un norteamericano y compartimos siete meses maravillosos, pero un día le dije: “Me voy porque tengo que seguir mi camino”. El amor también es libertad. No sirvo para quedarme en el rol de “para toda la vida”.
–¿Cómo es el vínculo con tus hijas?
–Es muy diferente con cada una de ellas. Vanesa, que comenzó hace dos años su propio proceso de despertar, está viviendo experiencias que la vinculan mucho más con todo lo que yo le contaba de mí, esa “mamá que era la loca”. [Se ríe]. Y con Barbie hay mucho amor, pero está en su proceso, en el mundo que creó profesionalmente. Nos respetamos mucho.
–¿Y el abuelazgo?
}–Un regalazo de la vida que nunca imaginé. Soy la abuela más babosa del mundo. El nieto que me tocó es maravilloso. Oliver empezó a estudiar meditación conmigo a los 4 años. Cuando me visitaba en Miami, se levantaba a los cuatro de la mañana para experimentar conmigo. Le gusta mucho leer, es un ávido lector. Ahora que estoy de visita en su casa, dormimos en el mismo cuarto, leemos, él me pregunta qué interpreté de lo que estoy leyendo, yo le pregunto a él y después nos dormimos.
–Para terminar, ¿imaginás una vida totalmente monástica para vos?
–Sí, ¡en algún momento se dará! Después de este viaje a Buenos Aires, me voy a un lugar en Bali, Indonesia, al que me invitó dos meses uno de mis maestros, y después creo que ya me quedaré por allí. Tal vez Tailandia o Filipinas, donde la vida me lleve.
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