En un año de emociones intensas el empresario y escritor, al que llaman el “poeta de la esperanza”, revela cómo logró unir dos mundos opuestos
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Alto, flaco y con una enorme sonrisa, Alejandro Roemmers (64) aparece en el living de su casa de San Isidro, cuyas puertas abre por primera vez, y le da la bienvenida al equipo de ¡HOLA! Nieto de Alberto José Roemmers, fundador de los laboratorios que llevan su apellido, hay algo en su aspecto, mezcla de hombre adulto y adolescente, que recuerda al Principito, el personaje de Saint-Exupéry que tanto lo cautivó y que lo llevó a escribir, en 2008, El regreso del Joven Príncipe (vendió más de 3 millones de ejemplares y se tradujo a 30 idiomas). Esa mezcla singular de hombre de negocios y poeta, mecenas, creativo y gran cumplidor de sueños propios y ajenos, convive en su interior de manera armoniosa porque supo encontrarle un propósito a su vida, que él mismo narrará más adelante. No en vano lo llaman el “poeta de la esperanza” y también “poeta del amor”.
Ya sentados en su escritorio, donde se impone una imagen de San Francisco de Asís, santo al que admira profundamente y del que resalta la búsqueda de la hermandad universal (escribió una obra, Franciscus, que se adaptó para un musical), la charla empieza con su última novela, Morir lo necesario, que este año presentó en la Feria del Libro acompañado por su amigo y Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. “La escribí en pandemia, durante los meses que estuve en mi campo de Córdoba. Si bien tiene una trama policial, hoy el motivo de escribir es despertar conciencia, hablar de las consecuencias humanas que tienen en el tiempo cosas a las que antes no se les daba importancia. Está basada en hechos reales que me contaron personas cercanas y que de alguna manera resonaron en mí”, revela.
–Si cerrás los ojos y te ves a tus 5 años, ¿cómo eras?
–Un chico con mucha vida interior, al que le gustaba leer. No me interesaba el fútbol ni veía las novelas de moda porque, hasta que cumplí 15, en casa no teníamos televisión. Era una decisión de mi padre (Alberto Roemmers, murió en agosto a los 96 años) para fomentar el juego, la creatividad y la vida al aire libre. Todo eso te convertía en alguien un poco extraño. Ya de más grande, tampoco fumaba, ni tomaba alcohol. Y siempre tuve una gran sensibilidad. Mamá nos decía que teníamos que ponernos en el lugar del otro, contemplar otras realidades. Y eso me marcó profundamente, me enseñó a tener empatía, a no creerme el centro. En casa nos ayudaba una señora asturiana, que nos crio y no tenía familia acá. Muchas veces lloraba por ella, me daba pena su situación. Entonces, por ejemplo, dejaba mi cuarto lo más ordenado posible.
–¿A qué edad empezaste a escribir?
–De muy chico también. Me encanta la poesía, mi primer poema lo escribí a los 8 y a los 14 escribí el primero que fue publicado, “Eternamente enamorado”, que al día de hoy me define y forma parte de mi libro inicial, Soñadores, soñad.
–A ver…
–”Querer a manos llenas, a cántaros, a cada uno, a todos y a cualquiera, como la lluvia generosa y ciega que cae sobre los techos y los campos. Despilfarrar amor a quemarropa, como aire, luz y fresca melodía, como viento tenaz que impulsaría una vela, molino y mariposa. Amar con un caudal desenfrenado, llegar hasta el pecado o la herejía y amando cada gota de esta vida vivir eternamente enamorado”. [Piensa]. Tengo una gran vocación de servicio, de ayudar a quienes están a mi alrededor, en la medida que puedo.
–No habrá faltado quien te haya dicho que en tu posición es más fácil…
–Hay vidas duras y situaciones difíciles y uno no puede resolver todo, pero si cada uno resuelve algo de su entorno lograríamos cambiar bastante. Esto es importante para mí: sentir que el mundo no está mal por los malos, porque son pocos, sino por todo el resto de personas que no hacen todo el bien que podrían hacer. Si así fuera no podría el mal con tanta luz. Basta un fósforo para destruir toda la oscuridad.
–Cuando ibas al colegio (primero a la Goethe y después, al San Juan el Precursor) sufriste bullying. Sin embargo, al cumplir 60, hiciste una gran fiesta en Marruecos e invitaste, incluso, a quienes te habían lastimado…
–Sí. Fue muy lindo hacerlo, que aceptaran la invitación y que nos pudiéramos dar un abrazo.
–¿Alguno se disculpó?
–Sí, cada uno a su manera. Fue muy sanador, una forma de cerrar un círculo y empezar una nueva etapa.
UNA PROFUNDA VIDA ESPIRITUAL
Cuenta Alejandro que, en su adolescencia, cuando con su familia se exiliaron en España, tuvo una etapa de desaliento, de depresión, que lo llevó a hacer un gran trabajo interno. “Leí todos los libros de autoayuda que te imagines y, finalmente, di con un curso de Ecología Humana que me ayudó muchísimo”, asegura.
–¿Cómo es eso?
–Hoy todo el mundo dice que hay que ocuparse de los animales, del medioambiente, pero hay que ocuparse primero del ser humano. Porque si el ser humano no está bien destruye. Descubrí que debía pasar mis acciones de la cabeza al corazón. Me tomó unos diez años.
–¿Y cuánto te llevó encontrar un equilibrio entre tu trabajo en la compañía familiar y el resto de tus inquietudes?
–Apenas me recibí (estudió Administración de Empresas) me puse una meta: de mis 25 a mis 45 iba a dedicarme de lleno a la empresa. Después, empecé a delegar para poder tener más tiempo.
–Este es un año de grandes realizaciones para vos...
–Sí. Además de mi libro Morir lo necesario (que también va a tener una serie), hace unos días presentamos en Madrid Sinfonía argentina, junto a Daniel Doura, en conmemoración del V Centenario de la primera vuelta al mundo de Magallanes-Elcano. Y sigue en cartel el musical Regreso en Patagonia (en el Metropolitan). También estoy escribiendo otra novela, que será la última, y voy a publicar un libro de poesía libre, a pedido de una editorial madrileña. En el futuro voy a hacer series. Pronto se estrenará una sobre adicciones, tengo otra sobre la vida de grandes figuras, como Juan Manuel Fangio y Federico García Lorca, otras dos que tienen que ver con la música… En mayo estoy invitado al Festival de Poesía en Granada, donde vamos a hacer un diálogo con Luis Alberto de Cuenca, poeta y ex secretario de Cultura de España. Pero antes, estoy invitado por la Fundación Vargas Llosa a Málaga (febrero) y la Universidad Franciscana Antonianum me invitó a Asís para una charla por la paz, en marzo. Ellos consideran que soy el poeta de la esperanza. Yo escribo con mucha fe, y también escribo por la paz y la hermandad. Quieren que participe en algo que están armando, por esto de la hermandad universal, y que demos un testimonio fuerte contra la guerra, contra el gasto en armamentos. La guerra es algo anacrónico. Se tiene que poder resolver con diálogo, en organismos mundiales multilaterales.
–En medio de tantos logros, murió tu padre. ¿Cómo lo recordás?
–Creo en esas palabras evangélicas que dicen “por sus frutos los conocerán”. Y su legado es positivo en todo sentido. Deja una empresa exitosa, con un grupo humano que siente una pertenencia, más que una dependencia. Quieren su trabajo y a la familia que les da trabajo. Eso no es tan fácil. Primero la inició mi abuelo, después siguió mi padre y nosotros, con mis hermanos, tratamos no sólo de conservar, sino de acrecentar el legado. En lo personal, fue una persona con grandes valores éticos y morales, que los aplicó en él mismo. Es muy lindo salir a la calle y que nadie te diga nada negativo. Eso habla de él, más allá de lo que uno como hijo pueda decir. Colaboró con muchas causas, también en lo cultural, recibió la Orden de Malta, fue filántropo en muchos sentidos. Y era muy sano. Cuando no era costumbre salir a trotar, él hacía sus 12 minutos de carrera y comía sano. Eso explica una larga vida positiva y sin enfermedades. Mi padre fue un caballero, un hombre de bien, en el gran sentido de la palabra.
–¿Vos te cuidás?
–No tanto como él. Yo le decía: “Voy a vivir un poco menos pero mejor”. [Se ríe]. Me gustan los postres, los dulces… Tengo buena genética y peso lo mismo desde siempre. Hay épocas que hago caminatas o natación, que me encanta.
–¿Cómo está tu madre?
–Muy bien, rodeada por la familia. A papá los últimos años se le hicieron un poco difíciles, no hablamos del tema, pero no debe ser lindo que el amor de tu vida no esté bien. Estuvieron casados sesenta y siete años. Papá decidió cuándo poner punto final y pidió que no lo internaran más.
–Contanos de la fiesta con que debían celebrar su partida…
–Así fue. Dejó todo escrito, la música, el menú, el lugar (fue en el Alvear Palace), el salón, hasta eligió el champagne con que debíamos brindar. Yo pido lo mismo: cuando ya no esté quiero que celebren.
–¿Cómo es un día tuyo?
–Son todos diferentes, no tengo rutinas, vivo viajando por el mundo, estoy muy poco acá. Hoy se puede trabajar desde el teléfono, por Zoom. Nosotros tenemos la compañía número 1 de México, una de las más grandes de Brasil y en tercer lugar vendría la Argentina. Desde el punto de vista de la propiedad de la empresa yo me estoy retirando, siguen mis hermanos y sus hijos. Sí continúo desde la estrategia y conducción del grupo, pero la propiedad se la dejé a mis hermanos para que la empresa sea totalmente familiar. Les doné mis acciones y ellos de alguna manera me compensaron. Fue por el bien de todos.
–¿Te hubiera gustado tener hijos?
–Tengo muchos sobrinos y un montón de ahijados a los que adoro, y algunos hijos espirituales que me ha dado la vida. Soy inmensamente feliz. Y desde hace tiempo mi mayor deseo es compartir y lograr para otros esa felicidad y el nivel de conciencia que nos permite alcanzar la plenitud.
–¿Hoy estás solo? ¿Te gustaría enamorarte?
–[Se ríe]. No tengo pareja, lo cual no significa en absoluto que esté solo y muchísimo menos que sienta soledad, sino todo lo contrario, me siento muy querido y amado. Mi vocación siempre fue espiritual y de hermandad, como escribí a los 14 años, en el poema citado: “Amar a cada uno, a todos y a cualquiera”. Tengo grandes amigos, compañeros de la vida y somos un grupo que quiere ayudar y hacer todo el bien posible, porque de ello deriva nuestra propia felicidad.
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